En esta nota, la particular visión del autor acerca de los motivos para la celebración y el significado oculto en la palabra solidaridad. Cuando el valor de las cosas sencillas permanece olvidado, él propone un regreso al origen
La Nacion Revista
Sábado 24 de diciembre de 2005
Permiso: los que gozamos del privilegio de comer sin zozobra cada día "el pan de cada día", y de saber leer y escribir, por estas fechas podemos estar de celebración. De pronto nos acordamos de la solidaridad y se nos da por brindar. No está mal lo que está bien. Sobre todo si lo acompañamos de reflexión: mejor que la euforia es la intensidad.
¿Cómo llegar al meollo de la intensidad? Volviendo a las preguntas primordiales. Adelante con los faroles y las linternas.
¿Cuánto hace que no damos un abrazo de repente, sin motivo alguno?
¿Y cuánto hace que no nos hincamos para beber el agua?
¿Y cuánto hace que no comemos nueces con pan a esa hora en que la tardecita es rumiada por la noche?
¿Y cuánto hace que no reparamos en las venitas del aire? ¿Y cuánto que no nos damos cuenta de que la música es el agua de ese aire con venitas?
¿Y cuánto hace que no caminamos descalzos por la tierra?
¿Y cuánto, cuánto que no apoyamos nuestro oído sobre el pecho indefenso de quien duerme en nuestra casa?
Nunca es tarde cuando hay pulso. Y hay pulso cuando brotan las preguntas. En verdad, compatriotas en la casa del mundo, vivimos despilfarrándonos: desangrando nuestra sangre, descorazonando nuestro corazón, respirando sin mirar a quién.
Todo asoma celebración. Lejanos olores flamean detrás del día de mañana: el de los cuerpos que se hacen el amor de los amores; el de la espiga que deviene harina que deviene pan; el de la uva profunda que será luminoso vino oscuro. Gritemos hasta sacudir las sienes del cosmos: ¡Aleluuuyaaa! ¡Huiiijaaa! ¡Alehuiiijaaaa!
Ahora sí, a brindar: el presentimiento quiere ganarle al presagio: todo está preñado de víspera.
Sea el vino, ¡por los que nacieron, por los que merecen la memoria, por los habitantes de todos los cuerpos con el pánico de sus interrogantes!
Sea el vino, ¡por la piel, y la piel de la piel, y la conciencia de la piel, porque piel mediante estamos tocaaaaando el cosmos!
Sea el vino, ¡por los colores, todos los colores, y el fatigado gris también!
Sea el vino, ¡por los techos de las casas que abrigan los cuerpos abrazados, abraSados!
Sea el vino, ¡por el Sol, porque todavía nos recuerda pese a nuestra enconada desmemoria!
Sea el vino, ¡por los que no confunden paz con abstinencia, ni heroísmo con impunidad; por los que saben que la vida no termina en el umbral de sus casas!
Sea el vino, ¡por el hombre y la mujer cuando tienen las manos limpias porque no se lavan las manos!
Sea el vino, ¡por la palabra, porque siempre llegará más lejos que todo misil, que toda bala, que toda prepotencia!
Sea el vino, ¡por el reino de la Tierra con todos sus pajaritos, peces y bichitos!
Sea el vino, ¡por el rubor del durazno, la sabiduría de las uvas, la franqueza de la aceituna, el orgullo de la cebolla, la cordialidad del orégano, la emoción de la albahaca! Y sea, ¡por el coraje del ajo!
Que sea el vino, ¡por el agua que tiene gusto a agua, y por la conciencia del agua!
Que sea el vino, ¡por los que hacen el pan y hacen el amor y hacen los hijos con el mismo sudor!
Que sea y sea el vino, ¡por el mismísimo Apocalipsis, porque ahora le estamos rajaaaando el vientre y de cuajo le vamos a arrancar una aurora!
¡Manos a la obra! ¡Sudores a la obra! ¡Labios a la obra! ¡Corazones y sangres y sueños a la obra!
Que sea y sea el luminoso vino oscuro: brindemos paladeando las palabras que esconde la palabra "solidaridad". Ahí están: Sol. Y dar. Y dad.
Bienaventurados los que se aventuran.
Depende de nosotros que el Sol no nos pierda la memoria.
Por Rodolfo Braceli
* El autor, argentino, es escritor y periodista (rbraceli@arnet.com.ar)
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