Los ciborgs son un invento lejano. Se trata de seres medio-humanos medio-máquinas, o al revés, con capacidades físicas y/o psíquicas aumentadas. Uno se imagina seres con tornillos conectados a sus órganos, y con una fuerza, eso, sobrehumana. Pero la realidad actual en este campo es algo menos espectacular pero no menos sorprendente.
Alfons Cornella
Infonomia.com
Jueves, 22 de septiembre de 2005
La combinación de biología e ingeniería para mejorar el cuerpo humano está al orden del día: hay montones de piezas del cuerpo que pueden ser sustituidas por prótesis. Quizás las mecánicamente más avanzadas son piernas artificiales cuyo diseño permite incluso correr mejor a quién las lleva que a los humanos “normales”.
Hay ya en el mercado exoesqueletos (aparatos en los que se monta una persona, y que le envuelven como una especie de carcasa exterior, con un soporte para los pies y la los brazos, desde los que ejecuta sus movimientos, que la máquina multiplica) para ayudar a parapléjicos a caminar, o simplemente, para multiplicar las capacidades musculares en casos de deficiencia (o para soldados “multiplicados” en fuerza por la máquina), o para acelerar el procesos de rehabilitación de pacientes que han sufrido una embolia (robots de terapia física, se les denomina). Algunos de estos inventos ya experimentan con la conexión directa de la máquina al cerebro humano, eliminando así la frontera entre hombre y máquina. Porque, en estos casos, ¿dónde termina la persona y empieza el instrumento? Más complicada será esta separación cuando las máquinas en cuestión sean minúsculas, microscópicas. Nanosoluciones para el humano.
Otra área de superhumanación viene de la mano de la genética. No sólo para resolver algunas enfermedades hoy incurables, sino, de forma más caprichosa, para, por ejemplo, hacernos más resistentes en el partido de fútbol con los amigos durante el fin de semana. Por no hablar de los fármacos ya existentes, que ayudan a superar problemitas de la edad (la Viagra en cabeza). O del éxito de mercado de las empresas que moldean el cuerpo al gusto del cliente.
Hay ya un movimiento de biólogos que llegan a opinar que la muerte no es inevitable. Quizás el más mediatizado ha sido el profesor de la Universidad de Cambridge Aubrey de Grey, creador de la disciplina científica de la biogerontología, cuyo objetivo final es, literalmente, encontrar una curación a la enfermedad del envejecimiento (“to expedite the development of a true cure for human aging”). Algo parecido dice el prestigioso futurista Ray Kurzweil, cuando asegura que algún día (cercano) se conseguirá la inmortalidad (http://www.kurzweilai.net).
Quedan dos dudas al respecto. Una es si todo el mundo tendrá acceso a la superhumanación o, llegado el caso, a la inmortalidad, o si, como siempre, será sólo para ricos.Y dos, si avanzará más rápidamente el desarrollo de humanoides (máquinas casi humanas) que de superhombres (humanos casi máquinas). Posiblemente, estas dos cuestiones tendrán una importancia crítica, hoy impensable, en los próximos cincuenta años. Mientras tanto, nos tendremos que conformar quizás con los anuncios en Internet que prometen un alargamiento de pene.