El paso de los años es una cosa natural, imparable y común a todos los seres humanos. Sin embargo, esa mezcla de vértigo y lentitud que es la vida hace que, de pronto, pasen veinte o treinta años y a uno le parezcan muchos menos e inesperadamente aparecen los síntomas de que todo ha cambiado tanto y tan imperceptiblemente a la vez, que una generación nueva nos sorprende con preguntas que creíamos ya contestadas y discutidas, pero que para ellos, los más jóvenes, no tienen la misma claridad que para los que hemos transitado los avatares de épocas pasadas.
Por Enrique Pinti
La Nación
Domingo 3 de mayo de 2009
Es tanta la pasión que ponemos para superar situaciones adversas, para gozar momentos de optimismo y felicidad y para capear temporales psicológicos individuales y traumas sociales colectivos que nos parece obvio y natural que todos estén al tanto de lo que hemos vivido, sin notar que "veinte años no son nada" para una letra de tango, pero son muchísimo para una existencia humana.
No obstante, parte de la desinformación de los jóvenes es culpa nuestra, los veteranos que por hacernos los pendejos o por no parecer aburridos y pasados de moda, obviamos el comentario de nuestras épocas y abonamos con nuestros propios olvidos el terreno siempre fértil de la borratina histórica a la que nos inducen políticos truculentos con sus slogans de "no miremos para atrás", "el futuro es lo que importa", "lo pasado pisado", "olvidemos los agravios y no cultivemos el rencor", "hay que superar los malos momentos y no seguir regodeándose en el dolor por lo que ocurrió", etc. Para estos mesías chantas del futuro perfecto, estos slogans son las cortinas de humo para ocultar sus pasados imperfectos llenos de agachadas, chicanas, estafas, negociados, alianzas cochinas y crímenes de todas clase. No deberíamos ser cómplices de tanta frivolidad tramposa; no deberíamos perder la memoria con la facilidad del pececito de memoria corta, el delicioso personaje de Dorrie en Buscando a Nemo . La mejor lección de historia es la que dan los protagonistas de cada época. ¿Quién mejor que el que vivió, gozó y sufrió puede dar el testimonio vital indispensable del devenir histórico? Seguramente, la visión no será objetiva y estará teñida por los sentimientos y las creencias de cada uno y cada uno también contará la historia desde su lugar, su condición y de acuerdo con cómo le haya ido en la feria de la vida, pero con cada relato, detrás de cada testimonio y a través de todas las experiencias el joven podrá armar el rompecabezas y aportar desde su perspectiva actual una visión cabal acerca de cómo aquellos hechos del pasado han condicionado su presente. Lo que no se puede hacer es callar; lo inconcebible y nefasto es olvidar, confundir y desperdiciar el invalorable don que el raciocinio da al ser humano para no pasar por esta vida como un fantoche autista, desmemoriado, distraído e indiferente. Los años pasan rápido y antes de que nos olvidemos de todo por enfermedades y esclerosis varias que ataquen nuestro organismo, hagamos cada tanto un repaso de lo pasado para, en el presente, proyectar un futuro que no se base en el puro optimismo negador ni en el eterno desaliento que encierra aquel dicho de que "todo tiempo pasado fue mejor".
El dinosaurio que firma esta columna se ha sorprendido y se sigue sorprendiendo por jóvenes que no tienen la más pálida idea de las cosas que pasaban hace treinta años y por veteranos y jovatas que parecen haber vivido en torres de cristal y que han pasado por la vida sin aprovechar las lecciones de la historia. Esos y esas que son espejo deformante donde muchos jóvenes pueden reflejarse en forma equívoca y desperdiciar la oportunidad de luchar sin violencia de ningún tipo, pero con convicción profunda por esos ideales que nunca pasarán de moda: paz, trabajo, libertad, salud y educación para todos; armonía y respeto para los diferentes; honestidad y debate permanente para que nada se anquilose y se estanque sabiendo que la vida pasa rápido y en cualquier momento uno puede ser pasado imperfecto.
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