Gerontología - Universidad Maimónides

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Cómo vivir 120 años

Vilcabamba, en Ecuador, es el pueblo con mayor índice de personas centenarias del mundo. El escritor Ricardo Coler viajó hasta allí para conocer el secreto de esa longevidad extrema. El resultado es Eterna juventud (Planeta), un libro del que brinda este adelanto

La Nación
Domingo 14 de setiembre de 2008

Algo pasa en Vilcabamba. Algo que le permite a su gente vivir ciento diez, ciento veinte y hasta ciento cuarenta años. No sólo viven mucho. Viven mucho con una salud envidiable y sin prestarles atención a los consejos médicos. Los habitantes de Vilcabamba tienen inclinación por los excesos insalubres: fuman como escuerzos y beben como cosacos. Sin embargo, a la edad en que cualquiera de nosotros muestra signos de deterioro, ellos están listos para otros cuarenta años más. Llegan a los ciento veinte sin pedir ayuda, trabajando y atendiéndose solos. ¿Cómo hacen? Es el misterio del valle.

Algunos creen que es por el aire, otros por el agua y la mayoría coincide en que puede ser la dieta. Lo cierto es que en Vilcabamba no se torturan para estar sanos ni se privan de lo que quieren. En el pueblo nadie se mata para vivir.

Tengo un pasaje a Ecuador, una conexión a la provincia de Loja y un trayecto que cubrir hasta el valle sagrado de Vilcabamba. También una reserva en un santuario new age en el mismo corazón de la aldea. Allí pienso hacer base para enterarme de qué va a ocurrir en un futuro cercano cuando los avances de la ciencia nos den la posibilidad de vivir tantos años como los habitantes de Vilcabamba.

Aunque los censos internacionales señalan que la mayor expectativa de vida se da en lugares como la República de Andorra o la isla de Okinawa en Japón -sitios de alto nivel económico y estilo sosegado-, Vilcabamba, de Ecuador les saca varias décadas de ventaja sin demasiado esfuerzo. Lo hace con una población que cuenta con pocos ingresos, malas condiciones sanitarias y trabajo duro de por vida. A pesar de eso, mucha gente supera con holgura los cien años. En el pueblo hay diez veces más centenarios que los que se puede encontrar en cualquier otro lado.

(...) Decir que estoy en el valle de la eterna juventud por esa foto sería injusto. Si lo que hago o cómo soy es una consecuencia inevitable de lo que me impusieron mis padres, entonces ellos podrían decir lo mismo de mis abuelos y mis abuelos lo propio con los de ellos. Una serie infinita en la que nadie se responsabilizaría de nada. Aunque no pueda dar cuenta de las razones por las que estoy aquí, al menos sé que responden a una decisión personal. Algo que ahora está en mí y que me cuidé de conservar. A esta altura poco importan las influencias y ya no vale echarle la culpa nadie.

En Vilcabamba dividen a los ancianos en dos grandes grupos: longevos y centenarios. Longevos son los que superan los noventa años y centenarios los que pasan los cien. En una camioneta cuatro por cuatro con doble cabina, voy rumbo a la finca de uno de los centenarios que viven en la zona alta. No puedo quejarme; el conductor es el mismísimo Lenin.

-¿Lenin te llamás? ¿Tu papá era del partido comunista?

-No, el nombre me lo puso mi abuelo, que vivió hasta los ciento veintiséis años.

-¿Tu abuelo era del partido comunista?

-Tampoco. Ni sabía lo que era el comunismo. Escuchó que alguien hablaba de Lenin, le pareció que sonaba bien y le dijo a mi padre que me pusiera ese nombre.

Una respuesta de alguien cansado de que le pregunten siempre lo mismo.

Como también está con nosotros Víctor Carpio puedo considerarme un hombre afortunado. Formo parte de un trío, y tres es un número excelente para que en un grupo todo salga bien.

Víctor es la memoria del pueblo. Trabajó con japoneses y americanos. Con la televisión y con los científicos. Sabe dónde están los ancianos, es contacto obligado en Vilcabamba y una fuente inagotable de datos confiables.

Bajamos del vehículo. Parados en la puerta, golpeamos las manos para que alguien nos reciba. Es la casa de José Medina, habitante de Vilcabamba, ciento doce años.

-No contesta nadie.

-Es que el hombre está un poco sordo, pero tiene una hermana que oye bien.

-¿Qué edad tiene la hermana?

-Ciento cuatro.

Como nadie responde, suponemos que la mujer salió para hacer las compras. Pasamos el portón y entramos en la finca. Una casa humilde, de campo. En el fondo hay un terreno donde los Medina cultivan parte de su alimento: lechuga, maíz y poroto. No se ve a nadie. Lenin se aleja por detrás de un monte y desde allí nos llama.

José Medina está trabajando con su azada. Nos mira un segundo, luego baja la cabeza y continúa como si nuestra presencia no le implicara la necesidad de detener la labranza. Víctor me dice que me fije bien lo que hace José Medina. Me fijo. Separa la hierba buena de la mala. Un trabajo para el que se necesita precisión en el golpe y buena vista. A los ciento doce años eso no le resulta un problema. Ni siquiera necesita anteojos. Usa la misma ropa que la mayoría de la gente de campo en Vilcabamba: pantalón de vestir y camisa blanca. En cambio yo, que vengo de visita, tengo un pantalón cargo con tratamiento impermeable y una camisa outdoor con tecnología dry fit.

Le pregunto si puede sentarse para conversar un poco. Se queda parado, apoyando el peso del cuerpo sobre el mango de la azada. Víctor me dice que hace dos semanas le trajo un grupo de canadienses que querían conocerlo y que el mes pasado vinieron a entrevistarlo de la televisión de Hong Kong.

-Claro, ahora no me contesta porque está cansado de que lo vengan a molestar. Aunque hable en español para él sigo siendo un extranjero.

-No te contesta porque no te escucha. Probá de hablarle más alto.

Estoy tan sorprendido viendo al anciano trabajar que me olvido de que es un anciano. Encontrarme con uno de ellos en actividad -ciento doce años subidos a lo alto de un monte-, en plena tarea de agricultor y con una agudeza visual envidiable, me empuja a construir una idea. Un idea que no les admite el menor defecto, la menor debilidad y evidentemente ningún tipo de sordera.

José Medina decide sentarse. Debajo del sombrero se le nota el pelo todavía negro. Le llega hasta la mitad de la frente. Quiero ver si usa barba candado por coquetería o si sólo le crece de esa manera. Aunque me acerco, me cuesta averiguarlo; no tengo la vista que él tiene. Lo único que puedo decir es que es una barba con muy pocas canas.

-¡Qué temblor anoche! ¿No, don José?

Considero que los terremotos, además de una catástrofe, también pueden ser una excelente forma de sociabilización.

-Sí, qué temblor.

-Se movió todo.

-Sí -me contesta-, se movió.

No logro entusiasmarlo con el tema, así que decido dejarlo para otro momento.

Víctor cambia de conversación y le hace una pregunta para viejos. No le dice "¿cómo está?", le pregunta cómo se siente.

-Bien, cuando fumo me mareo un poco.

-¿Cómo es eso que fuma? -le pregunto a Víctor.

Me contesta que fuma "chamico", una hierba que comenzó a ser utilizada en la antigüedad por los chamanes. Ahora es una costumbre de la gente del pueblo.

"Chamico" es lo que fuman los centenarios de Vilcabamba. Sus primeros efectos pueden ser comparados con los de la marihuana, después de algunas pitadas se le suman los de la cocaína. Trae alucinaciones, pensamientos fantásticos, pérdida de memoria, excitación y furia. También se le adjudican propiedades afrodisíacas, lo que es una lástima, el "chamico" es de las plantas más tóxicas. En síntesis, don José, el primer centenario con el que me encuentro en el valle, se droga. Es más, según nuestra manera de pensar, se drogó toda la vida. Como si eso no fuera suficiente, además de "chamico" le gustan los cigarrillos que venden en los negocios. El tabaco común y corriente. Fuma poco, pero fuma. Siempre fumó. Ultimamente se marea, pero no lo suficiente como para abandonar el vicio.

-Cuando era más joven -a los setenta años- fumaba mucho más.

-¿Y beber? ¿Le gusta beber?

-Ahora no. Desde los ciento seis que no bebo. De vez en cuando me vuelve la costumbre y me tomo un "puro". No más de una vez por día.

Por suerte lo tengo a Lenin para que me explique. Es un lujo poder consultarlo en algunos temas.

El "puro" es un aguardiente muy similar al ron. Lo que queda en la punta del alambique. Se prepara con el desecho de la caña de azúcar y es de las bebidas más fuertes. De alta graduación alcohólica y despiadada con el hígado de quien la consume.

Mientras escucho a José Medina recuerdo las explicaciones, los argumentos con los que justifican que en Vilcabamba haya tantos centenarios. El ambiente natural, la alimentación orgánica, el aire puro, el agua no contaminada. En el valle la naturaleza logró librarse de la mano nociva del hombre, de su capacidad destructiva. Por eso premió a sus hijos con buena salud y un bonus de cuarenta años de vida. Una recompensa por portarse bien y mantenerse dentro de los límites de la moral y las buenas costumbres.

Sin embargo, los representantes de la salud y de la vida sana mienten de manera descarada sobre Vilcabamba. No es ningún secreto que en el valle se consume alcohol, tabaco y droga. El alcohol que toman los longevos es de alta graduación; el tabaco, como cualquier otro de venta libre, y el chamico es una droga tan tóxica que los adictos recomiendan a otros adictos consumir marihuana y cocaína antes que chamico. Son menos perjudiciales.

Texto: Ricardo Coler

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1048620

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