Gerontología - Universidad MaimónidesGerontología - Universidad Maimónides
Abril 14, 2004
VEJEZ DESCARTABLE

CUANDO EL PAÑAL ABSORBE LO QUE SE PERDIÓ DE SER ESCUCHADO

Dra.Graciela Zarebski, Dr. Rene Knopoff.

RESUMEN

Este trabajo es una denuncia.

1. Denuncia lo que la sociedad actual no escucha de las características particulares de los adultos mayores, por tener muy obturados los oídos con prejuicios sobre la vejez.

2. Denuncia lo que empresas inescrupulosas aprovechan de esta confusión, para sacar rédito del prejuicio de considerar a la vejez, sinónimo de patología.

3. Denuncia el déficit de formación del personal y de los profesionales, que se dejan llevar por estos prejuicios, por consensos fáciles, por creencias no cuestionadas.

Estas condiciones determinan muchas veces, por parte de instituciones y/o personal de salud, el avasallamiento a la calidad de vida en la vejez, al no poder discriminar, a través de un diagnóstico cuidadoso, cuándo se está ante una vejez patológica de características de franca dependencia, o bien ante una vejez normal desde el punto de vista psíquico, acompañada de ciertas patologías orgánicas puntuales y generalmente reversibles.

A través de algunos casos típicos, se describe un habitual desenlace dramático de esta confusión: la indicación indiscriminada de uso de pañales en adultos mayores, con total desconsideración por evaluar su capacidad funcional y deseo de autonomía, lo cual lleva, en muchos casos, a incentivar el camino de la patología y de la anulación del sujeto.

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1. OÍDOS OBTURADOS

Se tiende a suponer a la demencia senil como el destino inevitable de todo envejecer: se toma al demente senil como ejemplo de llegar a viejo: envejecer pasa a ser sinónimo de pérdida de autonomía, de vida sin sentido, pasar de ser un humano a ser un autómata, un ser desarticulado. La vuelta a la dependencia y a la impotencia motríz.

En muchos casos, aún quienes aparentan haber arribado a tan mórbido desenlace, nos plantean el desafío de que atravesemos ese aspecto imaginario y adoptemos una mirada diferenciadora, ya que esas modalidades de vejez pueden ser, en gran parte, efecto de prácticas sociales de achatamiento de su mundo simbólico.

Lo notable es que, en muchos casos, basta que alguien con ganas de escucharlos se acerque a ellos, para que se revierta ese efecto, para que “muertos en vida” resuciten.

2. BOLSILLOS LLENOS

Es de comprobación habitual, en el ámbito de los establecimientos geriátricos, que distintas ideologías institucionales en relación con la vejez - no necesariamente mejores niveles económicos- determinan distintas modalidades de vejez.

Si bien los casos de mayor gravedad son culminación de un movimiento regresivo que alcanza niveles de primitivizacion en que el deseo queda subsumido en la necesidad puramente biológica, el trato que desde el entorno familiar, social, institucional, cosifica al viejo desde los primeros signos de deterioro, infantilizándolo o no escuchándolo, contribuirá a que se acelere ese camino.

Hoy en día, en nuestro país, la Obra Social de los jubilados desmantelada y conducida hacia intereses puramente empresariales, genera la proliferación de establecimientos geriátricos que funcionan como depósitos de seres desahuciados. La atención del viejo pasa a ser efecto de una mera fórmula: costo – beneficio, cuyo resultado no suele estar al servicio de su calidad de vida.

Esto se refleja en muchos aspectos que son bastante conocidos, pero hoy queremos poner el acento en una actitud que no suele ser cuestionada: el abuso que se comete con el uso indiscriminado de pañales en los adultos mayores.

Veamos un caso bastante habitual:
Isabel es viuda y tuvo una vida difícil. Su fragilidad narcisista acompañada de rígidas defensas no le permitieron establecer vínculos afectivos gratificantes. No tiene casa propia, vive en casa de una hermana con la cual mantiene una mala relación y cuenta con un solo hijo. A los 75 años comienza a presentar deterioro de la memoria y cierto grado de desorientación témporo – espacial. Alguien determinó, sin un análisis exhaustivo, un diagnóstico de demencia senil. Sin embargo, su evolución fue estable durante seis años, con participación en grupos de estimulación y seguimiento terapéutico que la mantuvieron contenida.
Cuando ya no fue posible seguir conviviendo con la hermana, ella aceptó ingresar a un geriátrico.

Al mes del ingreso, su hijo se preocupa pues la ve muy mal y llama a la ex - terapeuta de su madre. Antes de internarse era autoválida: se bañaba, se vestía, comía sola. Ahora nota que, repentinamente dejó de serlo y que por la noche presenta incontinencia y le ponen pañal. La terapeuta la encuentra embotada, se queja de no tener fuerza para atenderse, pero su discurso, su vínculo transferencial y su deterioro cognitivo, no difieren del estado que presentaban anteriormente.

Isabel manifiesta mucha angustia por su incontinencia y dice que no llega al baño por la dificultad para levantarse, la carencia de timbre y la lejanía al baño.

Cuando la terapeuta consulta su Historia Clínica, ante la sospecha de medicación inadecuada, ve que figura bien resaltado el diagnóstico de “Alzheimer” y confirma el incremento notable de psicofármacos, que explican su estado.

Cuando se intenta modificar la posición del psiquiatra del establecimiento, éste se aferra al diagnóstico, al cual atribuye la involución de la paciente y no acepta replantearse el motivo del cambio tan brusco que se genera en la paciente al ingresar al establecimiento.

Justifica la medicación nocturna por el hábito de la paciente – que tuvo toda su vida – de hablar de noche, rumiando en voz alta sus quejas, con lo cual no deja dormir a sus compañeras de habitación. “Primero hay que preservar la convivencia, después a la paciente”. No acepta sugerencias de otros recursos que permitirían una resolución más armonizadora.

La medicación la duerme profundamente, se orina, está embotada y comienza a orinarse también de día, con lo cual ya usa pañal en forma permanente.

Isabel se siente avergonzada. Se logra convencer al psiquiatra para que modifique la medicación.

Isabel mejora, vuelve a su condición anterior a la internación, aunque continúa con enuresis. La terapeuta, considerando que la enuresis, en este caso, no se corresponde con un avance del deterioro mental, sugiere al hijo que consulte con el cardiólogo para evaluar la coincidencia del incremento del diurético con este síntoma, pero la sugerencia de éste de disminuir la dosis no es aceptada por la institución. También se sugiere la consulta con el clínico, para evaluar la existencia de algún trastorno urinario.

En ese establecimiento no hay ninguna actividad recreativa ni de estimulación y hay escasez de personal. Se sugiere que estimulen su autovalidez, pero la respuesta es que no pueden brindar “una atención personalizada”.

Finalmente el hijo consigue cambiar a su madre a otro geriátrico. Isabel está recuperando notablemente su trabajo psíquico y se maneja con un apósito.

De lo hasta aquí expuesto, se puede deducir el camino que sigue una atención “despersonalizada”, atentatoria contra la calidad de vida del viejo:

Diagnóstico que se usa para justificar y tapar todo déficit en la atención (lo que no puede ser escuchado)

Medicación que conduce a confirmar el desenlace esperado.

Uso de pañal.

3. INCONTINENCIA PROFESIONAL

Tal manejo iatrogénico no es, desgraciadamente, de observación exclusiva en los malos geriátricos.

Las condiciones deficitarias en que funcionan hoy en día las instituciones de salud contribuyen a que se generalicen estas prácticas, influyendo en los profesionales que atienden a viejos, los cuales suelen carecer, así como el personal en general, de la formación especializada que les permita superar estos prejuicios.

Como ejemplo de este, muchas veces, fatal manejo, relataremos el caso de Amanda, mujer de 86 años.

Ella es autoválida y nunca tomó medicación. Convive con su hija, sale con ella a pasear, se atiende sola, cocina, pero, luego de una serie de caídas, es sometida a una operación por fractura de cadera.

El cirujano aconseja al familiar el uso de pañal por la conveniencia de no movilizar a la paciente y la familia, que no recibe más orientación, sigue colocándole el pañal tres meses después de la intervención, ¡a pesar de que Amanda no padece de ningún trastorno en cuanto a incontinencia!

Tampoco recibe la familia orientación de la Obra Social de la paciente, que se hace cargo de la rehabilitación muy escasamente y sin ocuparse de asesorar en el uso de la silla de ruedas. Es decir, que nadie asesora a la familia acerca de la conveniencia de recuperar la autonomía en el menor tiempo posible y esto para Amanda es fatal, porque no soporta el estado de postración y sobre todo, el uso de pañal.

Pero esto no termina aquí. La hija consulta con el médico de la Obra Social por una dificultad de su madre en el dormir y el mismo le receta infinidad de medicación.

Esto le ocasiona a Amanda un cuadro confusional por el cual debe ser internada. Ya en su casa, el estado confusional perdura largo tiempo y una de sus manifestaciones es el intento de Amanda de quitarse, no sólo el pañal, sino toda su ropa. A medida que la angustia de la hija va en aumento, se incrementa su actitud sobreprotectora ante el déficit creciente en su madre, lo cual es reforzado por el comentario de amigos que le aconsejan que “un hijo debe pasar a ser madre o padre de su madre o padre” y la opinión de un amigo profesional, quien le sugiere que su madre “ debe de padecer demencia”.

Cuando solicita la opinión de un profesional gerontólogo, éste, al escuchar el relato, pone en duda el diagnóstico y orienta a la hija respecto a colocar la relación materno – filial en su lugar y prestar atención al deseo de autonomía de su madre; sugiere el uso de la silla de ruedas para llevarla al baño y el reemplazo del pañal por un apósito. La hija, que logra reubicarse, ante la esperanza de una posibilidad de mejora de su madre, logra llevar a cabo lo sugerido y comprueba, al cabo de un par de días, el cambio notable en cuanto a la recuperación gradual en la lucidez de Amanda.

¿Qué se concluye de lo hasta aquí expuesto en cuanto a la actitud de los profesionales?

La ideología que sustenta el profesional de la salud se aprecia en los detalles cotidianos más que en los grandes principios.

Podremos decir que nos interesa el otro, que lo respetamos. Pero si en el cuidado cotidiano no lo escuchamos, no lo consultamos en lo que a él le atañe, le estamos - y nos estamos - mintiendo.

Pensemos en las recomendaciones que hacemos. La medicación que indicamos.
¿Es la mejor para el que requiere nuestra atención?

Cuando indicamos un sedante, ¿es realmente lo mejor para quien nos lo reclama?

Quizás nos es más simple y rápido no contrariarlo y extenderle la receta del sedante, pero ¿es lo mejor para el otro?

Muchas veces, si nos tomamos el tiempo suficiente para hacer una correcta indagación y un examen minucioso, concluiremos que puede haber recursos mejores para solucionar el problema que el otro nos plantea.

Cuando decimos esto, es menester que pensemos al otro en su dimensión total, en la que incluimos los aspectos bio-psico-socio-ecológicos.

¿De qué vale un buen estudio del paciente si no le informamos lo que tiene (informar hasta donde el otro puede escuchar)? Es probable que, si no contemplamos este aspecto, el paciente no colabore en su curación, con lo que el resultado será necesariamente pobre.

En otras ocasiones, no nos fijamos si el paciente entiende la indicación dada. ¿Aceptamos que es más importante evaluar lo que el otro entiende y va a hacer, que lo que nosotros le decimos?

En este marco se inscribe la conducta frente al uso del pañal en la vejez.
Se debe ser flexible y tener en cuenta que se pueden presentar al respecto, distintas posibilidades:

Una posibilidad es que, por presentar alguna patología de orden neurológico, exhaustivamente diagnosticada como irreversible, no tenga plena conciencia y presente incontinencia. En estos casos, es lógico y beneficioso el uso de pañal, pues lo preservará de irritaciones y escaldaduras.

Pero hay otras etiologías posibles de este síntoma. El adulto mayor puede presentar incontinencia por múltiples causas: infección urinaria, insuficiencia funcional del esfínter, medicación diurética, prolapso vesicular o etc.

En estos casos, es importante establecer un examen exhaustivo que permita acercarnos a un diagnóstico que nos conduzca a un correcto abordaje y tratamiento del cuadro. Si está conciente y lúcido, debemos explicarle las causas del problema, la posibilidad de arribar a una solución del mismo y los recursos con que cuenta para paliar los efectos desagradables. En estos casos, la decisión de usar o no pañales, asumida por el paciente, es respetable.

Pero es precisamente frente a estos cuadros - que son los únicos que podrían explicar la propaganda que muestra a un viejo exitoso que usa pañales - en los cuales, por comodidad de los cuidadores o por falta de formación gerontológica del profesional que lo puede llevar a error diagnóstico y actitud prejuiciosa, se indique el uso indiscriminado de pañales.

Es de observación corriente que éste es un camino sin retorno. El comienzo del uso de pañales podrá llevar a la pérdida total del control de esfínteres, con lo cual aumentará la dependencia y la sobrecarga del cuidador.

La mejor brújula para adoptar una decisión, será siempre escuchar al paciente para tener en cuenta su deseo y evaluar junto con la familia o su entorno inmediato, la posibilidad de una decisión armónica que contemple, al mismo tiempo, lo mejor desde el punto de vista psicofísico para el viejo y lo posible para el medio que lo alberga.


CONCLUSIONES

Se concluye, de lo hasta aquí planteado, que hay mucho por hacer aún en el campo gerontológico por la mejora en la calidad de vida de nuestros mayores,
- ya sea por medio de la divulgación de principios básicos que permitan cuestionar creencias prejuiciosas arraigadas en nuestra cultura,
- ya sea mediante la reformulación de políticas de salud pública en lo que se refiere a la atención de los viejos, tanto a nivel del estado como de su Obra Social,
- ya sea a través de la formación gerontológica e interdisciplinaria del personal a cargo.

El aviso que encabeza este trabajo es un exponente claro del problema que aquí planteamos.

El mensaje que difunde, al asociar el uso de pañal en los viejos con una buena vejez, incrementa la confusión imperante en nuestra cultura, al no aclarar, como debería hacerlo, que puede haber situaciones puntuales, por diagnósticos precisos, que pueden llevar en algunos casos, a aceptar e incluso elegir, el uso de un pañal.

Pero es precisamente en este punto en el cual se denota la confusión del anuncio, lo cual delata lo riesgoso del mismo: si bien nos muestra una vejez exitosa, el mensaje en letras pequeñas se dirige, no a esa vieja supuestamente muy lúcida para que ella elija, sino a sus cuidadores, quienes serían los interesados en verla bien, como si se tratara de una vejez dependiente.

Este aviso incentiva en la gente joven el rechazo a la vejez, pues vende una buena imagen de la misma, pero ésta queda pegada al uso de pañal. Cualquier viejo que está a nuestro alrededor puede estar portando pañal, al quedar identificado el uso del mismo con la vejez activa, lúcida y de gran desempeño.

Fomentan el uso indiscriminado de un recurso que, a decir verdad, implica dificultades en la vida de relación, en la sexualidad y en la práctica deportiva.

Como otros avisos de productos de venta común, éste debería estar acompañado de una leyenda:

“Usar con moderación. El abuso es nocivo. Puede provocar (en los cuidadores) adicción”.

Enviado por Licenciatura en Gerontología el: Abril 14, 2004 07:27 PM