Historia de un abuelo malcriador, tallador de muebles mínimos
Había una vez, en Neuquén, una chica de 6 años que quería un ropero para sus muñecas. Por eso le pidió a su abuelo si le podía hacer uno. Aunque éste no sabía fabricar muebles de juguete, aceptó el pedido y buscó la manera de cumplir con el encargo.
La Nación
Lunes 2 de Abril de 2007
Así, como si fuera un cuento, detrás de la puerta del departamento de Jacques Parraud, sobre la calle Juncal, en la ciudad de Buenos Aires, comenzó a brotar un mundo de proporciones diminutas. Mientras este abuelo malcriador por demás se esforzaba por darle el gusto a su nieta menor, surgía en él este gusto por hacer miniaturas que ya lo acompaña hace más de diez años y al que dedica casi todas las tardes de su vida. "Mi padre decía que cuando uno llega a viejo tiene que tener un hobby, si no, molesta", bromea este veterinario del INTA, de abuelos franceses, nacido en Jujuy.
Detrás del ropero vinieron la cama, la mesa de luz, la cómoda y los pedidos de las demás nietas. A estas primeras piezas pensadas para conformar un mobiliario de juguete, les siguieron muebles de estilo. Una mesa isabelina sobre la cual un repollito de Bruselas sería considerado enorme, la silla de Molière, un escritorio de correspondencia para señora, chaise longue, ruecas para lino Y es que una vez que empezó no hubo vuelta atrás.
El primer obstáculo que tuvo que sortear fue el movimiento de sus manos. "Soy muy torpe -dice, para sorpresa de todo aquel que conoce su delicada obra liliputiense-. Se me rompen muchas cosas." El segundo fue encontrar las herramientas adecuadas. "Te vas dando cuenta de qué necesitás y vas mejorando", cuenta Parraud, que se define como ansioso e impaciente, aunque persistente.
Y agrega: "Descubrís algunos trucos". La mayoría de las herramientas que cuelga de las paredes de su taller, en el fondo de su casa, viene de la carpintería. Pero además de pinzas, lijas, pegamento, tijeras, tornos, reglas, escuadras y pinceles hay tijeras de cirugía. Desde hace un tiempo tiene un ayudante, Gastón, el novio de 17 años de otra de sus nietas: "Es muy hábil", comenta.
Recorriendo librerías encontró inspiración en las páginas de catálogos para coleccionistas de antigüedades o en libros sobre historia del mueble, y definió sus preferencias. "Me gustan los muebles rústicos, regionales, hechos por buenos artesanos y que se han desarrollado para cumplir una función, no de adorno", explica sobre su elección, que muestra una inclinación por los modelos del período que va del siglo XVII a principios del XX.
Bien podría decirse que su casa está tomada. En todos los rincones hay estantes con pueblitos -como él los llama- de estilos Windsor, amish, sueco o gótico, en una escala de uno en diez. Minuciosamente, y a cada uno, Parraud le pega en la parte posterior un papelito en el que están impresos algunos datos de la historia de esa pieza.
La madera que más emplea es el pino, aunque a veces la enchapa con otras más costosas, como la de cerezo, su predilecta. Sin embargo, con el trabajo de carpintería no están terminados los muebles, les faltan los detalles. Una nieta les hace los colchoncitos y almohadones, otra pinta los platitos para que parezcan de porcelana, y él mismo teje los esterillados o los tapiza con cabritilla. En 1998 viajó a París y llegó hasta el 12 del bulevar Montmartre, donde entró en el Passage Jouffroy, galería en la que venden todo tipo de complementos para casas de muñecas. Un poco sorprendido ante el cartel de Prohibido entrar con chicos , Jacques encontró en la boutique Pain D Epices muchos objetos, e incluso porcelanas de marca, que hoy decoran su universo.
"Tienen que tener las mismas características que los originales y ser copias lo más fieles posibles", dice sobre sus creaciones, que se exhibieron por primera vez hace algunos años en una exposición de maquetas en el Buenos Aires Design, a beneficio de la Asociación Damas del Pilar. Hoy muchas se encuentran en la galería de arte de Niko Gulland, Bulnes 2241.
En los últimos tiempos ha empezado a producir galeras, carruajes coloniales. Ya suma alrededor de 25, entre ellos, una reducida réplica del modelo que trasladaba a Facundo Quiroga cuando fue emboscado en Barranca Yaco.
Cuando se le pregunta sobre este pasatiempo, responde: "Me gusta porque como es todo trabajo manual puedo escuchar música clásica mientras trabajo. Pierdo la sensación del tiempo". A veces se queda hasta la madrugada cortando, pintando, tallando, y no se da cuenta. "Me produce una gran satisfacción haberlo terminado", añade.
Familiares, amigos y conocidos le regalan herramientas, libros, revistas, y cada vez que ven algo chiquito, lo compran y se lo traen. "A todo el mundo le encantaría tener en miniatura las cosas que le gustan", explica sobre la atracción que provocan estos objetos minimizados.
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LA NACION | 02.04.2007 | Página 8 | Espectáculos