Gerontología - Universidad Maimónides

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El mundo que se va

¿Qué hacer? El mundo cambia y hay épocas en las que los acontecimientos se precipitan a tanta velocidad que en un santiamén nuestro universo cotidiano se va al demonio y nos quedamos desarmados, sin referentes y más desorientados que Adán en el Día de la Madre.

Siempre ocurrió, sólo que cuando uno es joven los cambios nos tienen como protagonistas y cuando llega la madurez (por no decir vejez, que es políticamente incorrecto) no somos más que actores de reparto y a veces simples partiquinos sin voz ni voto

Por Enrique Pinti

La Nación
Domingo 4 de enero de 2009

Recuerdo aún a mi madre jurando que jamás subiría a un avión porque para ella era "antinatural" que semejantes armatostes cargados con pasajeros, pilotos, azafatas y equipajes desafiaran la ley de gravedad. Yo reía desde mi juventud impetuosa y no podía entender tal resistencia y fobia al progreso. Y era lógico, yo había nacido con el avión como medio de transporte veloz y moderno (aerodinámico, como se decía en aquellos tiempos) incorporado a mi vida cotidiana. Desde los aviones de guerra piloteados por las grandes estrellas de Hollywood hasta las primeras películas catástrofe, con viajeros de ficción en lujosos jets, pasando por los cohetes interespaciales con misiones a Marte y a la Luna, volar no fue para mi generación el desafío aventurero de los intrépidos y sus máquinas voladoras con Jorge Newbery como representante nacional pagando con su vida la audacia de imitar a los pájaros, sino una forma práctica y rápida de hacer miles de kilómetros en pocas horas, y como mi generación fue la que impuso esa frase tan irritante según la cual "el tiempo es oro", las cosas se juzgaron más por la velocidad que por la real comunicación entre países, costumbres y gobiernos. Desde mi perspectiva de "progreso imparable" no podía entender aquel romántico pasado de los viajes en barco, en aquellos transatlánticos de tres clases, salones lujosos y orquestas rimbombantes mezcladas con cánticos nostálgicos de inmigrantes con ganas de cambiar su mala suerte. El mundo del tranvía a caballo, el cine mudo, los repartidores de hielo o leche con carritos de tracción animal, los botelleros y los barrios que parecían pertenecer a otra galaxia iba desapareciendo sin prisa y sin pausa. Y así, casi sin darnos cuenta, entramos en una "modernidad" que hoy es antigüedad de "carcamanes dinosáuricos", los mismos que todavía tenemos la costumbre de ver las películas en el cine y no en el "home theatre" con plasmas achatados que hacen aparecer gordita y rechoncha a Nicole Kidman, vejetes que odiamos el pochoclo y su "crunch crunch" como acompañamiento musical de nuestras incursiones cinematográficas, pobres gerontes que vemos que el disco, el CD o como se llame ya no es ese preciado bien que uno compraba en la "casa de música" más cercana a tu domicilio, sino que "se baja de Internet", expresión que me escandaliza tanto como a mi madre la audacia voladora de los primeros aviones de la navegación aerocomercial.

¿Qué hacer? ¿Hacerse el cool , moderno y vejete ágil? ¿Conservar a rajatabla costumbres que van perdiendo sentido? ¿Un término medio que podría consistir en un aprendizaje de lo más elemental que los nuevos tiempos traen sin perder nuestros viejos "sanos hábitos" de tomarse la vida un poco menos histéricamente actualizada? Cada uno sabrá lo que debe y quiere hacer. Por mi parte, voy a defender lo nuevo si no me deja el sabor amargo de la pérdida del placer; y si no puedo adaptarme, seguiré como "antigualla ambulante", emplomando a la juventud con la que tenga que compartir mi vida y mis actividades con las viejas anécdotas como las que mis padres me contaban acerca de la vez que nevó en Buenos Aires y se hundieron muchos techos, de la fascinación de un Rodolfo Valentino que sin un solo sonido, mudo y maquillado como una puerta de ferretería, seducía a millones de chicas, señoras y jovatas con un parpadear acompañado del acorde pianístico del músico de sala que aporreaba las teclas a más no poder.

Y espero que los jóvenes sonrían con el mismo piadoso respeto con el que yo sonreía ante aquellos "restos del mundo que se fue".

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1085734

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