Una parte importante de nuestras vidas transcurre esperando. Precisamente por eso existe el futuro y, precisamente por eso, la ansiedad y la incertidumbre, por un lado, junto con la esperanza, por el otro, modelan este efímero instante, el presente, en su tensión hacia el mañana.
Por Gabriela Navarra
La Nación
Domingo 9 de agosto de 200
Pocas esperas se hacen tan difíciles como esas horas que nos distancian de los primeros regalos del día del niño o las visitas iniciales de los Reyes Magos, cuando todavía somos capaces de creer que desde el cielo llegan viajeros de otras épocas y quizás otros mundos donde no existen ni el espacio ni el tiempo y todo deseo puede hacerse realidad.
Esperar, sabiendo en forma consciente que estamos esperando, es una de las tareas más difíciles de la vida. Cómo nos ubicamos frente a esos lapsos vacíos o muertos que aparentan ser las esperas depende mucho de nuestra paciencia, pero también de la creatividad y la capacidad de acción que pongamos en juego.
Porque, aunque la ansiedad y la incertidumbre sean pesadas y horaden la piedra hasta dejarle marca, la esperanza compite codo a codo, y entonces podemos hacer de cada espera al mismo tiempo una ilusión.
Pero, ¿qué pasa cuando se espera algo que, en la remota hipótesis de que ocurra, uno no podrá disfrutar porque lo más probable es que no le quede vida suficiente?
En nuestro país existen muchas personas que esperan en estas condiciones.
Es gente que trabajó, proyectó, formó familia, siguió adelante aun en momentos difíciles, que en sus largas vidas seguramente han sido tantos.
Las personas a quienes me refiero son jubilados y pensionados, que tan sólo en el sistema previsional nacional llegan a cinco millones y medio, según datos de marzo de este año.
En el período 2002-2006, más de un millón de ellos recibió aumentos inferiores al porcentaje fijado por la Corte Suprema de Justicia. Un gran sector se volcó a demandar y actualmente hay unas 270 mil causas, una cantidad que no representa a todos los que reclaman porque muchas veces (para hacer más fuerza, posiblemente) la presentación está a nombre de una persona, pero detrás de ellas hay varias más.
Uno de esos jubilados es mi padre, que en febrero cumplirá 86 años y que todos los meses cobra mucho menos de lo que debería. Inició varias acciones legales, y todas (con sentencia de la Corte incluida) le fueron favorables. Hasta un directivo de la Anses se comprometió a cumplir con lo dispuesto por la ley para su caso, públicamente y en un medio de comunicación.
A mí me gustaría darle certezas, garantías. Pero qué puedo pretender, si no es capaz de darlas ni siquiera la Justicia... En tanto, día a día leo y escucho que los fondos de la Anses se utilizan para fines bien distintos de los que se deberían usar.
Esperar sin esperanzas no es un estado inocuo. Con un poco de viento en contra, puede volverse terreno propicio para bajar los brazos, darse por vencido y dejar de luchar, si después de sentir que hemos hecho una y otra vez todo lo posible vemos que ninguna de nuestras intervenciones modifica la realidad. Cuando se llega a esta situación se produce una reacción llamada "de desamparo aprendido", un modelo teórico que los científicos utilizan para explicar la depresión, una enfermedad muy frecuente y cuyo riesgo aumenta en las personas mayores, en todo sentido más vulnerables.
La expectativa de vida al nacer en nuestro país es, en promedio, de 76 años y medio (casi 73 para los hombres y poco más de 80 para las mujeres). En el otoño avanzado de sus vidas, cuando el tiempo por delante es una barrera estadísticamente contundente, muchos jubilados tienen que enfrentarse con una situación fuera de toda lógica. Porque, ¿qué otra cosa es esperar sin esperanzas?
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1159433