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Un maestro de maestros

spiller.JPGLjerko Spiller, a los 98 años
Spiller llegó a Buenos Aires en 1935 para tocar en el teatro Opera

El violinista transmitió su pasión por la música a sus alumnos y a su familia

"¿Vamos al jardín para las fotos?", preguntó el hijo. "Si no me suben el jardín voy a tener que ir yo", respondió el padre. Y así fue como se puso en marcha Ljerko Spiller; con sus 98 años, con el bastón en una mano y el violín en la otra. El viaje era dos pisos por escalera, aunque el periplo de este músico es bastante más largo que eso.

La Nación Espectáculos
Lunes 15 de Enero de 2007



Los devotos de la música clásica conocen su historia, que es la de uno de los grandes maestros del violín. Es difícil contar la cantidad de intérpretes de la música clásica y popular -incluidos sus hijos y una de sus nueras- que pasaron por sus clases.

Este croata que no ha perdido el acento natal se formó en la Academia de Música de Zagreb y en la Ecole Normale de Musique de París y, tras ser concertino en la orquesta de cámara dirigida por Alfred Cortot, viajó a Buenos Aires, en 1935, para tocar en el teatro Opera. "Nací en Croacia, en 1908, cuando todavía existía la monarquía austrohúngara. Por lo tanto, se dará cuenta de que soy muy viejo", dice con picardía.

"Ya era profesor en París cuando vine para tocar cuatro conciertos en el teatro Opera, que era como el Colón". Pero a su llegada, el teatro estaba cerrado. Tuvo que cambiar de planes. O, mejor dicho, hacer otros nuevos. En un concierto privado lo escuchó Juan José Castro, quien lo convocó como concertino de una orquesta sinfónica que estaba formando. "El sueldo era alto. En esa época había mucha plata en la Argentina. De llegar y no tener dónde tocar pasé a eso. Este tipo de cosas me han pasado varias veces en la vida, de diferentes formas."

Todo lo que pasó después, según las anécdotas que cuenta este violinista, es producto de la suerte, la casualidad, la sorpresa, la dedicación, la rigurosidad y, sin duda, el talento. Dicho en criollo, Ljerko Spiller es un maestro de maestros.

Aquí fundó la orquesta de cámara que llevó su nombre y la de la Asociación Amigos de la Música. Dirigió orquestas como la de jóvenes del Collegium Musicum y la femenina de Radio El Mundo. Desarrolló proyectos como el camping musical de Villa Gesell y fue profesor extraordinario de la Universidad Nacional de La Plata. Recibió diversas distinciones en la Argentina y en varios países europeos. Su prédica musical fue tal que no sólo es una referencia ineludible en la docencia; también crió una familia de músicos.

Dos pisos más abajo, en el jardín, lo espera parte del clan. Allí están su esposa, su hijo Andrés, que es un reconocido oboísta y director, su nuera, Marcela Magín (violista de varias agrupaciones de cámara y de orquestas), tres de sus nietos (Gabriel, Pablo y Carola) y la mujer de uno de ellos, la cubana Elizabeth Monteagudo Pérez. Todos son músicos. Incluso, varios tocan y cantan en los mismos grupos y orquestas.

"No sé si la música fue algo ineludible, pero es complicado escaparle porque se nos transmitió el placer por esto. Uno de chico recibe todo. Es difícil escapar de la sensación placentera de escuchar y tocar", dice Gabriel, mientras su pequeña hija juega a las escondidas en el jardín del edificio.

"Para nosotros, elegir una carrera musical no fue un acto de rebeldía. En ningún momento dudamos si podíamos vivir o no de la música, cosa que en otras familias ocurre", completa su hermano Pablo.

Andrés creció escuchando a su padre, estudiando y tocando con él. Con el tiempo se decidió por el oboe y la dirección orquestal, con los que hizo una importante carrera: "De querer evitar la música hubiera podido. Pero es de esas cosas que no se quieren evitar. Me encantaba acompañar a mi papá. Me quedaba horas escuchando sus clases". Su hermano Antonio también se dedicó a la música. Como Andrés, amplió sus estudios en Alemania. Pero Antonio se quedó. "Si bien no viene seguido a la Argentina, mis padres lo visitaron mucho y yo cada vez que tuve una gira por allá me hacía una escapada. La música nos separó físicamente, pero cuando nos vemos es como si no hubiera pasado el tiempo", completa el oboísta.

-¿Se puede trabajar bien en la música entre hermanos o esposos?

Andrés: -Es que los músicos siempre llevamos el trabajo a la casa. Eso nos atañe a todos: a los populares y a los clásicos.

-¿Qué pasó cuando los nietos, teniendo un abuelo dedicado a la música académica, optaron por la popular?

Caro: -Yo voy con ventaja porque ya Gabriel y Pablo tocaban en grupos de rock. Por eso conmigo no hubo demasiado problema. Al principio amagué; estuve en el coro de niños del Colón. Pero ahora soy la más alejada.

Pablo: -Por nuestro lado y por mi mamá (Pepa Vivanco, de gran trayectoria en pedagogía y música infantil, es la madre de Pablo y de Gabriel), la música popular siempre estuvo presente. Con los primeros acordes armé bandas de rock para salir a tocar por ahí. Siempre estuve cerca de la música académica, pero nunca me interesó verme haciendo eso. El tema es ver en qué lugar uno se siente cómodo participando del hecho musical.

-Ljerko, ¿qué opina de estas ovejas negras que se dedican a la música popular?

Ljerko: [Se ríe] -Nunca pensé que eso podría pasar. Pero pasó. Lo que demuestra que no tengo mucha capacidad didáctica en la familia.

- Uno se imagina que en una familia así se habla y se hace música todo el tiempo.

Andrés: -Se habla de música en un ochenta por ciento de las conversaciones, pero no tocamos. Con mi papá hicimos música juntos, pero cuando era para un fin determinado. No era espontáneo.

-No por esparcimiento.

Caro: -No, claro [se ríe y contagia al resto]. No cantamos en Navidad.

Por Mauro Apicella
De la Redacción de LA NACION

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