Dentro de un mes cumplirá 80 años el historiador que contó el devenir político argentino a varias generaciones. En la intimidad de su chacra en Capilla del Señor, Luna recibió a la Revista
La Nación
Revista
Domingo 21 de Agosto de 2005
Llegamos a Los Bichos, su chacra en Capilla del Señor, un domingo al mediodía. Félix Luna estaba allí con su familia: su mujer, Felisa de la Fuente, una riojana a la que todos conocen como "la Negra"; su hija Felicitas, profesora de historia y su mano derecha, y su nieta Morena, de tres años, con sus amigas. Desde el portón blanco de la entrada hasta las enormes vasijas pintadas de rosa viejo, todo es simple y de buen gusto. No hay estridencias. Tampoco en las casas que sus hijas fueron construyendo a medida que armaron sus propias vidas, y que están a menos de quinientos metros de la de sus padres. Ni en la cocina, incorporada al comedor, donde cuelgan cacerolas, coladores, y se ven soperas de plata, botellas de vino tinto y otros objetos de uso cotidiano.
Nos esperaba una parrilla humeante. Decidimos empezar nuestra conversación antes del asado. La idea era descubrir mejor a este prestigioso personaje, símbolo de la Argentina, apodado "Falucho", que nació en Buenos Aires hace casi ochenta años en el seno de una familia oriunda de La Rioja.
Nos instalamos frente a una generosa chimenea encendida mientras el resto de los comensales preparaba la mesa, organizaba las ensaladas y se ocupaba de mantener ocupadas a las nenas. Apoyada por ahí, una guitarra con ganas de ser protagonista. "El, como padre, no servía para nada –bromea su mujer cuando trae el café y le acerca los cigarrillos–. Pero con las canciones las entretenía a las chicas".
Ambos tienen dos alianzas, una al lado de la otra. Una por el día de la boda y otra por los veinticinco años de casados. Ella le cede el espacio: acerca algo y se va. A veces también le acerca algún nombre que él olvida, o un detalle. Se miman, coquetean. "No te hagas la india", le dice Luna.
Leopold von Ranke, considerado el padre de la historiografía moderna, pedía que le dieran hechos, no interpretaciones. Félix Luna es sin duda un testigo privilegiado de los hechos de los últimos años de la historia argentina. Autor de éxitos tales como Alvear, El 45 y Soy Roca, en su último libro, 1925, editado por Sudamericana (foto), Luna ensaya una fórmula novedosa: diálogos entre gente muy diversa que condensan los temas que apasionaban a los argentinos de entonces.
–Usted se ha ocupado de sacar la historia de los claustros para llevarla a la calle con la revista Todo es Historia, y con canciones como Alfonsina y el mar.
–Esa fue la intención. Llevarla a los quioscos, a los televisores, a las radios, a la sensibilidad de la gente, y hacer amar el pasado, que es ni más ni menos que lo que explica y condiciona el presente.»
–Algo inusual hace cincuenta años. Lo debían de mirar raro...
–Seguramente, sí. Pero, si la hubo, esa mirada se cerró y se reemplazó cuando fui designado académico de historia. Es decir, hubo historiadores de alto nivel que me consideraron un par, no un francotirador.
–¿Quiénes eran sus referentes?
–He leído y frecuentado a los más importantes historiadores de la Argentina. Pero yo no diría que tuve un referente.
–Ni siquiera Sarmiento...
–Oh, por supuesto. Y Mitre también. Respeto a José Luis Busaniche y a Guillermo Furlong, pero yo no he buscado modelos; sí apoyarme en la gente de autoridad, de prestigio.
–También es cierto que la historia y la política eran inseparables.
–No creo que sea muy cierto que hayan sido políticos los que escribieron historia. La historia se fue profesionalizando cada vez más. Yo he hecho mucha política también cuando joven. Después advertí que había que optar entre ser político o historiador, y opté por la historia.
–Y por Frondizi.
–Sí, y lo he admirado y lo sigo admirando mucho. Perdón (se levanta y va a buscar cigarrillos).
–Perdón, ¿pero usted puede fumar?
–Absolutamente no.
–Y entonces, ¿por qué fuma?
–Porque me gusta.
–Tuvo cáncer...
–Tuve. En un momento quise dejar de fumar, pero me gusta.
–¿Tuvo cargos políticos?
–En tiempos de Frondizi estuve en el Servicio Exterior, en Berna, y luego en Montevideo. En 1962 fui jefe de gabinete del Ministerio de Relaciones Exteriores.
–¿Qué rescataría y qué le criticaría hoy a Frondizi?
–Rescataría la profunda racionalidad de su política, que fue realmente algo muy tranquilizante después de la locura peronista. Y le criticaría un manejo no demasiado claro en relación con las Fuerzas Armadas.
–¿Cómo apareció la música en su vida?
–Un poco de casualidad, por mi amistad con Ariel Ramírez. Nos encontramos, justamente, en la campaña presidencial de Frondizi. El tenía un pequeño conjunto con el que andaba por los comités, y yo le sugerí componer canciones proselitistas. Le di las letras y él les puso música. Eran canciones groseramente proselitistas.
–¿Recuerda alguna?
–Espere, vamos a hacerla bien.
Toma la guitarra y canta: El muchacho que me gusta para marido/ antenoche en la tranquera/ me ha convencido/ en el caso de proyecto matrimonial/ mientras no haya un presidente/ que sea intransigente/ que se llame Arturo/ mientras no haya un presidente verdaderamente constitucional/ La vida está/ para llorar/ los precios suben/ hasta las nubes/ si a la inflación no la pueden parar/ yo les juro/ que hago una barbaridad/ que venga la elección/ que suba don Arturo/ y entonces mi casorio ya lo tengo seguro/ me caso ahora mismo/ sin miedo al futuro/ ay, que suba don Arturo/ o si no me mudo/ hasta otra ocasión.
Se acerca la Negra, ofrece más café y comenta: "Ya salió el sol, van a poder sacar las fotos". Llevan 48 años de casados. Tienen tres hijas, Florencia, Felicitas y María. Y tres nietos. El 30 de septiembre, él cumple 80 años. La Negra ofrece café y él enciende un cigarrillo.
–¿Cómo fue su historia personal al lado de la historia política? ¿Su mujer quería que fuera político?
–Ella respetó mis decisiones y me acompañó. Me imagino que no le interesaría mucho. Tampoco la política me absorbió todo el tiempo a mí. Fue como un deber cívico, que empezó en tiempos de Perón: una resistencia contra un régimen que uno veía muy represivo, muy autoritario, y siguió después con las tareas que va teniendo quien es llamado a ciertas responsabilidades.
–En algún momento, los hombres que se dedicaban a la historia en la Argentina pertenecían a la clase alta. ¿Usted era la excepción que confirma la regla?
–Sí, efectivamente. Eso ocurrió bastante. Hoy día la historia se ha profesionalizado mucho y hay gente de toda extracción social que hace historia.
–¿Le interesan historiadores como Felipe Pigna, García Hamilton, Pacho O’Donnell?
–No me interesan mucho como historiadores. No veo que aporten cosas nuevas. Pero respeto lo que hacen, desde luego.
–¿Qué historiador argentino de los últimos tiempos respeta?
–Respeto a muchos. A Ernesto Maeder, a Miguel Angel de Marco, el presidente de la Academia Nacional de la Historia.
–¿Usted ha podido vivir de la historia? Esta casa, ¿es fruto de la historia?
–Es fruto de la historia y de otras cosas: de mis canciones, por ejemplo. No te olvides que Navidad nuestra forma parte de La Misa Criolla, que recorrió el mundo. Hay canciones de Ariel y mías que también han tenido mucho éxito: Alfonsina y el mar, Juana Azurduy, por ejemplo. Y es el fruto de un trabajo de toda la vida, no sólo de los libros.
–¿Replanteó su antiperonismo, en algún punto?
–Permanentemente lo estoy replanteando. Antiperonismo, no. Yo no soy ni he sido nunca peronista, pero nunca he sido antiperonista, no he sido gorila... (piensa un rato) Y bueno, en los tiempos de Perón había que serlo, si no, te destruían. Eso es lo que pasó. Uno se sentía muy asfixiado por ese aparato coercitivo que tenía el gobierno de Perón. Yo estaba contra eso. No estaba contra su política social; no estaba contra el sentido igualitario que promovió Perón; no estaba contra la instalación del valor justicia social en la vida colectiva que logró Perón. Todo eso me parece respetable. (Tose.)
–¿Cómo lo encontró la Revolución Libertadora?
–Yo estaba al lado de Frondizi en ese momento. La leí como una suerte de liberación; es decir, la conclusión de un régimen absurdo que iba a ser reemplazado por un sistema democrático, racional, donde se pudieran seguir ciertas líneas de desarrollo colectivo sin estar sujetos a la demagogia ni a la imprevisibilidad.
–¿Qué reflexionó luego, con el final de Lanusse y el regreso de Perón?
–Lo escribí en La Argentina de Perón y de Lanusse. Creo que Perón cambió; no alcanzó a cambiar del todo, y el tiempo le impidió llegar a la conclusión lógica de su evolución, porque murió antes. Pero evidentemente era otro Perón el que vino en el ’73.
–¿Se reunió alguna vez con Perón?
–Una vez, en Madrid, cuando estaba escribiendo El 45, durante seis horas.
–¿Qué le pareció?
–(Responde rápidamente.) Me pareció que era un mitómano, que hacía su propia construcción con las cosas que él decía sin que sus certezas estuvieran fundamentadas en nada racional.
–En el ’76, ¿qué pensó?
–Bueno, que era la lógica conclusión de un estado de locura que se había cernido sobre muchos sectores argentinos. Eso del ’76 fue horrible; pero si lo hubiera pensado uno con frialdad, era bastante lógico.
–Después, con Alfonsín, ¿pudo recuperar la ilusión?
–Sí, la tuve. Y no se frustró demasiado esa ilusión. Sigo pensando que Alfonsín tiene un lugar en la historia. El hecho de haber enjuiciado a los comandantes en jefe lo coloca a Alfonsín en una posición superior dentro de la valoración.
–¿Y con Menem?
–Un régimen frívolo, superficial, oportunista, que dejó el país a la miseria.
–¿Y de la Rúa?
–Yo creo que De la Rúa debe de haberse enfermado. No concibo que un hombre que toda la vida estudió para presidente, cuando llega a la presidencia haga un papel tan (busca el término) poco eficaz, digamos.
–¿Por qué eligió el año 1925 en su libro recién editado?
–Es un año para mí importante, durante el cual aparentemente no pasa nada. Pero en realidad se están desarrollando una cantidad de procesos en materia de creencias, costumbres, prejuicios, modos de divertirse, de hacer el amor, de ver el país y el mundo.
–Hablando de una manera distinta de ver el mundo, ¿qué le han enseñado sus hijas?
–Una vida más libre, tal vez menos prejuiciosa, más adaptada a los tiempos. Yo no necesito adaptarme a los tiempos, a esta altura de mi vida.
–¿No necesita adaptarse a los tiempos, ni siquiera para dialogar con sus nietos?
–Dialogo con ellos. Pero los nietos pertenecen a una generación muy lacónica con la gente mayor. Es difícil hablar con ellos. Entre ellos hablan, pero con los mayores...
–Con sus hijas, ¿cómo es el diálogo?
–Afectivo. A veces salta lo intelectual también, pero lo importante es estar al tanto de lo que les pasa, ayudarlas en lo que se pueda, estar cerca.
–¿A quién escuchan más ellas?, ¿a usted o a su mujer?
–Creo que para ellas es más importante la opinión de mi mujer, porque es más sabia que yo. Conoce más de la vida, tiene un manejo más astuto y sólido. Yo soy medio tonto.
–¿Cómo ha sido como marido?
–Creo que he sido buen marido. La quiero mucho, la he acompañado siempre, no he puesto obstáculos en su carrera, una carrera importante como anticuaria. Hay aspectos que tal vez me reprocho, pero son míos; ella también me los reprocha.
–¿Usted diría que es una persona que ha podido expresar su afecto?
–La Negra me enseñó a expresar afecto, permanentemente.
–¿Cómo es esta pareja en la intimidad? ¿Cómo es usted en momentos de ocio, con relación al placer ?
–Bueno, esta chacra te lo está mostrando. Aquí pasamos horas charlando, leyendo, escuchando música, no haciendo nada, mirando el campo.
–¿Qué música escucha?
–Escucho mucho Mozart, algo de Beethoven, a Django Reinhardt y a Feliciano Brunelli (se ríe). Sí, todo.
–Esta señora que lo atiende, que lo rodea y lo mima, ¿lo enamora todavía?
–Sí. No me apasiona, pero me enamora, me inspira un enorme afecto y un enorme respeto. Mirá, mi libro Los caudillos, que publiqué en el ’64 me parece, tiene una dedicatoria: A mi mujer, nieta de montoneros, en cuyos ojos aprendí a mejor amar esta tierra nuestra y sus criaturas. Eso sintetiza lo que es la Negra para mí.
Feélix Luna fue al colegio del Salvador, donde se mezclaban los chicos de apellidos patricios con los hijos de familias inmigrantes. Uno de sus íntimos amigos del colegio es Fernando del Solar Dorrego, perteneciente a una de las familias más tradicionales de la Argentina.
–¿Cómo es su vida cotidiana?
–Bastante rutinaria. Creo mucho en la rutina (acomoda la guitarra). ¿La guardo? (pregunta sin esperar respuesta). La rutina finalmente es el mejor itinerario que me queda, después de haber probado varios. Me levanto a las nueve, más o menos, salgo a las diez, diez y pico de casa, me tomo un café en Reconquista y Viamonte, y después a las once estoy en mi oficina, que queda en Reconquista entre Viamonte y Córdoba, y ahí estoy hasta las catorce. Escribo, atiendo gente, me ocupo de las cosas de la revista; Felicitas está a mi lado; después como algo, duermo la siesta en casa y, o bien salgo porque siempre hay alguna actividad, algún compromiso, alguna mesa redonda, la presentación de un libro, una muestra, o me quedo en casa leyendo.
–Este señor de casi ochenta años que es hoy, ¿es el usted que soñaba?
–Sí. Vivo de lo que me gusta.
–¿Le quedan asignaturas pendientes?
–Me queda un libro por escribir, que no sé si voy a escribir alguna vez. Una biografía, pero buena, de Facundo Quiroga. Necesito un esfuerzo físico que no sé si estoy en condiciones de hacer.
Por Any Ventura
Fotos: Daniel Pessah y gentileza Familia Luna
Para saber más
http://www.fundacionkonex.com.ar/premios/curriculum.asp?ID=1451
Cuestionario
–¿Su característica más destacada?
–El equilibrio.
–¿Qué cualidad admira en un hombre?
–La afabilidad.
–¿Que cualidad admira en una mujer?
–El encanto. No sé en qué consiste, pero el encanto.
–¿Cuál es su principal defecto?
–La indecisión.
–¿Cuál es su idea de la felicidad?
–Y, esto. La chacra, mi mujer...
–¿Sus novelistas favoritos?
–Evelyn Waugh, Gore Vidal.
–¿Su poeta favorito?
–Miguel Hernández.
–¿Su heroína favorita en la ficción?
–Madame Bovary.
–¿Sus compositores favoritos?
–Mozart y Astor Piazzolla.
–¿Sus pintores favoritos?
–Lascano, de la Argentina.
–¿Con qué faltas es más indulgente?
–Con las del sexo.
Luna y las mujeres
-¿Qué lugar ocupan las mujeres en su vida?
–Muy importante. Tengo seis hermanas mujeres, yo soy el único varón; tengo tres hijas mujeres, no tengo varones; tengo cinco cuñadas mujeres. Mis mejores colaboradores han sido mujeres, mis mejores amigos han sido mujeres. ¿Está mi mujer por ahí?
–Sí.
–Ah, entonces no hablo más (se ríe fuerte). Lo digo en broma.
–¿Cómo es su diálogo con las mujeres? -(Interrumpe la pregunta.) Por eso hice un disco con Ariel Ramírez, titulado Mujeres argentinas. Fue una especie de homenaje a ellas.–Ahora bien, ¿la opinión de quién le importa cuando hace algo?
–Me importa la opinión de Natalio Botana, por ejemplo; de Tomás Simpson, de Manolo Mora y Araujo, de Carlos Strasser, de Eduardo García Belsunce, y sobre todo del público.
–¿Los libros se los lee antes a su mujer?
–A veces lee algunas cosas, a veces la consulto, pero en ese aspecto la última decisión es mía. En todo lo demás manda ella. No soy de esos maricones que mandan en la casa (se ríe).
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/revista/nota.asp?nota_id=731344