Gerontologia - Universidad Maimónides

Octubre 23, 2005

La única forma de cambiar las cosas es ser impaciente

ENTREVISTA CON JOSE SARAMAGO

Elegante y vital, a los 83 años, el Nobel portugués habla de su nuevo libro que plantea el fin de la muerte. Y rechaza las recientes acusaciones de antisemitismo.

Patricia Kolesnicov
23.10.2005 | Clarín.com

Sí, me gustaría no morir", va a decir dentro de un rato José Saramago, este señor Premio Nobel de Literatura que anda de acá para allá por todo el mundo hablando y opinando y metiéndose en todo lo que parece que sí le importa. Lo dirá, como todo, con ese castellano cantado, acentuado en portugués que casi casi es su lengua desde que dejó Lisboa y se instaló en las Canarias.
"Me gustaría no morir", cantará ahora, que está por cumplir 83 años y vino a Buenos Aires para ser, junto con Rosa Montero y Eduardo Belgrano Rawson, jurado del Premio Clarín de Novela, que se entrega el martes.
Y dice eso porque en los primeros días de noviembre saldrá en Europa y América la última novela del señor Premio Nobel portugués, Las intermitencias de la muerte, un libro que parte de una hipótesis soñada: la interrupción de la muerte. "Al día siguiente no murió nadie", empieza. Y el siguiente tampoco y nadie, de vuelta, un día después.
Pero no es un horizonte de felicidad lo que sigue: el tiempo sigue pasando, la gente se sigue enfermando, los cada vez más numerosos ancianos se acumulan en lo que irónicamente llama "los hogares del feliz ocaso", la Iglesia protesta, las compañías de seguro, las familias se lanzan a llevar a quienes deberían morir de una vez al otro lado de la frontera, donde la muerte sigue ejerciendo, aparece una mafia que hace sus negocios con el traslado, en fin. El libro es filoso, da risa, es agudo pero, hasta aquí, un Saramago clásico.
Sólo que no se detiene aquí. Un día la muerte —esta muerte local— manda una carta a la televisión anunciando que volverá a trabajar. De ahí en más, la veremos en su sótano, revolviendo archivos y llenando papeles. Hasta que ocurra que hay alguien a quien no logra matar. Es un músico. Stop.
Es en este contexto que Saramago dice —elegante como siempre en su habitación de hotel elegante— que bueno, si se le pregunta de golpe, claro, le gustaría no morir. "Pero ahora piensa en lo que ocurriría. Nosotros no morimos, nos hemos de quedar como estamos ahora. Lo que significaría que un niño que nació ayer también quede ahí. El tiempo dejaría de existir. El niño tendría siempre tres años o tres meses o tres días o tres horas. Sin morir no podemos vivir".
—Parecen dos novelas, una sobre el lado público de la cesación de la muerte; la otra sobre el costado privado.
—Vamos a ver. Podemos entender que hay tres, pueden ser dos y finalmente es una. El planteo de que la muerte deja, para decirlo así, de trabajar, es un planteo en principio bastante gratuito, toda vez que eso no ocurrirá nunca. Pero aceptemos una fantasía, porque uno no tiene nada más en qué pensar y piensa, como todos hemos pensado alguna vez: "¿Y si no tuviéramos que morir?". Y eso lo decimos así a la ligera, pensando qué bueno sería seguir viviendo sin esta sombra. Pero habría consecuencias si la muerte dejara de trabajar. Viviríamos una vejez eterna. Hay las consecuencias obvias, como algunas que ya preocupan a los gobiernos del mundo: cómo vamos a pagar las pensiones si la vejez se alarga, si uno se jubila y después está 20, 30 años jubilado... Esto es lo que usted llama la parte "pública". Y es que la novela abre un gran angular y luego apunta a un ser determinado.
—Y la muerte se humaniza...
—Es como si, en nuestra vida tan frágil, tan poca cosa, la muerte se diera cuenta, finalmente, de a quién está matando. No es la muerte impersonal que tiene que matar y mata y no piensa en ello. Quise imaginar un día en que la muerte mira a los ojos a la persona a la que va a matar.
—¿Y pasa algo con esa mirada?
—Bueno, ella es mujer, le gusta la música... Lo digo porque ella misma ha tocado, hay grabados antiguos en que la muerte se representa tocando un violín. Y eso para decir que la muerte conduce el baile y la gente baila al compás. Que, en el fondo, son formas de intentar entender qué es lo que estamos haciendo aquí.
—¿Entendió algo?
—Hay una frase de un científico: "El hidrógeno es un gas ligero e inodoro que con tiempo suficiente se convierte en ser humano". Es así. Si no existiera hidrógeno, pues no estaríamos aquí.
—La pregunta es sobre el sentido: ¿qué estamos haciendo acá?
—No tiene sentido. Nosotros tratamos de dar sentidos, a veces contradictorios. No hay predeterminación, no hay motivo para que estemos aquí, sentados, conversando sobre una novela. ¿Por qué Dios tenía que crear el universo? ¿Para qué se toma la molestia de crear un universo? La vida son un poco de átomos y cosas físicas, químicas. Eso no significa que en las partículas del átomo estuviera inscripto un propósito de futuro. ¿Todo lo que hago tiene una causa prevista desde siempre y tendrá una consecuencia igualmente prevista desde siempre? Pues, no.
—Algunas religiones tienen la idea del libre albedrío, de que Dios lo sabe todo pero no interviene, es un espectador.
—¿Y no se cansó de mirar todo este tiempo?
—Es una paciencia divina.
—A la paciencia divina tendremos que oponer la impaciencia humana. Para cambiar las cosas, la única forma es ser impaciente.
Hace dos meses que Saramago anda con la valija a cuestas, opinando sobre todo, incluso por la libertad de Margarita Meira y Raúl Castells. Anda por el mundo con su mujer, la periodista andaluza Pilar del Río, destinataria de la conmovedora dedicatoria de Las intermitencias de la muerte: "A Pilar, mi casa".
—Hace un año usted decía que no estaba pensando en su muerte.
—Y sigo sin pensar. Pero tampoco es como si yo fuera inmortal y estuviera escribiendo sobre algo que no tiene que ver conmigo. Con todo, me divertí muchísimo escribiendo, quitándole el pathos a la muerte. En ningún momento la historia que yo tenía que contar se me planteó como algo tenebroso, el misterio de la muerte, los ritos, las lágrimas, los lutos. A mí lo que me preocupaba es la muerte que está aquí, esta señora que me llevará un día. Y escribí sobre ella, pero sin temores, sin pensar "me voy a morir, ya tienes 83 años, no vas a durar mucho". Soy consciente de eso pero tampoco la novela ha sido escrita como una suerte de exorcismo, sé perfectamente que la muerte no se deja exorcizar.

http://www.clarin.com/diario/2005/10/23/sociedad/s-05815.htm

Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Octubre 23, 2005 07:46 PM