Alba Toranzo, la joven, expresiva y bonita intérprete del cancionero vernáculo que se hace aplaudir en sus presentaciones en peñas y en broadcastings (Antena, 1940).
No, ésta no es una nota de balance. Ni siquiera tiene que ver con el fin de año, al menos no directamente. Pero ya que éste es el tiempo en que la gente se pone a desear para el futuro y toma conciencia de lo pasado, ¿qué mejor que la historia de vida –hecha como la mayoría de polvo y milagros– de Alba Toranzo, que puede contar a través de sus ojos 75 años de música popular? Y cantarlos, también, porque la voz no envejece.
Por Santiago Rial Ungaro
Página/12
Viernes, 30 de Diciembre de 2005
No es casual que Alba Toranzo viva a metros de la estación de subte Carlos Gardel. Como El Zorzal Criollo, Alba Toranzo, calandria criollita, milonguera y maleva, cada día canta mejor. Y ojo, que no es una frase hecha. Alba siempre (salvo cuando perdió la voz) cantó bien. “La voz no envejece”, acepta esta muñeca brava cuya voz exquisita viene brillando desde hace más de 7 décadas y media.
Alba empezó a cantar profesionalmente a los 7 años: su papá (un peluquero napolitano consciente del don de la niña de sus ojos) la llevó a Uruguay a cantar para los carnavales. “Fui con dos guitarristas que en realidad eran también peluqueros. Era un clásico en aquel tiempo que los peluqueros rascaran un par de tonos en la guitarra. Pero se las arreglaban bastante bien: cantaban a dúo y me acompañaban a mí.” Don Juan, el padre de Alba, era “hombre de facón a la cintura”. “Era un tipo al que si le regalabas un cuchillo estaba contento. Había tenido sus andanzas de joven, pero era un tipo muy emotivo, muy sensible: me escuchaba tocar en la guitarra alguna pieza y se ponía a llorar. Tenía mucha sensibilidad y arañaba algo la viola, pero los dedos no le servían: tenía dedos gordos. El me acompañó a todas las fiestas hasta que fui mayor de edad.”
Alba nació en agosto del 1922, así que la mayoría de edad llegó con la década del 40, una época dorada para el tango, en la que Alba y sus hermanas brillaban con luz propia bajo el nombre de “Las Hermanitas Toranzo”. Alba era la menor y además de ser la más dotada también era la más decidida.
Don Toranzo armó el trío para aprovechar el talento de la niña prodigio.
“Me acuerdo que mi viejo me dijo: “‘Ponelas a estudiar a estas dos vagas’. Yo era la menor, pero ellas no sabían ni de música ni de letras ni nada”. Tiempo después, cuando Gloria se fue a vivir afuera, siguieron como dúo.
La primera en irse fue la mayor, Gloria, con ganas de armar una familia. Las Hermanas Toranzo siguieron cantando durante un tiempo como dúo hasta que, mucho después, se fue Alma. Por entonces, Alba llevaba el nombre artístico de Vida Toranzo. Claro que la historia de Alba y sus hermanas sólo es una parte de esta historia: Alba empezó a cantar antes que ellas, siguió después y sigue aún armando bandas y realizando sus espectáculos junto a Fernando Noy.
“¿Sabés la edad que tengo, no? Tengo 83 años. Y vividos intensamente”, aclara con orgullo Alba, que supo tener sus éxitos, sus viajes (vivió dos años tocando en Panamá, y también vivió en Italia, Bélgica y Austria siempre cantando y tocando la guitarra), sus amores y sus hijos. Pero eso sí: nunca a la sombra de ningún hombre. Salvo, en su infancia y su juventud, su padre. Sea como niña, como joven, como mujer, Doña Alba siempre supo hacerse valer. Y no sólo cantando: “una tiene que aprender a defenderse”, reflexiona la cantante y recuerda alguna de las numerosas veces que se le cruzaron matungos con ganas de abusar de esa muchachita menudita (no mide más de 1,50) cuya cara y voz angelicales esconden a una verdadera guerrera. Quienes la hayan escuchado cantar sabrán que su voz sigue sonando tan afinada y aterciopelada como en la época dorada de las Hermanitas Toranzo en las décadas del 30 y del 40. De todas formas, no es raro que Alba siga siendo un artista casi secreta. Si antes decíamos que era una muñeca brava, en realidad Alba merece otro tango que esté a la altura de su carácter. Lo de muñeca brava le queda chico: Alba no es brava, es bravísima: “La otra vez le decía a mi hijo que si la mano sigue así yo me compro un revólver. ¿Cómo puede ser que ataquen a los viejitos así? El ladrón de antes tenía códigos. Eran señores ladrones: respetaban a la gente mayor, a los niños. Ahora parece que siempre agarran a los viejos. Eso es de cobarde. De última, si querés sacarle la cartera a una vieja anda a sacársela a una vieja bacana... ¡aprendé a afanársela! ¿Cómo es eso de ‘dame la cartera’? Son una raza resentida, es toda una generación resentida, eso es parte de la realidad socioeconómica del país. Es como el chiste ese del tipo que va a robarle a otro y le dice: ‘Arriba las manos, dame la guita’. Y el otro le contesta: ‘¿De qué guita me hablás, si hace un año que no consigo laburo? ¡No tengo guita ni para el colectivo!’. Y otro le dice: ‘¡Me vas a decir a mí, que te estoy apuntando con una canilla!’. Ese chiste está sacado de la realidad”. A pesar de los inevitables análisis para su próxima operación, Alba sigue en actividad.
Pero si estuviera jubilada sería una verdadera jubilada violenta: “La otra vez me quiso asaltar una mujer. Yo venía de la casa de mi hermana, que había ido a dejarle unos manguitos. Y de repente veo a una chica hermosa, hermosa. Pocas veces se ven chicas tan bonitas, yo creo que debía ser peruana. Y me dice: ‘dame la cartera’. ‘No tenés suerte’, le dije: ‘La plata que tenía la acabo de dejar recién. Pero igual, la cartera no te la doy’. ‘Mirá que no estoy sola’, me dice y me señala a un tipo que estaba enfrente. Y yo vi que había un tipo ahí, pero le dije: ‘Ni vos ni 20 de esos tipos que no sirven ni para laburar me van a poder sacar la cartera, porque es un recuerdo de mi hijo’. Venga pegarle y pegarle, se terminó acobardando. Se ve que le dolió, porque le pegaba en el pecho”. Alba se entusiasma: tiene muchas anécdotas por el estilo: “Otra vuelta, hace unos años, yo tenía un conjunto, y había cobrado la plata de una presentación. Y veía caminando por la calle y siento que un tipo me agarra de atrás y me pone la mano como para taparme la boca..., yo entré a morderlo hasta que se escapó. Imaginate, los dientes que yo tenía en esa época eran como cuchillos: cuando llegué a mi casa y me miré al espejo vi que tenía toda la ropa llena de sangre”.
Alba y negra
Pero por cierta extraña ley de las compensaciones, esa bravura va de la mano de esa ternura que sólo tienen los que supieron sufrir, amar y partir. Y volver. Alba llegó con su fina estampa de cantora a muchos escenarios del mundo, entre ellos el Festival de la Canción en Mónaco.
“Mi viejo era un tipo que se enamoraba de los músicos. Cuando veía a algún tipo que le gustaba cómo tocaba se le pegaba y lo cargoseaba hasta que al final se terminaba haciendo amigo. Y ese entusiasmo que él tenía a mí me valió trabajos muy grandes, por ejemplo, cuando llega a Buenos Aires la Venus de Ebano... ¿Sabés a quien me refiero, no?” Cuando Alba tenía 6 años, la gran Josephine Baker visitó Buenos Aires a presentar El pájaro azul, un programa revisteril, en el Teatro Astral. “Josephine necesitaba una criatura para su espectáculo. Un tipo que andaba rondando por ahí le tiró el dato a mi papá. Yo había estado en la compañía infantil de Angelina Pagano, pero mi papá me había sacado. Y el día de la prueba tuve una competencia, porque Angelina Pagano había llevado a una nena de su compañía. El asunto era que la nena tenía que hacer que se dormía. En el sketch, a Josephine Baker la habían dejado para cuidar a la nena y estaba esperando que la criatura se durmiera para irse de parranda. La tipa no quería cuidar la nena, se quería ir a bailar. Entonces la nena se tenía que despertar en ese momento y llamarla. Y lo que pasó fue que la nena que había traído la Angelina Pagano se quedó dormida en serio. ¡Teníamos 6 años! Entonces la negra se puso loca, y dijo: ‘Vamos a probar a la otra a ver si también se queda dormida’. Y yo me quedé ahí, con un pijama de seda, esperando... ¡ni loca me iba a dormir! Ella tenía que decir: ...y ahora...¡al baile!, en ese español enredado que ella tenía. Y ahí yo me levanté y empecé: ‘¡mamá, mamá!’. Así fue como quedé. Me acuerdo que la negra se encariñó conmigo y me llevaba a comer chocolate con churros. Yo estaba fascinada por dos razones: primero porque nunca en mi vida había visto antes una persona de piel negra. Y segundo porque tenía las uñas pintadas de plateado. Y por esa experiencia ella le pidió a mi papá: ‘¿No me deja llevarla a Francia? Yo voy a hacer una estrella de su hija’. Pero cuando volvió a casa y le contó a mi mamá, la vieja casi lo mata: ¿Estás loco?, le dijo. ¿Qué te pasa? ¿Te pensás que voy a vender a mi hija?.” Esta temprana experiencia, cantando en los carnavales y en los programas de radio de la época, es la que le dio la categoría que hoy tiene como cantante.
Así se canta el tango
Lo cierto es que Alba canta el tango como ninguna, pero también cantó y tocó mucho folklore (hay que entender que en los años ’40 ambos mundos estaban íntimamente entrelazados) y hasta tuvo su etapa tocando música cubana y hasta coqueteó con la música brasilera y con los boleros. Pero la mujer a la que en su momento felicitó Horacio Salgán regalándole un “la felicito porque lo que usted hace es muy difícil” tiene la autoridad de los que saben. Claro que sus opiniones son políticamente incorrectísimas, aun cuando tenga argumentos. Cuando se larga a hablar sobre música queda claro que esta abuela es, por personalidad, más punk que muchas y muchos. Sus opiniones no encajan en estos tiempos de tibieza y autoadulación fríamente calculadas y efusivamente expresadas: “Hay mucha gente que canta tango. O mejor dicho: ellos creen que cantan tango. Pero no es así. ¿Por qué? Primero porque no le dan el color. Segundo porque tienen la manía de cambiar la melodía y a veces incluso hasta le cambian la letra, lo que es una falta de respeto hacia el compositor. Un cantor como Goyeneche iba a la casa de los letristas para preguntarles qué quería decir alguna frase más oscura. Sin embargo, ahora todo el mundo cambia las letras como si nada. Hay mucha gente que no nació para cantar tango y sin embargo graba discos y toca en todos lados.
Ayer escuchaba a uno que parecía que estaba cantando ópera, pero no quiero hacer nombres. Hay gente que es muy atrevida. Hay tipos que se creen que son grandes cantores. De los de antes, tengo que nombrar, número uno, a Carlos Gardel, el mejor de todos. Y como cantante mujer la mejor era...
Después me gustaban Edmundo Rivero y Julio Sosa. Y tendría que nombrar a Goyeneche, pero al final estaba tan mal que costaba pensar que alguna vez cantó bien. Y hay un muchacho que se llama Carlos Rossi, que es un gran valor, pero no tiene el reconocimiento que tiene por ejemplo Soledad, que llena estadios haciendo cualquier cosa. Dan ganas de pegarle para que no cante más. Mercedes Sosa dijo que lo que ella hacía no era ni folklore ni nada. Esa chica anda siempre corriendo de un lado al otro del escenario, ¿por qué no va una cancha de fútbol a correr? El escenario no es para correr. Y aparte de eso, triunfar revoleando el poncho. ¿Qué explicación, qué sentido tiene eso de revolear el poncho? No está sacando ni un perro, ni una vaca, ni un caballo. Otro es León Gieco, que siempre toca a primera y la quinta. Parecería que no aprendió nada en todo este tiempo tocando música. El tipo sale con la guitarra y una flauta atada. La otra vez una amiga me decía: ‘Así andan los pordioseros por la calle, para conseguir monedas...’ Y es tal cual”.
Regalo de mama
Algo que llama la atención de Alba es que, además de cantar, es una eximia guitarrista que ha grabado en cientos de discos de folklore como sesionista. “Me he pasado la vida estudiando. De chica empecé a estudiar alemán, que después, como anduvimos de gira, tuve que dejar. Después me puse a estudiar inglés. Después, cuando estuve viviendo 3 años en Italia, aprendí italiano: lo escribo y lo leo. Cuando me pongo a estudiar una cosa la estudio a fondo. Y así, estudiando en conservatorios, estudiando con guitarristas. Yo trabajé toda la vida con guitarristas. Siempre tuve un oído científico. En el escenario capaz que yo les decía: tenés exagerada la segunda. O levantá la tercera. Yo siempre abarcaba todo: estudié con profesores y a la vez les robaba lo que podía a los guitarristas con los que tocaba. Toqué con Roberto Grela. Capaz que había tipos que tocaban de oído pero tenían sus secretos, sus cositas. Y yo se los robaba. O si no, directamente iba de frente y les decía: ¿me enseñás eso que estás haciendo ahí, que es tan bonito? Y me decían: ‘¡Sí Albita, cómo no!’. El músico es generoso porque es sensible. No le importa para nada la plata.
He tocado mucho con guitarristas hombres, por eso me siempre me dicen que toco como un hombre. Lo que pasa es que las mujeres tocan cosas populares, zambas, vals. A mí me pasó de tocar la guitarra en la radio y tocar una cueca, que tiene muchos punteos, que aclararan que la guitarra punteada la había tocado yo. Toco con púa, porque si no me rompo todas las uñas.
Me he ganado la vida de eso, y al saber acompañarme con la guitarra los tipos me contrataban porque era un sueldo menos, porque me podía acompañar sola. Y aprendí a tocar de todo, lo que me pedían les decía que lo sabía tocar y lo aprendía: si me pedían música griega les decía que sabía y aprendía a tocarla. Entre los ’50 y los ’60 canté y toqué con Los Yuri y Su Combo, con los que hacíamos música cubana. A veces me dicen: ‘vos tenés doble personalidad: sos sensible, das todas tus cosas, no te importa la plata. Yo soy maleva con los malevos’.” Lo impresionante de Alba es que conserva una ternura infantil: cuando se le pregunta por alguna canción que cantó bien, Alba se acuerda de “Regalo de mama”, una canción de folklore que le canta a una guitarra regalada por “la mama”. “Cuando se murió Juana, mi mamá, no la pude tocar más”, confiesa Alba. Alba sabe que su vida, sus recuerdos, son preciosos: “Siempre me dicen que escriba mi vida, pero se tiene que dar naturalmente. Fernando (Noy) siempre me dice que no tengo que inventar nada, que sólo tengo que contar mi vida. Yo todas esas cosas las hacía porque me llevaba mi papá. Nunca fui ambiciosa. Y cuando tenía 20 años ni te digo: tenía un montón de tipos con plata alrededor, pero yo era una rebelde. Nunca pensé en engancharme con un tipo para hacerme millonaria. Nunca quise tener propiedades y tener una vida llena de lujos. Lo que tuvimos, y tuvimos temporadas muy buenas, lo tuvimos con el trabajo, con la música, con la guitarra.”