En la Basílica Nuestra Señora de Guadalupe, la Orquesta Música sin Edad ofreció una gran versión del Réquiem K 626 de Mozart.
Fueron integrantes de la Sinfónica Nacional, la Filarmónica de Buenos Aires, la Estable del Teatro Colón y la Orquesta Mayo. Ahora, con sus pares del interior, los convocó la ONG Fundecua para volver a la música, a la que dedicaron toda una vida.
Crítica
Martes 8 de Diciembre de 2009
Buenos Aires –y el país entero– han sufrido durante estos años la indiferencia e ineptitud rayana en la hostilidad de las autoridades oficiales cuyo deber es el de proteger, apoyar y difundir la música llamada clásica. Políticas adversas o ausentes han causado el exterminio de grupos tradicionales, mientras otros han decaído a niveles inaceptables como consecuencia de enfrentamientos con las planas mayores, en los cuales han perdido indefectiblemente. Licencias forzadas, traslado a otras dependencias no siempre dedicadas a la música, huelgas, despidos o jubilaciones obligatorias.
Pareciera, para aquellos adeptos a la astrología, que hay una nefasta alineación de planetas. Los simpatizantes del psicoanálisis vislumbran la paranoia. Lo cierto es que, al margen de estupendos nuevos grupos de cámara armados con su propio esfuerzo, la actividad sinfónica oficial atraviesa un momento duro a causa de la falta de patrocinio, la forzosa renovación de sus integrantes y graves problemas sindicales.
No contaban los hostiles astros ni el amenazante desequilibrio cerebral con la incondicional, arrasadora e invencible fuerza de la vocación por el arte. Para los que la tienen, no hay más alternativa que la lucha por no detener su actividad: la vocación es irrenunciable y una amante celosa.
Es una noticia que habla de lo irreductible de la vocación y el empecinamiento argentino el hecho de que a los que antes fueron integrantes –y primeros atriles– de la Sinfónica Nacional, Filarmónica de Buenos Aires, la Estable del Teatro Colón y la Orquesta Mayo se hayan sumado sus pares del interior en un intento de ejercer su pasión de compartir lo mejor del repertorio con su prójimo.
La nueva (¿?) orquesta se llama Música sin Edad. Es un programa inédito en su género, promovido por Fundecua –Fundación para el Desarrollo, la Cultura y el Arte–, una ONG que entiende la cultura, el arte y la música en particular, como sólidas herramientas de inclusión y contención de grupos sociales vulnerables. Su directora es la invencible y talentosísima fagotista Andrea Merenzon.
Música sin Edad rescata la experiencia que sólo muchos años de actividad junto a grandes directores internacionales pueden dar a un músico sinfónico, demostrando que la edad no es un impedimento para interpretar grandes clásicos con calidad y compromiso, si el amor por la música no se ha perdido.
En un mundo vertiginoso y muchas veces superficial que descarta a los mayores, esta orquesta invita a reconocer el legado de generaciones educadas en la disciplina, el trabajo en conjunto y el respeto por la excelencia.
Su formación original comprende nombres tan queridos y admirados como Mauricio Marcelli, Luis Orlando, Miguel Ángel Bertero, Osvaldo Lagioia, Néstor Álvarez, Beatriz Salomón, en primer violín; Luis Vidal, Oscar Gullace, Juan de la Cruz Bringas, Gregorio Schaikis, Norma Marconi, segundo violín; Alexander Iakovlev, Enry Balestro, Vicente Ptchelnik Goussinsky y María Elena Zapata, viola; Edgardo Zollhofer, Horacio Castellví y Carlos Francia, chelo; Antonio Pagano y Raúl Curi, contrabajo; Martín Tow y Carlos Rey, clarinete; Guillermo Roura, Edgardo Oscar Romero, fagot; Edgardo Hermenegildo Romero y José Piazza, trompeta; Víctor Hugo Gervini, Henry Bay y Eduardo López, trombón; Ernesto Ringer, timbal; Armando Fernández Arroyo, órgano.
Un promedio de edades nos daría 45 al servicio de la música. El cúmulo de experiencia y dedicación fueron desestimados por los responsables actuales de la cultura oficial y los condenó al ocio, hasta que este magnífico emprendimiento los convocó, junto con los miembros de la Asociación Lagun Onak –que dirige el maestro Miguel Ángel Pesce– y una pléyade de solistas de primera categoría –la soprano Silvina Sadoly, la mezzosoprano Virginia Correa Dupuy, el tenor Santiago Bürgi y el bajo Hernán Iturralde–, dirigidos por el maestro Alberto Merenzon. En la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, esta pléyade de artistas ofreció una inolvidable versión del Réquiem K 626 de Mozart.
A la excelencia de la interpretación se sumó la emoción del reencuentro con artistas que nos han acompañado durante toda nuestra vida musical. Éste es, por ahora, su único concierto, que debería repetirse: los medios no le dieron la excepcional importancia musical y política que conlleva. A pesar de ello, la basílica tuvo un lleno absoluto y el concierto, un aplauso interminable.
Ahora que las asociaciones musicales comenzaron a anunciar su temporada 2010, sería más que oportuno que consideraran a Música sin Edad como integrante de sus programas. Desde esta columna, anunciaré con alegría sus próximas actuaciones.
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