Gerontologia - Universidad Maimónides

Abril 06, 2005

La muerte y sus fantasmas

Como escribió en este diario Guy Sorman, aunque muchos criticaron la transmisión en directo de la agonía y muerte de Juan Pablo II, tal vez fue ése su mensaje más trascendente: ser dueño de la propia muerte, morir sin intermediarios y a la vista de todos.

Nora Bär
La Nación
Miércoles 6 de abril de 2005

Amiel decía que "saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría y uno de los capítulos más difíciles del gran arte de vivir". Algo similar podría decirse de ese último acto que, sin embargo, la sociedad actual nos escamotea: hoy basta con nombrar la muerte para provocar una tensión que altera el curso de la vida cotidiana.

Pasamos de la muerte familiar de la Edad Media a la muerte interdicta de nuestros días, dice Philippe Ariès en "Morir en Occidente" (Adriana Hidalgo editora, 2000). Para el historiador francés, resulta sorprendente que las ciencias humanas, tan extrovertidas cuando se trata de la familia, el trabajo, la política, la religión y la sexualidad, hayan sido tan discretas sobre la muerte. "El desfasaje entre la muerte novelesca, que sigue siendo comunicada, y la muerte real, vergonzosa y callada es uno de los rasgos extraños, pero significativos de nuestro tiempo", subraya.

En su estudio, Ariès subraya que durante milenios el hombre fue amo soberano de su muerte. En la Edad Media y el Renacimiento se veía en ella un momento excepcional en el que la individualidad recibía forma definitiva. Ya en el siglo XVIII el médico renunció al papel que había desempeñado durante mucho tiempo de ser el encargado de anunciarla, y más adelante sólo habla si se le pregunta. La muerte está ahora rodeada de silencio. La sociedad moderna prohíbe cada vez más a los vivos que se muestren emocionados, llorar a los difuntos o demostrar que se los extraña.

No conviene ostentar la pena ni mostrar que se la experimenta.

"Antes, se nacía y se moría en público -dice Ariès-. Hoy nada queda de la noción que cada uno tiene o debe tener de que su fin está próximo, ni del carácter público y solemne que tenía el momento de la muerte. (...) Se entiende que el primer deber de la familia y el médico es ocultar al enfermo la gravedad de su situación. La nueva costumbre exige que se muera en la ignorancia de la propia muerte. La medicina ha reemplazado, en la conciencia del hombre aquejado, la muerte por la enfermedad. De modo que la gente muere casi a escondidas, sola."

Al renunciar finalmente al empleo de medios heroicos para prolongar una existencia que se apagaba, Karol Wojtyla se habría negado a exhalar el último suspiro rodeado de tubos y máquinas, una decisión que la tecnología cada vez más frecuentemente nos propone.

Procedemos como si la medicina tuviera respuesta para todo, dice Ariès. Pero no la tiene. Habrá que reencontrar el aliento filosófico que puede hacernos comprender, como afirma Fernando Savater, que "sólo los mortales somos los auténticos vivientes, porque sabemos que dejaremos de vivir y que en eso, precisamente, consiste la vida".

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Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Abril 6, 2005 08:11 AM