Todo fue tan simple,/ claro como el cielo,/ bueno como el cuento/ que en las dulces siestas/ nos contó el abuelo...
“Caserón de Tejas” (1941) Vals Criollo de Cátulo Castillo y Sebastián Piana.
Un amigo que hace poco retornó de Japón, me comentaba con entusiasmo una experiencia singular.
Por Héctor Moretti en Mayores en Movimiento
Había viajado por razones laborales para participar junto a sus colegas de una cámara empresaria, en negociaciones comerciales con sus similares de aquel lejano país. Apenas comenzaron los encuentros pudo advertir en ellos, una actitud sorprendente. Adoptaron una posición pasiva, con una gran audición, hablando sin superponerse entre ellos, sin interrumpir a sus interlocutores, y con una sonrisa permanente balanceaban sus torsos, como una supuesta señal de aceptación de las propuestas. Antes de tomar una decisión, solicitaban un cuarto intermedio para deliberar en equipo. Cuando tenían una definición, uno de ellos la exponía y el resto le brindaba el consenso.
Después de los agasajos de despedida, nuestro interlocutor se animó y le preguntó a uno de ellos, cómo hacían para tomar decisiones con tanto criterio. En ese momento pudo descubrir el secreto. Cuando pedían las interrupciones para debatir sus ideas, se reunían con un consejo de ancianos. Estos escuchaban las alternativas planteadas y daban su opinión que, luego los negociadores respetaban y adaptaban a las circunstancias. La cultura oriental considera como una postulado que, la dignidad de una sociedad se mide por el trato que da a sus mayores, además tienen siempre presente un proverbio: “Un viejo que muere es una biblioteca que arde”.
Ernesto Sábato en un capítulo de su ensayo “La resistencia”, nos habla de los errores que uno comete en su existencia. Evocando a su madre la recuerda en la puerta de su casa en Rojas, Provincia de Buenos Aires, saludando levemente con la mano derecha, el día que él por razones de estudios se alejaba de su hogar. Lejos de ese lugar, pudo comprender que sería la última escena donde vería con vida a su anciana madre. Quizá por ello expresa en su texto: “¡Qué poco tiempo le dedicamos a los viejos! Ahora que yo también lo soy, cuantas veces en la soledad de las horas que inevitablemente acompaña a la vejez, recuerdo con dolor aquel gesto de su mano y observo con tristeza el desamparo que traen los años, el abandono que los hombres de nuestro tiempo hacen de la personas mayores, de los padres, de los abuelos, esas personas que le debemos la vida Nuestra “avanzada” sociedad deja de lado a los que no producen. ¡Cuánto respeto y gratitud hemos perdido!...”
Existe el convencimiento que las personas de edad avanzada son sabias por el solo hecho de haber vivido mucho tiempo. Con sumo respeto reconozcamos que esta regla no se cumple de modo inexorable. Ernest Hemingway nos recuerda: “Elogiar la sabiduría de los ancianos es un gran error; no son más sabios sino más prudentes”. La sabiduría tiene que ver con las características de cada persona y en su relación con la intensidad que vivió sus días. En estos momentos críticos, nuestra sabiduría de adulto mayor debería tener la virtud de señalar a la sociedad, el comportamiento adecuado para enfrentar los diarios acontecimientos ingratos, como consecuencia de la imperfección humana. Cuando este gesto en lugar de resignación es una muestra de un sano juicio, se logra uno de los lauros más apreciado: “Sabios en acción”.
En general, estos “eruditos” suelen brillar en los momentos trascendentes por sus expresiones oportunas, lúcidas y actualizadas. Sería muy grato que lo rodearan los jóvenes y los escucharan con atención. Comprobarían que aceptan las diferencias generacionales y tiene ductilidad ante la temible resistencia al cambio. Algunas disfunciones propias de los mayores, como la pérdida parcial de la memoria, la disminución de la audición, las dificultades para ciertos movimientos motrices, dan lugar a establecer la idea que la gente de edad avanzada dificulta la comunicación humana en especial con los jóvenes.
En el mundo, y centrado en las clases económicas altas y medias, se está generando un fenómeno vegetativo impactante. Este documento lo atestigua: “La UNESCO realizó estudios demográficos que dieron como resultados que desde 1960 hasta la actualidad la población mundial se incrementó en un 39%, por el efecto de la longevidad de las personas mayores de 85 años. Mientras la expectativa de vida va en aumento, disminuye el índice de natalidad. Se pronostica que en un futuro no muy lejano, habrá más necesidad de geriatras que de pediatras...”
Un informe publicado por el XI Congreso Argentino de Salud prevé que en el 2050 el 25% de la población argentina será mayor de 60 años. Hoy esa franja etaria alcanza el 14%. Si se hacen realidad estos anuncios, dará lugar a una superpoblación de adultos mayores en plenitud física y mental hasta llegar a ser centenarios. Será el tiempo de una verdadera revolución social que modificará los valores, conceptos, costumbres de la actualidad. Al ser una gran mayoría, los ancianos (en esos días se los reconocerán por innovadores calificativos) tendrán el poder de hacer realidad la ansiada reivindicación sobre: la dignidad en la atención de la salud, los derechos previsionales, el trato discriminatorio... A propósito: ¿Cual será la edad mínima para tener derecho a la jubilación? ¿ Hasta que edad se otorgará el registro de conductor de vehículos? ¿ Cuántos Jardines de Infantes quedarán?¿ Cómo serán los nuevos hogares de mayores adultos? La respuestas a estos interrogantes, y a los otros que surjan están en la mente de nuestros nietos: futuros e incorruptibles legisladores.
Ahora les ruego me acompañen en este ejercicio de imaginar una sociedad con una mayoría de gente con edad avanzada. Tengo como primera visión que el vértigo de nuestros días se irá desacelerando, la lentitud dará lugar al razonamiento y a la conciliación en los eventuales conflictos. La violencia en todas sus manifestaciones será un mal recuerdo del pasado. Disminuirán los casos de muerte absurda de los jóvenes. Volverá a reinar la cortesía, los gestos recíprocos, desaparecerá la desconfianza. Al no existir el concepto de la brecha generacional, en los paseos públicos ya no existirán lugares para pasivos, serán actividades y espacios compartidos por grandes y chicos. Se humanizarán los geriátricos y los hijos se transformarán en “Padres de sus Padres”. En cada comunidad barrial existirá un servicio de “sabios en acción” para asistir a aquellas personas que deban resolver un problema de índole humano, recurriendo al consejo de seres confiables.
Existe la certeza que algún adulto mayor llegue a ser gobernante, ya que conoció de cerca la injusticia, será garante de la equidad en todos sus actos. Dado a la abundancia y vigencia de “sabios en acción”, está asegurado que todos los niños del mundo los tendrán a su lado para contarles cuentos que lo transformaran en actores de historias fantásticas...