Francisco Benko, decano del ajedrez argentino, es el jugador más longevo del país y uno de los tres casos en el mundo; se prepara para nuevos desafíos frente al tablero; llegó a la Argentina tras huir de los nazis
La Nación
Martes 12 de julio de 2005
A los 95 años, Francisco Benko luce pulcro, uñas cortas y prolijas, y una mirada de permanente sensación de asombro; su figura, aún robusta, se desplaza lentamente por las salas de ajedrez y cuando el rigor del frío le golpea la curtida piel el hombre se encierra en el refugio de su hogar, en El Palomar.
Es que el decano del ajedrez argentino, el jugador más longevo del país y el tercer caso en el mundo, no se rinde y se alista para nuevas batallas frente al tablero; entre el 5 y el 15 de agosto próximos participará del campeonato Continental de las Américas (una prueba frente a los mejores jugadores del continente) y en septiembre jugará por vigésima vez una final del campeonato vernáculo.
Acaso tamaña vitalidad se forjó en aquel pasado de dolor en su Alemania natal. Un recuerdo instalado en el corazón del olvido. Comienza la historia.
Nacido el 24 de junio de 1910, en Berlín, fue el segundo y último hijo de Alice Josephine Helene Pick (austríaca) y Richard Wilhelm Benko (húngaro); criado en un hogar de prohibiciones, tuvo por juguetes espanto y muertes; a los dos años perdió a su papá y a los cuatro, la Primera Guerra Mundial le estalló sobre los ojos de la infancia.
"Pese a los esfuerzos de mi madre, durante la guerra en casa pasamos mucho hambre. Un día estaba tan desesperado que cuando entré al aula del colegio me bebí un frasco de tinta", le cuenta a LA NACION, con voz ronca y acento extranjero, don Francisco Benko, que puede conversar en castellano, en inglés, francés o alemán, y también entiende el holandés, ruso, italiano, sueco, griego, latín y portugués.
Tenía 12 años cuando comenzó a jugar con los trebejos, pero aquella diversión duró un suspiro: la vida le reservó un nuevo golpe, la muerte de mamá Alice. Fue solidario en la lágrima junto a su hermana y luchó por sobrevivir con la esperanza oculta en todos lados.
"Mi madre fue una mujer hermosa; en un balneario conoció al músico Johann Strauss, que le firmó un autógrafo sobre un abanico y le dibujó un pentagrama con los primeros acordes del vals «Voces de primavera», uno de sus clásicos. Tras la muerte de ella, ese abanico se completó con la firma de otros músicos, como Friedrich Gulda, y en el anverso con las firmas de famosos ajedrecistas", señala Benko, acaso, el motivo que luego despertó su otra pasión, la música clásica; hoy, más de 3000 discos (de vinilo y compactos) forman parte de su colección de melodías clásicas. El vienés Franz Schubert y el austríaco Wolfgang Amadeus Mozart son sus preferidos.
Si bien entre 1928 y 1929 Benko había alcanzado su máxima hazaña junto a su preferido pasatiempo, con dos empates en simultáneas ante el entonces campeón mundial de ajedrez, Alexander Alekhine, tres décadas después, en 1960, en la Argentina, otra vez frente a un tablero le brotó la más brillante sonrisa: batió a Bobby Fischer en una partida de ajedrez ping pong.
Claro que para disfrutar de tanta alegría el goce partió de un sufrimiento. Es que durante la década del treinta, con la llegada de Adolf Hitler al poder, su vida corrió peligro. LA NACIONalidad húngara por lazos de sangre de su padre no disimuló la religión judía de su mamá. Por ello no tuvo deseos sino opciones: morir o huir; optó por la fuga.
Con sólo diez marcos alemanes en un rincón del bolsillo enfrentó el control fronterizo; entre el manojo de ropa escabulló el juego de ajedrez para disimular la huida. Llegó hasta Rotterdam, donde abordó el Alwaki, el barco que lo trajo a la Argentina, en la primavera de 1936.
Con el desenlace de la historia, Francisco Benko comprendió que esa vez había ejecutado la mejor jugada sobre el tablero de la vida; con su plan le había ganado una partida a la muerte
"Si me hubiera quedado seguro que me mataban. Para los nazis era un judío más por herencia de mis abuelos maternos", dice Benko. "Acá, al principio, no fue fácil conseguir trabajo, y muchas veces el ajedrez fue un aliado para evadirme frente a tanta frustración", señaló.
Francisco Benko y el ajedrez, un siglo de historias de vida sostenidas por la memoria y los recuerdos.
Por Carlos A. Ilardo
Para LA NACION
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