La depresión es una de las comorbilidades más frecuentes en los pacientes ancianos. Según diversas estimaciones, más de 2 millones de norteamericanos mayores de 65 años presentan alguna forma de depresión, lo que la hace el trastorno funcional más frecuente de la tercera edad. La prevalencia es aún mayor en la población de las residencias de ancianos, en las que, según algunos autores, la tasa de depresión es del 72%. A pesar de estos valores, muchos casos permanecen sin diagnóstico ni tratamiento. La información sugiere que la depresión se asocia con mayor morbilidad, mortalidad y uso de los recursos del sistema de salud y, también, con mayor número de internaciones, frecuencia de consultas médicas y comorbilidades.
Introducción
Según la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV), no todo paciente deprimido presenta la sintomatología completa que caracteriza el cuadro, por lo que propone que el paciente debe cumplir al menos 5 de los criterios diagnósticos establecidos para realizar un diagnóstico de depresión mayor. Sin embargo, los individuos que no cumplen con ese número de criterios, pueden sufrir a causa de la existencia de alguno de estos síntomas. Esto sucede especialmente en individuos mayores, que con frecuencia presentan molestias somáticas y síntomas de depresión o ansiedad que no cumplen los criterios diagnósticos de un trastorno depresivo mayor según el DSM-IV. Por otro lado, el trastorno depresivo menor no es reconocido por el DSM-IV como categoría diagnóstica oficial; sin embargo, se acepta como una forma subsindrómica de depresión, de mayor prevalencia en los individuos ancianos que residen en la comunidad y que involucra mayor riesgo de aparición de un trastorno depresivo mayor.
Muchos investigadores incluyen a la disforia en la categoría de la depresión, que es un estado de malestar permanente del individuo, que limita su funcionalidad, su capacidad, o ambas, de disfrutar la vida.
Una cuarta categoría, la depresión de comienzo tardío, hace referencia a un subgrupo de pacientes con depresión mayor o menor, en los que su comienzo se produce en una etapa avanzada de la vida y posee características clínicas especiales, que sugieren una diferencia etiológica posible. Esta última categoría diagnóstica es dejada de lado frecuentemente, debido a que los mismos pacientes asumen su malestar emocional como una consecuencia normal del envejecimiento.
Según trabajos anteriores, los individuos que presentan depresión tienen mayores posibilidades de ingresar en una residencia de ancianos. Este trabajo intentó cuantificar la depresión y emplearla como predictor del empleo de estas instituciones. Para seleccionar a los participantes del estudio, la autora se centró en los síntomas de depresión. De esta manera, se intentó abarcar mayor número de individuos deprimidos tanto con diagnóstico de depresión mayor y menor, como con síntomas de depresión que no cumplen los criterios diagnósticos del DSM-IV para ninguno de los trastornos mencionados.
Métodos
Los datos se obtuvieron de la Medicare Health Outcomes Survey (HOS), un cuestionario administrado de manera aleatoria a una muestra de los usuarios de Medicare+Choice. La Medicare HOS se emplea para determinar la salud física, emocional y las limitaciones físicas de sus beneficiarios. El HOS está compuesto por 3 partes, una de ellas es la Short Form-36 (SF-36). La Medicare HOS se realizó en 1998 con una reevaluación de seguimiento en 2000. La cohorte evaluada en ese año estaba integrada por individuos mayores de 64 años, no internados y capaces de completar la encuesta por sus propios medios. La muestra estuvo conformada por 140 744 individuos que fueron seguidos durante 3 años (1998 a 2000).
El tiempo transcurrido hasta la admisión se utilizó como variable dependiente para evaluar la posibilidad de ingreso a una residencia de ancianos. Se ajustaron las variables demográficas, de comorbilidad y de estado funcional. Fueron excluidos los individuos que fallecieron antes de ser ingresados a una residencia de ancianos.
El estado mental fue evaluado mediante la Mental Health Scale (MHS), un agregado de la SF-36. Algunos estudios anteriores demostraron una alta correlación entre la MHS y otras herramientas de diagnóstico de depresión como la Geriatric Depression Scale y la Hamilton Depression Rating Scale. La MHS está compuesta por preguntas relacionadas específicamente con la ansiedad y la depresión, en la que un puntaje de 0 indica que el paciente se encuentra nervioso y deprimido todo el tiempo, mientras que un puntaje de 100 señala que se siente feliz y tranquilo todo el tiempo. Se invirtieron los valores de la MHS, de manera que los puntajes más altos se asociaran con mayores síntomas de depresión y, los menores, con menos síntomas.
Resultados
El promedio de edad de la muestra final fue de 74 años, con un intervalo de 65 a 102 años. Más de la mitad eran mujeres (58%); el 90% eran caucásicos, 8% afroamericanos y 1%, asiáticos. Más de la mitad estaban casados (58%). El 35% tenía estudios secundarios completos y 20%, terciarios; sin embargo, sólo el 14% tenía título terciario. La mayoría era propietario de su vivienda; este porcentaje aumentó significativamente entre 1998 (84%) y 2000 (93%), debido a la mayor probabilidad de aquellos que no eran propietarios de ser admitidos en un hogar de ancianos. El 10% mostraba antecedentes de infarto agudo de miocardio, 6% de insuficiencia cardíaca congestiva y 20%, de otro trastorno cardiovascular fuera de los mencionados anteriormente. Cerca de la mitad (48%) tenía antecedentes de artritis y 51%, de hipertensión. Sólo el 13% mostró historia de cáncer y 15%, de diabetes.
La media de la MHS invertida fue de 48 con un rango que varió desde 36 a 92, con una desviación estándar de 10. Entre el 18% y 19% de los pacientes admitió sentirse triste o con anhedonia, mientras que el 11% a 12% manifestó sentirse deprimido la mayor parte del tiempo durante el último año.
Es difícil determinar cómo la muestra es equiparable a la población general en términos de salud mental; esto se debe a las grandes diferencias que existen en la estimación de la prevalencia de la depresión entre los individuos ancianos (que va desde el 0.9% en los residentes de la comunidad hasta el 72% en aquellos admitidos en residencias) y la falta de una herramienta de evaluación adecuada de la depresión en este grupo de edad.
De la muestra final, sólo 11 610 individuos (8.2%) fueron admitidos en residencias de ancianos durante la duración del estudio. Algunas de estas admisiones se transformaron en estadías a largo plazo, mientras que otros pacientes fueron dados de alta luego de un breve período de cuidados. La mayoría de las personas internadas eran mujeres (59%), caucásicas (92%) y mayores de 75 años (65%).
Según la hipótesis propuesta por la autora, un individuo con síntomas depresivos tiene mayor probabilidad de utilizar los servicios de una residencia de ancianos dentro de 3.5 años. Los datos aportados por este estudio apoyan esta hipótesis. Además, señala, los síntomas depresivos medidos con la MHS probaron predictores significativos de la admisión en una institución. Así, agrega que, por el aumento de una unidad en el puntaje de la MHS, el riesgo de una persona de ingresar en una residencia de ancianos se incrementa en 1.2%. Por lo tanto, un cambio de 10 puntos (un desvío estándar) en el total de la MHS aumenta un 12% la posibilidad de un individuo de ser admitido en una residencia de ancianos.
Discusión
El presente es el primer estudio que utilizó la SF-36 para cuantificar la depresión y mostrar la correlación entre los síntomas depresivos y el empleo de las residencias de ancianos. Según la autora, los resultados indican que luego de un ajuste de variables ˆenfermedades crónicas, limitaciones físicas y factores socioeconómicos y demográficosˆ, los ancianos que presentan síntomas depresivos tienen mayor probabilidad de utilizar los servicios de una residencia de ancianos. Como esta correlación no indica las causas, es posible que un mejor diagnóstico y tratamiento de la depresión reduzca el riesgo de ser admitido en una institución de este tipo.
Por lo general, los familiares experimentan sentimientos de culpa y remordimiento cuando deciden el ingreso de un ser querido en una residencia de ancianos. Los últimos datos muestran niveles promedio de depresión del 15% de los individuos que viven en residencias de ancianos, con tasas tan altas como el 31%. Por lo tanto, si la admisión es evitable, lo mejor para el paciente y su familia es la búsqueda del tratamiento necesario en la comunidad. Según la autora, en el mejor de los casos, la detección y el tratamiento de la depresión pueden reducir la probabilidad de admisión en residencias, lo que generaría un impacto importante en el sistema de salud.
Otro resultado esperable sería una mejora general en la calida de vida del individuo. Esta investigación representa, señala la autora, un primer paso muy importante en la identificación de la relación existente entre síntomas depresivos y el uso de las instituciones de cuidado para pacientes crónicos. Sin embargo, valdría determinar si la detección sistemática y el tratamiento temprano de la depresión pueden reducir la incidencia de las admisiones en las residencias de ancianos.
Dr. Harris Y SIIC
Journal of the American Medical Directors Association (JAMDA) 8(1):14-20, Ene 2007
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