Gerontología - Universidad Maimónides

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La isla de los cabellos blancos

Esta es la isla de los cabellos blancos y la sensación de vejez resulta casi omnipresente.

El envejecimiento de la sociedad cubana es un dato expansivo. De acuerdo con los demógrafos, hoy el 15,8 % de la población tiene más de 60 años, porcentaje que crecerá dramáticamente durante los próximos decenios. Se trata a la vez de un logro y de una paradoja: los elevados índices en la esperanza de vida, correspondientes en rigor a un país del Primer Mundo --77 años, en números redondos, aunque la cifra es algo más alta en las mujeres--, constituyen una consecuencia de políticas históricas, pero se ven escoltados por un dramático descenso de la tasa de natalidad. Las cubanas de hoy casi no dan a luz, pero no por razones europeas, sino debido a los efectos de una situación económica cuyo final no se avizora, a pesar de las cifras oficiales de crecimiento anual, matizadas ahora por los efectos de la crisis mundial y por los dos ciclones que azotaron al país el pasado año.


Pero estos datos estadísticos no son palomas kantianas. Esta es la isla de los cabellos blancos y la sensación de vejez resulta casi omnipresente. En cualquier evento social, basta con pararse al final del salón para percatarse de la sobreabundancia de cabezas calvas, excesos de colorete y artefactos mecánicos de toda índole para lograr levantar a un cuerpo cuyas extremidades no pueden sostenerse por sí solas. De un tiempo a esta parte, los Círculos de Abuelos se han incrementado de manera creciente, como también su presencia pública: a sus miembros se les ve en los parques haciendo ejercicios de tai chi en medio de un paisaje urbano que parece acompañarlos en su peregrinaje hacia el viaje sin regreso. En La Habana Vieja, el Cerro y Centro Habana, tres de los municipios de más larga data y con viviendas que languidecen ante la desidia y la falta de recursos, los derrumbes no son inusuales después de los aguaceros, con la consiguiente internación de sus moradores en unos albergues de una provisionalidad siempre mayor de la deseada. La basura, que es como decir los deshechos del cuerpo urbano, se acumula en las esquinas con el inevitable riesgo de enfermedades; las calles suelen tener salideros, aguas albañales y boñigas flotantes que ponen en riesgo la salud de la población en un país donde, también por paradoja, el Estado dedica cuantiosos recursos a la medicina social.

Lo que ninguna estadística cubre son los costos emocionales y psicológicos en el medio familiar. Los cubanos reciprocan con esmeradas atenciones a quienes una vez los trajeron al mundo, y consideran poco elegante enviarlos a instituciones y asilos --una práctica común en otros puntos del planeta. Sin embargo, esta actitud altruista y humana suele traer como resultado una elevación en los niveles de estrés del núcleo familiar, sobre todo ante el abanico de alternativas que se abren cuando el anciano no escucha ni consejos ni instrucciones facultativas, y quiere terminar haciendo su voluntad a pesar de lo que piensen y acuerden los doctores y los hijos, un caso de coincidencia con un escritor argentino para quien la democracia no era sino un abuso estadístico. Quizás la raíz de esa tozudez se encuentre en nuestros antecedentes hispánicos, como lo resumía una canción de mi infancia: “soy como soy y no como tú quieras”. Por otro lado, en una cultura donde la negociación y los criterios de la otredad no están precisamente a la orden del día, con frecuencia el conflicto llega a desatar en el seno familiar niveles de violencia que espantan, aun cuando muchas veces la sangre no llegue al río. El divorcio o la separación de la pareja no son hechos poco comunes. Mientras, el anciano suele contemplar el escenario de crisis con distancia y espíritu de no me toques, porque después de todo el orden establecido en su hogar le ha funcionado toda una vida y no ve necesidad de cambiar costumbres, prácticas y estilos, por mucho que se le trate de persuadir en sentido contrario. Se trata en el fondo de drama casi tan antiguo como la humanidad misma, reflejado con singular maestría tanto por la comedia latina como por la novelística rusa del siglo xix.

Hace casi un año me ingresaron el Hospital Fajardo por dos dolencias, una de ellas operable. “Los viejos son los viejos y nadie los puede cambiar. O los tomas o los dejas” --me dijo mi médico un día al ver que un anciano se había levantado de la cama y salido a fumar al pasillo, a pesar de que le estaba prohibido por una dolencia cardiaca.

Alfredo Prieto, Ensayista y editor cubano. Reside en La Habana.


Fuente: www.7dias.com.do
Publicado por Mayores en Movimiento