Gerontología - Universidad Maimónides

« El envejecimiento de la población en la Ciudad de Buenos Aires. | Página Principal | El brain-training supera a otros juegos frente al declive mental »

Pequeño Manual de Abuelos a la antigua

Una de las figuras inolvidables de mi niñez fue mi abuela. Una inmigrante española que, allá por 1906, llegó al puerto de Buenos Aires con cuatro hijos. Luego, se instalaron en Buchardo, un pueblo chico de la ciudad de Córdoba. Buchardo era -y creo que es- un pueblito propio de aquellos tiempos, con calles de tierra, una plazoleta, un galpón donde se hacían las romerías, la usina y un almacén de ramos generales. Naturalmente, también había un médico, un farmacéutico y una escuela donde una sola maestra daba clases para todos los grados (si mal no recuerdo era la señora de Manteola).

Por Nilda Merino
DNI: 7.779.980
Publicado en: Argentina Pueblo a Pueblo

Durante muchos años, la abuela fue quien, con infinita ternura, soslayaba los eventuales enojos en la familia. Con sus manos endurecidas por el trabajo en la quinta, y en la batea de madera, acariciaba las cabecitas de los más chicos. Ella era el paño donde reposaban nuestras lágrimas.

Mi abuela siempre andaba con sus anchos vestidos, un delantal y la infaltable falquitrera. En invierno, cubría su espalda con una capita tejida a mano. Era la capita colorada. A veces, cuando me iba al patio, me cubría con ella y la arrastraba por el suelo. Ella hacía la manteca y amasaba los tallarines del domingo. Lavaba en una batea de madera, con agua que acarreaba del aljibe. Aún recuerdo perfectamente la blancura de las sábanas de hilo. Blancura no de lavandina, sino porque las soleaba en el pasto del fondo.

Mi abuelo, que era colchonero, recorría con su maquina de cardar las localidades cercanas: La Carlota, Charlone, Piedritas, Huinca Renancó, Batavia, Laboulaye y Rufino. Por supuesto, nuestros colchones reposaban en las camas más prolijas que he visto. Hicieron la casita de a poco. Tenía dos dormitorios, una cocina, un comedor y la letrina en el fondo. Por las noches era infaltable, debajo de la cama, la taza que cubría las necesidades más imperiosas.

En el pueblo también había una iglesia chiquita. El cura era “El Señor Cura”. Mi abuelo anotaba en una agenda los nacimientos, los gastos y demás cuestiones. En ella había algunos personajes como el Negrito, el argentino Prudencio, el Artista, el Milico, el colchón de majo.

El tiempo fue pasando, los hijos emprendieron su camino y allí quedó para siempre la figura irremplazable de esa abuela que no iba al súper, que no planchaba con electricidad, que no calefaccionaba su casa con gas y que no tenía radio. Sin embargo, aún recuerdo aquellos domingos en los que llegaba el diario. Al igual que los inolvidables atardeceres, cuando oíamos el lejano tren y corríamos hasta la estación para ver llegar ese monstruo negro, pitando y echando humo.

Querido pueblo de mi infancia: algún día, tal vez te reconozca en ese espacio invisible, en ese misterio de la nada. Entonces, si te encuentro, abuela querida, te pediré que cubras nuevamente mis hombros con tu capita colorada.

http://weblogs.clarin.com/puebloapueblo/archives/2007/03/pequeno_manual_de_abuelos_a_la_antigua.html#more