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La magia y la diversión, como fórmula educativa

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Francisco Cabrera, de 92 años, cuenta cómo los juegos fueron sus aliados durante sus días de docente

La Nación
Noticias de Comunidad:
Sábado 17 de enero de 2009

Con una pelotita de trapo a rayas que cabía en una mano, Francisco Cabrera lograba que los chicos hicieran más de 80 cuentas en media hora. ¿Cómo? Jugando. Pero jugaba en serio, es decir, con un fin: que los pibes -como dice él- desarrollaran su aprendizaje. No sólo tenía una pelotita en su valija de maestro, director y supervisor de escuelas públicas de la ciudad de Buenos Aires. El equipo se completaba con un mazo de cartas, una moneda, una cinta métrica y alguno que otro chiche.

Fue un típico maestro de grado hasta que un día se dio cuenta de que se aburría mientras enseñaba y que los chicos estaban más desanimados que él. "Me puse a observarlos. Los veía muy cansados y me pregunté si en un ambiente así daban ganas de trabajar, y entonces me cuestioné cómo lograr que los chicos estuvieran contentos y se movieran en clase", comenta Francisco. Así surgió esta idea de la pelotita que confeccionó su mujer, que lo acompañó 16 años como docente, otros 16 como vicedirector y director, ocho como secretario técnico y 25 como supervisor, hasta que se jubiló, en 1999.

Estos simples elementos le permitían ayudar a los chicos a descubrir nuevas experiencias sobre la base de lo que ellos ya sabían. "No les metía cosas, les mostraba cómo descubrirlas. Eso es enseñar, para mí -afirma Francisco-. Por ejemplo, les decía un número, entonces le tiraba la pelota a un chico y él me tenía que contestar con otro número y pasársela a un compañero. Entonces los pibes se sentían en un ambiente muy alegre. Lo hice tantos años, hasta tal punto que la pelotita se hizo famosa."

Con un mazo de cartas descubrió otra forma para que los chicos ejercitaran operaciones matemáticas: jugaban a la escoba de quince en voz alta, así el alumno se escuchaba y también escuchaba a su compañero, y a las cuentas que hacía el primero se sumaban las del otro. "Un buen día les dije que lo íbamos a complicar un poquito, y ahí vino la verdadera inventiva. No se podía levantar 15 si no hacían dos operaciones; por ejemplo, de suma y de resta. En una hora de juego, habían hecho más de 200 cuentas", comenta Cabrera.

Como maestro, Francisco sentía que el chico salía de la escuela, guardaba el conocimiento en la cartera y lo dejaba ahí hasta el día siguiente. "Tuve siempre esa imagen. Entonces buscaba situaciones para que ese conocimiento lo vieran reflejado en sus casas, con los papás", explica.

También les enseñó el sistema métrico decimal con el cuerpo ¿Cómo? Con una cinta métrica. "Les decía: Vení, parate; medí cuánto hay desde el piso hasta tu rodilla. Yo hasta la rodilla tengo cuarenta y siete ¿qué?, les preguntaba. Cuarenta y siete centímetros , decían. A mí me importaba que ellos jugaran con el metro. Además, les decía que cuando fueran a su casa lo sorprendieran al papá contándole que eran magos, porque iban a adivinar cuántos centímetros había de la cama al piso sin medir. Si vos sabés que desde el piso hasta tu rodilla medís 35 centímetros, todo lo que te llegue hasta ahí va a medir lo mismo -explica entre risas Cabrera-. "Hacía que la matemática y el cuerpo humano tomaran una familiaridad que no tenía antes. No les decía las cosas, les insinuaba dónde buscarlas."
Maestro ciruelo

A los 92 años, Paco, como lo conocen sus amigos y familiares, recuerda que su carrera comenzó en 1934, "ayer a la tarde", sonríe. No quería ser docente. Quería seguir una carrera universitaria como sus compañeros de barrio. "Estaba en sexto grado -no había séptimo en aquel entonces- de la Escuela Jorge Newbery y mi maestro de grado llamó a mis padres -sin decirme nada- y les dijo que tenía condiciones para ser maestro. Lo miré y me asusté porque yo no quería, pero mi padre y mi madre me dijeron que iba a ser maestro y me mandaron al Mariano Acosta", recuerda Francisco.

Gracias a la docencia, Paco conoció a su esposa, Susana, que era maestra de plástica en la misma escuela. Tuvieron tres hijos y ocho nietos; siempre mira los cuadernos de clase de ellos para mantenerse actualizado. Usa la computadora, pero reconoce que Susana la maneja mejor y, además, canta en el coro Cantares del Alma.

Francisco destaca que un buen maestro es aquel que es afectuoso y respetuoso con el alumno. "Los chicos depositaban su confianza en mí. Me veían como una autoridad, pero siempre me saludaban en la calle y me preguntaban cuándo iba a ir a su grado porque se divertían conmigo. Es la mayor satisfacción que me ha dado esta profesión. El sentir que el oficio no cansa cuando uno lo hace con cariño, con ganas, cuando uno tiene resultados", sostiene.

Este docente, de perfil bajo, se evalúa como un buen maestro, a pesar de reconocer que no siempre lo fue. "Al principio era muy exigente. Después cambié y me divertía muchísimo dar clase. Nunca me planteé dejar la docencia. Intenté hacer del aprendizaje algo distinto. Mi ego se centró allí: hacer algo distinto todo los días; crear, por ejemplo, una nueva forma de aprender las tablas"

Carla Melicci
LA NACION
Distinción porteña

En 2007 Francisco fue distinguido por la Legislatura porteña como el primer maestro en ser declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. "Cuando me llamaron, al principio no quería aceptarlo porque sentía que no lo merecía, pero me convencieron", comenta.

En la actualidad, Paco está escribiendo un libro en el que va a plasmar los trabajos realizados tras 74 años de docencia. "Porque la gente me pide que lo haga", aclara.

"Siempre fue muy observador. Una vez trajo 800 cuadernos a casa para verlos uno por uno. Hay que destacar que no sólo se dedicaba a los chicos, sino también escuchaba a los docentes", explica Susana.


http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1089990