Abuela: ¿querés que te acompañe al cuarto oscuro?
—No, puedo ir sola, nene. ¿No ves que ando sin el bastón?
Concepción López Rueda amaneció con frío. Desde la ventana de su habitación vio el cielo gris y las calles anegadas por la intensa lluvia del día anterior y pensó que, esta vez sí, no iba a levantarse para votar.
Santiago Fioriti
24.10.2005 | Clarín.com
Antes de volver a cerrar los ojos, echó un vistazo a los caballos y los perros, contempló la imagen campestre con la sierra balcarceña de fondo, y le pidió a su familia que la despertara después del mediodía.
A esa hora, sus nietos la vieron arreglarse frente al espejo y pedir que le cebaran mate. Poco después la ayudaron a buscar la Libreta Cívica, que ella misma había guardado luego de la última elección y ahora no encontraba. Concepción, estaba claro para todos, había cambiado súbitamente de opinión.
Cuando salió a la calle con el pañuelo de seda que recibió en el cumpleaños número 90, el pelo se le volvió incontrolable por el viento y —quizá para seguir a tono con la fama de coqueta de la que hace gala— Concepción pidió retocarse antes de posar para la foto. Su bisnieto mayor, Guillermo, ya había encendido el motor del tractor Deutz 70, modelo 73, para cruzar los 10 kilómetros que separan el campo de la urna. "Desde que Evita nos dio la posibilidad de votar no dejé de ir ni una vez", dice Concepción a Clarín, con voz suave y la mirada cristalina.
En la tierra donde vive desde hace 91 años, Concepción goza de varios privilegios por ser la habitante más antigua de la zona. Ayer, cuando llegó a la escuela 19 de Los Pinos, los vecinos le cedieron el paso en la cola y las autoridades de mesa la saludaron casi con admiración.
Sin excepción, todos rieron a carcajadas cuando su nieto Rubén le preguntó si quería que la acompañase al cuarto oscuro.
Los Pinos está ubicado a unos 80 kilómetros de Mar del Plata y es uno de los tantos pueblos bonaerenses que se resisten a desaparecer, pese a que hoy conserva menos del diez por ciento de la población que tuvo en su época de apogeo.
La mayoría de las 353 personas que hoy viven allí habla con nostalgia de la época en que el lugar era considerado "la capital del ajo" (hace 40 años se llegaron a sembrar 450 hectáreas) y se la ve aún más triste cuando se recuerda que el paso del tiempo les quitó —entre otras cosas— la llegada del tren y el transporte de piedra, otro de los motores de la otrora pujante economía lugareña.
"Esta tierra está cada vez más triste", comenta Concepción, aunque se rehúsa a dar más detalles. "Aquí elegí vivir y de aquí no me iré", adelanta, casi como si estuviera firmando un testamento.
http://www.clarin.com/diario/2005/10/24/elpais/p-01076870.htm