Gerontologia - Universidad Maimónides

Diciembre 04, 2005

¿Soy o estoy?

¡Qué viejo estoy! ¿O qué viejo soy? No sé, nuestro idioma español, castellano o vaya a saber qué, distingue tajantemente el estar del ser: son dos verbos distintos.

La Nacion Revista
Domingo 4 de Diciembre de 2005
La Argentina según Enrique Pinti

El inglés engloba en el genérico to be las dos acepciones y provoca hilarantes errores que los gringos cometen muy a menudo cuando están aprendiendo nuestra florida lengua romance. Así, se oyen cosas como: "Soy contento", "soy afuera" o "estoy tarde". Nosotros, los hispanohablantes, diferenciamos bien las dos posibilidades idiomáticas, pero hay momentos en la vida en las que uno se plantea si es o está.
¿Por qué no puedo memorizar los números de los teléfonos celulares y en cambio no tengo inconvenientes con los de línea? ¿Por qué me molestan tanto los que mastican sonoramente pochoclo en los cines y convidan a sus acompañantes produciendo un molesto ruido mezcla de maraca con serrucho? ¿Por qué no puedo recordar el nombre de ningún cantante o conjunto rockero o rapero o reggae o funk o bailantero que tenga menos de veinte años de trayectoria? ¿Por qué pregunto dónde está mi llavero cuando lo tengo en la mano? ¿Por qué se me borró el "registro de caras" y paso papelones al no reconocer a gente con la que he cenado, conversado, discutido o bailado durante un respetable número de veces? De acuerdo: no son íntimos, no son hermanos de la vida ni parientes, pero ¿por qué me parecen totalmente desconocidos, casi extraterrestres? ¿Por qué me parecen cada vez más estériles e inaguantables las mesas redondas donde se debaten temas de actualidad y me niego a prestarme a esos encuentros? ¿No sería mejor una cama redonda? ¡Nooo! De sólo pensar en los que las protagonizan por televisión me corre frío por la espalda. ¿Por qué me gusta tanto hablar en los cafés y en los restaurantes con amigos y conocidos? ¿Por qué, haciendo teatro, no hago más que hablar de teatro después del teatro? ¿Por qué soy nostálgico de cosas que no viví, como la Corrientes angosta o el tranvía a caballo? ¿Por qué recuerdo un baile de carnaval de 1949 en el que no me pasó nada especial como no fuera la docena de especiales de crudo y queso que me mandé al buche, y tengo confusiones cuando trato de recordar algo que pasó hace un año? ¿Por qué me pierdo en barrios porteños en los que nunca viví pero que he visitado con asiduidad para ir a reportajes o cumpleaños de amigos? ¿Por qué Costa Rica, Honduras, Guatemala se me traspapelan y confunden con Humahuaca, Bacacay, Boyacá y nunca sé indicarle al tachero (más perdido que yo) cómo corno se llega? ¿Por qué cada vez me cuesta más hacer la digestión y el relojito biológico del funcionamiento intestinal se parece más al carrillón de Notre Dame agitado por Quasimodo al borde de un ataque de nervios que al británico y puntual Big Ben que solía ser? ¿Por qué me acostumbro a oír estupideces y no contestarlas? ¿Por qué empiezo a olvidarme del motivo de antiguas peleas y entredichos con gente a la que no saludo hace años?
Podría seguir enumerando preguntas inquietantes hasta el infinito. Sin embargo, debo reconocer que no a todas estas cuestiones las vivo como un retroceso o con una sensación de decadencia. ¡Para nada! En algunos casos son opciones más o menos conscientes de una manera más cabal de vivir la vida. Bueno..., lo que quede de ella. Otros casos los internalizo como un avance sobre mi "corrección política", que ya me tenía un poco cansado. Pero, claro, en otros no tengo más remedio que suspirar nostálgicamente por lo que se perdió y no volverá.
No soy viejo, estoy viejo. Viejo para fingir, viejo para ocultar lo que pienso en aras de la formalidad, viejo para aguantar lo que me parece estúpido, ilógico o patético, viejo para soportar la más mínima prepotencia y viejo para recordar datos inútiles que no hacen al fondo de ninguna cuestión de vital importancia. Y soy viejo para todo el resto. Cosa que, a decir verdad, tampoco me desvela. ¿Me pierdo en Palermo Viejo? ¡Ma sí!, invoco al fantasma de Borges y ya encontraré la esquina rosada que me guíe.
¿Me molesta el crunch-crunch del pochoclo? Me cambio de butaca y chau.
¿No me acuerdo como se llama tal o cual grupo musical? Seguramente, porque no me interesa el repertorio que interpretan.
Y seguiré hablando en los cafés de mi amada Buenos Aires, seguiré extrañando aquellas viejas pizzerías de barrio, aquellos primeros días de primavera cuando la sangre joven y virulenta ardía en las venas también jóvenes y sin colesterol de los veinte años. Y seguiré pensando que ser viejo o estar viejo es una cuestión de matices, y que lo más importante de la vida es abrir los ojos al despertar y saber que "el de arriba" nos regaló otras veinticuatro horas.
* El autor es actor y escritor

http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/revista/nota.asp?nota_id=760825

Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Diciembre 4, 2005 08:40 AM