La Fundación OVO continúa con su programa "Adoptar a un abuelo" en varios geriátricos
LA NACION
Sábado 22 de Enero de 2005
Suplemento Solidario
El aviso en el diario llamó su atención. ¿Querés adoptar a un abuelo? De inmediato memorizó el número de contacto y llamó. No podía esperar hasta saber de qué se trataba la invitación. Ella es Delia Rivera, una de las treinta voluntarias que tiene el programa Adoptar un abuelo, creado por la Fundación Orientación Vocacional Ocupacional (OVO).
Desde hace cuatro años Delia se convirtió en la madrina de Elena. No hay semana sin que vaya a su casa a visitarla para pasar la tarde con ella, entre masas y té. Y cuando no puede ir, la llama por teléfono para conversar. "Fui la primera en tener una ahijada. Y las dos estamos involucradas hasta acá", reconoce señalando la parte superior de su cabeza.
El amor de Delia por los mayores no es nuevo. Aunque siempre trabajó con chicos por su vocación docente, la pasión por los viejitos, como ella los llama, pudo más. "Siento que los niños tienen revancha, pero los viejos no.
A ellos se les acaba el tiempo. Saben de abandono, de soledades, de maltrato... Pero también de experiencias vividas. Sentarse a conversar con ellos es maravilloso."
Cuando comenzó el programa, en 1999, había casi 100 padrinos y madrinas dispuestos a dar amor y compañía a ancianos solos en sus casas o abandonados en algún geriátrico. Pero, crisis mediante, muchos tuvieron que dejar porque se quedaron sin trabajo y ya no podían costear el viaje. Otros perdieron a sus ahijados y no volvieron a reincidir por temor de sufrir otra vez.
Atreverse
Convertirse en voluntario para hacerse cargo de un anciano es un proceso que no surge de la noche a la mañana. "Para adoptar, prohijar a un adulto mayor, primero se necesita haber aceptado, adoptado al abuelo que todos tenemos dentro. La vejez no les pasa a los otros, nos espera", define Silvia Gelvan de Veinsten, presidenta de OVO y creadora del programa.
Doctora en psicología, Veinstein se especializó en violencia familiar y comenzó a investigar el maltrato que sufren los adultos mayores. Abandono, estafas y cierto desprecio por la vida de los ancianos fueron las características más visibles.
"Con este programa pretendemos crear un espacio de intimidad. El padrino es una persona para la confidencia. No queremos enseñar cómo cambiar un pañal, sino cómo mirar a ese mayor, cuándo tocarlo y cuándo no, y saber que no se lo tutea hasta pedirle permiso. En una palabra, buscamos devolverle la identidad", explica Veinsten.
Los que desean convertirse en padrinos deben atravesar un proceso de capacitación en el que se los prepara para acompañarlos.
"Son nueve semanas en las que se trabaja mucho con el rol playing", cuenta Veinsten. "En ese lapso uno se da cuenta si está preparado de asumir el compromiso. Porque estas personas sufrieron muchos abandonos y no pueden soportar uno más", agrega Delia, y trae, a modo de ejemplo, el primer encuentro con Elena.
"Ella me escuchaba, pero no hablaba. Al final de la charla le pregunté si me aceptaba como madrina. Me dijo: Me gustaría. ¿Pero estás segura de que no me vas a abandonar? Ahí me di cuenta de cuánta necesidad de recibir afecto tenía."
Como la idea es dar, una de las pautas del programa es la exclusividad. La proporción es uno a uno; un ahijado por padrino para que sienta que es el destinatario único del afecto.
Hoy, salvo en el caso de Delia y Elena, que son como parientes, ya no se hacen visitas a domicilio.
Por ahora hay cuatro geriátricos privados que piden voluntarios. Son pocos, comparados con la cantidad de ancianos necesitados de compañía. "Sueño con el día en que tengamos cientos de padrinos y madrinas yendo a visitar a sus ahijados. Si tuviéramos algún tipo de ayuda financiera podríamos lograr mucho más."
Laura Reina
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/solidarios/nota.asp?nota_id=673017
Enviado por Licenciatura en Gerontología el: Enero 21, 2005 08:07 PM