Produce una generalizada sensación de temor y de angustia cuanto se conoce, en forma directa o a través de los medios de comunicación, acerca de las agresiones sufridas por muchas personas de edad avanzada a manos de delincuentes desprovistos de escrúpulos e infectados hasta la médula por sus instintos criminales. La brutal naturaleza de estos actos de barbarie, cada vez más frecuentes, impone temer que se trate de una clara evidencia de la extremada degradación en que están cayendo algunos sectores de nuestra sociedad.
La Nación Editorial
Jueves 10 de noviembre de 2005
La impresión causada por esas agresiones delictivas se vuelve especialmente terrible por el sencillo hecho de que sus víctimas son personas mayores, desprevenidas, indefensas y engañadas muchas veces por malvivientes que logran entrar en sus domicilios y se ensañan brutalmente con ellas, a fin de que ni siquiera se resistan y revelen dónde tienen sus casi siempre magros recursos.
Esa cobarde ferocidad de los atacantes parece no tener límites, pues incluye torturas o severos castigos físicos, amenazas de todo tipo y, en muchos casos, llega al asesinato.
Cada mes durante el año actual alrededor de ciento cincuenta personas de 65 años o más fueron asaltadas -solas o en compañía, en la ciudad o el conurbano- por los infames protagonistas de esta nueva modalidad delictiva que, además, segó las vidas de una treintena de ellas. Puñetazos, golpes con objetos contundentes, impiadosas torturas y alevosas cuchilladas, cuando no graves malestares provenientes de la tensión nerviosa propia del asalto, han puesto fin a la existencia de esos inocentes, abusados por la cobarde actitud de quienes los agreden amparándose en las impías ventajas que les conceden la certeza de salir impunes de ese trance, su superioridad física y el número.
Tómese debida nota de que esas cifras son, sin duda, parciales. Se parte de la base de que sólo es denunciado el 30 por ciento de las correrías delictivas. Dato que avala, pues, la sensación de que la inseguridad está afincada en casi todo nuestro territorio nacional. Su perverso acoso está muy lejos de haberse enquistado sólo en nuestra ciudad o el conurbano, pues se lo encuentra también en otros lugares del país. En la ciudad de Mendoza, por ejemplo, los vecinos realizaron demostraciones públicas para reclamar contra esta clase de delitos, pues también allí se registran episodios de cariz similar
Más de una vez hemos señalado, desde esta misma columna editorial, las enormes diferencias que separan a la delincuencia de otros tiempos de la que ahora ocupa las páginas y los espacios policiales de los medios informativos.
En tiempos pasados y salvo contadas excepciones, los delincuentes trataban de no dañar a sus semejantes. Ahora, daría la impresión de que ese particular ensañamiento es el fruto previsible del perverso quehacer de mentalidades embotadas por torcidas ambiciones y por el desaforado uso de drogas.
Es imprescindible que las fuerzas de seguridad y policiales, y la Justicia, intervengan en forma más eficiente y con toda convicción para revertir esta preocupante circunstancia. Los bárbaros que con sus acciones abusivas maltratan a seres humanos indefensos y, por ende, degradan a la condición humana, no deben quedar impunes y tendrían que ser sancionados en forma terminante. En este caso en especial, las atrocidades que lo caracterizan están reclamando respuestas ejemplificadoras, apropiadas para devolverles a las personas mayores su merecida y hoy esfumada tranquilidad.
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Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Noviembre 10, 2005 10:53 AM