Gerontologia - Universidad Maimónides

Agosto 22, 2005

La indignidad de ser paciente

¿Qué fenómeno extraño se produce en una clínica donde- cualquiera sea el precio de la habitación – médicos y enfermeras entran sin golpear, despiertan sin miramientos al paciente y jamás sienten la necesidad de disculparse?

Revista Mercado
Lunes 22 de Agosto del 2005

Entrar al sistema médico, sea hospital, clínica o geriátrico, casi siempre implica sufrir una degradación. Los médicos entran a la habitación a cualquier hora y sin ningún miramiento. Van, a veces con su cohorte de estudiantes, a mostrar al paciente como quien muestra un artículo para la venta. Las pequeñas cortesías, ésas que ayudan lubricar y dignificar a la sociedad civil, se ignoran precisamente en el momento en que más se necesitan, cuando los enfermos se sienten aislados de los demás y traicionados por sus propios cuerpos.

Las explicaciones que se obtienen son diversas. Los presupuestos son insuficientes y las enfermeras no dan abasto. Las internaciones, además, son cada vez más cortas, y eso dificulta el desarrollo de una relación con el personal, etc.

En una encuesta a escala nacional realizada en Estados Unidos entre 2.000 adultos, 55% de los entrevistados manifestaron insatisfacción con la calidad de la atención sanitaria y 40% dijo que había decaído en los últimos cinco años. La encuesta fue realizada conjuntamente por la Universidad de Harvard, la Agencia para la investigación sanitaria y la Kaiser Family Foundation, un grupo independiente de investigaciones.

Los pacientes se quejan allí de médicos arrogantes, mala comida y maltrato generalizado. Estos son problemas reales, más agudizados en los centros públicos con menor presupuesto de, tal vez cualquier país del mundo. En Estados Unidos el problema fue puesto de manifiesto y sacado a relucir con encuestas concretas y , en consecuencia, ya hay hospitales y facultades de medicina que incluyen en el currículum clases especiales de cortesía y buenos modales con enfermos y familiares.

Pero aparte de eso hay otro problema. Uno que detectó allá por los años ’50 el sociólogo Erving Goffman y que describió en su clásico libro “Asilos”. Allí detallaba Goffman las depredaciones de la vida en una institución mental, pero en general señalaba la profunda transformación psicológica que sufre una persona al ingresar a cualquier entorno de tipo médico. Hoy los antropólogos coinciden, y señalan con preocupación que la transformación de ciudadano en paciente comienza en el momento mismo del ingreso.

Después de la admisión de un paciente, decía Goffman, cuando la persona se quita la ropa de calle y se enfunda en la de cama, se produce una contaminación psicológica. Otro detalle importante, es que en la vida normal, la gente es libre de guardar pequeños secretos con su cuerpo, con sus dolencias, etc. En una clínica, en cambio, esos territorios privados se violan y quedan expuestos descarnadamente al ojo público.

Desconsideración con el enfermo. Un ejemplo

El incidente que se relata aquí – ocurrido en una clínica de Estados Unidos y contado por la protagonista a un periodista del Wall Street Journal – podría haber ocurrido en otro país. Lo único que lo distingue es que éste fue publicado por la prensa nacional.

La señora M yacía en su cama de hospital medio dormida la mañana siguiente a su operación de cáncer de mama, en febrero – pleno invierno boreal – cuando una fila de extraños de guardapolvo blanco entró a su habitación (ella había pagado lo que fue necesario para disfrutar del privilegio de la privacidad).

Sin decir palabra, uno de ellos – hombre – se inclinó sobre ella, retiró la frazada y le levantó el camisón hasta los hombros. Todavía débil por la operación y algo obnubilada por el sueño que le acababan de interrumpir, la señora, de 55 años, logró exclamar con cierto dejo de sarcasmo: “Pero bueno ... buenos días ...”. El médico jefe la ignoró. Hablaba de carcinomas, cuenta la señora, e iba de un lado al otro de la cama como quien presenta una cortadora de césped en una feria comercial mientras su público, media docena de estudiantes de medicina entre 20 y 25 años, miraba el cuerpo desnudo de la mujer con distante curiosidad.

Después de lo que le pareció una eternidad, el médico de repente se volvió hacia ella y le espetó:
"¿Todavía no despidió gases?"
"Ésas fueron las primeras palabras que me dirigió, delante de todos," relata.
"No, doctor, eso no lo hago hasta que no salgo con alguien por tercera vez”. “Me miró como ofendido, como si me estuviera negando a seguir el juego que me correspondía, dado el lugar donde estaba”.

Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Agosto 22, 2005 07:42 PM