La premio Nobel de Medicina 1986 Rita Levi Montalcini, reconocida por el descubrimiento del factor de crecimiento, trabaja todos los días
La Nación
Domingo 27 de abril de 2008
Noventa y nueve años no son nada para Rita Levi Montalcini.
La famosa científica italiana, ganadora del Nobel de Medicina en 1986, cumplió 99 años el 22 de abril último, con la misma energía y juventud mental de siempre. De hecho, salvo las felicitaciones de las más altas personalidades institucionales del país, no tuvo festejos, sino que pasó su día de cumpleaños como siempre, trabajando en su laboratorio de esta capital.
"¿Dónde podría pasar momentos mejores?", se preguntó esta mujer extraordinaria ante los periodistas, frente a quienes reveló que fueron el "compromiso" y el "optimismo" el secreto para alcanzar el siglo de vida.
"Mi cerebro funciona mejor que cuando tenía veinte años. Decidí usarlo más justamente en la última etapa del camino: pienso todo el tiempo y me ayuda la pasión que siento por mi trabajo", dijo la neuróloga en una entrevista al diario La Repubblica.
Cabello blanco, ojos azules, cuerpo menudo y siempre muy elegante -al estilo piamontés-, Rita Levi Montalcini nunca les dio importancia ni a la edad ni a los aniversarios. Más allá de que el paso de los años la obligó a llevar un audífono y a necesitar de una videolupa para leer, nunca tuvo una enfermedad grave. Y sigue convencida de que todo depende de ese órgano magnífico que es el cerebro. "Si uno lo cultiva, funciona. Si uno lo abandona y lo jubila, se debilita. Su plasticidad es formidable y es por esto que hay que seguir pensando", aseguró hace años.
No por nada, a los 99 sigue más que activa. Todos los días trabaja en su laboratorio del Instituto Europeo de Investigación del Cerebro (Ebri), que fundó hace tres años. Además, escribe libros, da conferencias y, como "mujer de izquierda" -como se definió en distintas ocasiones-, cuando es necesario va al Senado. Por su carrera científica y social, el presidente de Italia, Carlo Azeglio Ciampi, la nombró en 2001 senadora vitalicia.
Pero esto no es todo. Sigue comprometida con la promoción de la importancia de la ciencia en la sociedad, en la defensa del papel de la mujer en este campo y la mejora de las condiciones para los jóvenes investigadores en Italia. Además, está involucrada en otras causas sociales o humanitarias, como la igualdad para la mujer y la alfabetización de Africa.
Nacida el 22 de abril de 1909 en el seno de una familia judía de Turín, después de haber estudiado medicina en la universidad de esa ciudad, comenzó a investigar con su maestro, Giuseppe Levi, el sistema nervioso. Las leyes raciales del régimen de Benito Mussolini -aliado de Hitler-, en 1938 hicieron que emigrara a Bélgica, al Instituto de Neurología de Bruselas.
Durante la II Guerra Mundial, no obstante, regresó a Turín. Cerca de su ciudad, en las colinas de Asti, montó un laboratorio en un cuarto de su casa, donde comenzó una investigación sobre el desarrollo del sistema nervioso en los embriones de pollo.
Terminada la guerra, en 1947 aceptó una invitación para seguir sus investigaciones en la Universidad de Washington, en St. Louis, donde se quedó hasta 1977. Fue allí, en 1951, cuando observó por primera vez qué producía el trasplante de un tumor de ratón en el sistema nervioso del embrión de un pollito. El descubrimiento, que le valió el Nobel de Medicina en 1986 con el químico estadounidense Stanley Cohen, no fue, sino el llamado factor de crecimiento nervioso (NGF).
"Este descubrimiento al comienzo de los años cincuenta es un ejemplo fascinante de cómo un observador agudo puede extraer hipótesis válidas de un aparente caos. Antes, los neurobiólogos no tenían idea de qué procesos intervenían en la enervación de órganos y tejidos", puede leerse en los fundamentos del otorgamiento del Premio Nobel.
Levi Montalcini, que sigue investigando este tema, suele contar que llegó a los honores de Estocolmo por su "optimismo" y sus "ganas de trabajar". Ella, que con orgullo llama al NGF su "hijo único", nunca se casó ni tuvo hijos por convencimiento.
"Juro que a los tres años decidí que nunca iba a casarme ni a tener hijos al ver la relación victoriana que subordinaba mi madre a mi padre -reveló en una entrevista-. En esa época, nacer mujer era tener impresa sobre la piel un signo de inferioridad. Además, fui testigo de demasiados matrimonios poco afortunados, que aún veo, y vidas tristes y vacías."
Y contó una anécdota que protagonizó cuando vivía en los Estados Unidos, cuando una señora se le acercó durante una recepción para preguntarle si su esposo también integraba la Academia Nacional de Ciencias. Y ella le contestó: "Soy mi propio esposo".
Por Elisabetta Piqué
Corresponsal en Italia
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