Existen programas universitarios que promueven la educación permanente y la integración de los mayores. Pero no cuentan con el necesario sostén presupuestario que aseguraría su continuidad y expansión.
Ricardo Iacub
31.05.2007 | Clarin.com
Nuevas edades habitan las universidades argentinas. A lo largo de estas últimas décadas han ido ocupando espacios dentro de los denominados Programas Universitarios para Adultos Mayores.
Estos programas tienen su origen en la Universidad de la Tercera Edad, fundada en la ciudad de Toulouse, Francia, en el año 1973 por iniciativa del profesor Pierre Vellas.
Este novedoso emprendimiento es parte de una nueva lectura del proceso de envejecimiento, el cual deja de ser visto como un momento de deterioro psicofísico —y por ello de retiro social— para ser pensado como una etapa rica en posibilidades, de una gran extensión temporal y con una carencia de propuestas significativas para este sector.
Por ello, desde los años 60, según la socióloga Anne M. Guillemard, Francia comenzará a formular una extensa serie de propuestas y el nombre de "tercera edad" intentará reflejar un cambio ideológico profundo asociado a una "nueva etapa por vivir" con objetivos y búsquedas personales.
Esta idea va de la mano de una serie de criterios entre los que se propone la integración de los adultos mayores, a través de nuevas políticas sociales para este sector. La integración es concebida como un paso necesario, dentro de la lógica de un Estado de Bienestar, que se propone el mayor desarrollo de sus individuos y asume esta responsabilidad.
En continuidad con esta línea de pensamiento, la formación y educación permanentes serán parte de las herramientas que permitan pensar el progreso continuo del ser humano, aun más allá de títulos, porque el aprendizaje se vuelve un objetivo inmanente a lo largo de la vida.
A su vez, estas propuestas educativas han sido analizadas científicamente, a nivel nacional como internacional, dando cuenta de beneficiosos resultados en la calidad de vida de los alumnos, expresados tanto en el incremento de las redes sociales de apoyo, como a nivel de la salud física y mental.
Por otro lado, dentro de las universidades, la doctora Norma Tamer señala que se han producido cambios con la inserción de los programas, que se manifestaron en la construcción y/o facilitación de condiciones de inclusión social mediante la integración, el aprendizaje cooperativo, el encuentro intergeneracional e interdisciplinario, la gestión participativa y democrática, la opción libre de una nueva oportunidad de crecimiento y proyección vital sin importar la edad o las condiciones socioculturales.
En nuestro país, estos programas tienden a un estudio diversificado y continuo a través de asignaturas diversas que responden a la modalidad de educación no formal, abierta, participativa y sistemática.
De la misma manera, no responden al modelo tradicional universitario, pues no exigen como requisito estudios previos y proponen un régimen de promoción abierto, de circulación libre por todas las actividades que cada programación ofrece.
Argentina ha generado un importantísimo desarrollo de estos programas universitarios, que fueron iniciados con el comienzo de la democracia, en primera instancia por el Departamento de la Mediana y Tercera Edad en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos y promovidos por la profesora Yolanda Darrieux de Nux. Se extendieron posteriormente a casi todas las universidades.
Hoy, a más de 23 años de notorios alcances —puesto que estas propuestas llegan aproximadamente a veinte mil adultos mayores en todo el país—, y en vistas al Congreso Iberoamericano de Experiencias Educativas Universitarias con Adultos Mayores "Construcciones y Transformaciones de la Educación Permanente" —que se celebrará este año en Paraná—, comprobamos que este proceso no ha ido de la mano, en buena parte de los casos, de una integración clara dentro de la estructura universitaria, lo que lleva a que dependan de subestructuras tales como extensión universitaria, investigaciones u otras.
Esto implica limitaciones presupuestarias serias y lleva a que su decurso dependa de la voluntad de sus integrantes.
Por esto, como señala la psicóloga Graciela Petriz, el crecimiento de las matrículas demuestra que los mayores buscan, aprueban y se benefician asistiendo a estos programas, por lo que resulta necesario que las Universidades Nacionales reconozcan oficialmente a los Programas Universitarios de Adultos Mayores e implementen la estabilidad de los planteles docentes, aporten infraestructuras necesarias y dispongan el presupuesto que garantice y facilite la continuidad de las tareas iniciadas en todos y cada uno de ellos.
Por último, como sostiene la licenciada Aurora Ruiu, estos programas universitarios invitan a reflexionar en un doble sentido: en tanto espacios institucionales que efectivamente interpelan al adulto mayor como un sujeto de derecho, activo y participativo, y también como ámbitos en donde se pone a prueba la verdadera amplitud del sentido de la universidad, en tanto institución social cuya voluntad política es la de distribuir y democratizar el conocimiento.
http://www.clarin.com/diario/2007/05/31/opinion/o-02901.htm