A los 86 años, el escritor ruso acaba de publicar en Moscú un libro de memorias en el que recuerda su exilio en Europa y en los EE.UU., en el que realiza una profunda crítica moral sobre la evolución de su país, pero también sobre Occidente
La Nación
Domingo 3 de abril de 2005
ROMA.- Nacido un año después del fatídico 1917, más precisamente el 11 de diciembre de 1918, en Kislovodsk (en el Cáucaso), Aleksandr Solyenitsin ha demostrado tener una energía vital y moral que -a pesar de las pruebas inenarrables que le deparó la vida ( la guerra, el Gulag, el cáncer, las persecuciones y las incomprensiones)- resultó más duradera que la de la revolución comunista que él primero aceptó y luego criticó y refutó. Hoy, a los ochenta y seis años, continúa su misión (no parece exagerada la palabra) de una manera para nada marginal, en una Rusia post soviética muy distinta de la de sus esperanzas y en donde su voz suscita tanto polémicas (quizá más) como consensos.
Testimonio de la energía del "viejo" Solyenitsin es su reciente libro de memorias, que acaba de publicarse en Moscú, en el que se ocupa del período en que estuvo exiliado en Europa y en EE.UU. La obra es continuación de sus otras memorias sobre el período soviético y de su duelo intelectual y moral con Occidente -detestado y amado, admirado y rechazado-, a la vez refugio protector y fuente de maldad, de mezquindades, de calumnias, de las cuales el escritor en el exilio se vio obligado a defenderse para dedicar sus fuerzas creativas a su patria lejana y hostil, de cuyas horrendas miserias y falsas grandezas fue implacable analista.
La última obra de Solyenitsin es Na vozvrate dychanija (El retorno del respiro), publicado por la casa editora Vagrius, donde en más de setecientas páginas el autor de Archipiélago Gulag reúne escritos publicados entre 1967 y 2003, algunos de ellos aún inéditos. En esta selección, Solyenitsin ha querido volver a proponer su papel de crítico moral, social y político, antes que nada de su país, en sus dos hipóstasis dobles y sucesivas de Unión Soviética y de Rusia. Y también del mundo, consciente de que no se puede ser crítico sólo de una parte de la realidad del tiempo propio y de que amar a su país significa verlo tal como es, por más dolorosa que pueda ser la verdad, por más riesgoso que pueda resultar (el menor de los peligros es la incomprensión, pero, como se sabe, Aleksandr Solyenitsin arriesgó mucho más cuando lo que criticaba, con un vigor único de inteligencia y de pasión, era el totalitarismo comunista).
En el título de su nuevo libro, Solyenitsin retoma el artículo de 1973 en el que respondía a un tratado político de otro gran ruso libre, Andrej Sakharov: Solyenitsin y Sakharov, tan cercanos y tan diferentes en su oposición al dragón rojo, en un intercambio de ideas que ha quedado como uno de los más fuertes del pensamiento político del siglo XX. Pero al retomarlo hoy, el autor divide el título de aquel artículo, ya que originariamente era "Hacia el retorno del respiro y de la conciencia". El sentido de esta reducción bien podría ser que Rusia, liberada del comunismo, volvió a respirar, sí, a gozar de la libertad, pero aún no ha llegado a una plena toma de conciencia de sí misma, de su pasado reciente y remoto y de la tareas enormes que tiene por delante para curarse y encontrar un lugar en el nuevo desorden mundial, que sucede al supuesto orden que cayó hace casi dos décadas atrás.
Los temas tratados en estas memorias son tan múltiples y fundamentales, y a menudo (respecto a la URSS-Rusia) tan superficialmente conocidos y mal comprendidos, que dar cuenta de todos ellos en este artículo sería imposible. Nos limitaremos a dos temas que cierran el libro -uno, político; otro, cultural- pero que en la visión de Solyenitsin son indivisibles.
El retorno del respiro contiene la larga conversación que el que suscribe tuvo el privilegio de sostener con Solyenitsin el 20 de octubre de 2000 en su casa cercana a Moscú. En aquella oportunidad hablamos de la guerra en Chechenia. El escritor ruso recordaba haber aconsejado a Yeltsin en 1992 "satisfacer los deseos chechenos de independencia y conceder a ese país ser un estado autónomo". La guerra iniciada por Yeltsin en 1994 le pareció muy equivocada (y preparada de manera desastrosa), pero cuando luego, después de la derrota rusa, Chechenia, de hecho independiente de 1996 a 1999, bajo Maskhadov, hizo mal uso de su autonomía, se abrió a milicianos árabes, organizó "campos de adiestramiento para terroristas" hasta terminar con el ataque a Daghestán, las cosas cambiaron. "Desde entonces -reflexiona Solyenitsin- a Rusia no le quedaba otro camino de salida que aceptar el desafío militar. Ahora las tentativas de encontrar una pacificación política y de poner fin al conflicto armado son un objetivo arduo que llevará largos años".
En nuestra conversación, Solyenitsin recordó también con desdén el ataque de la OTAN a Serbia, no porque le tuviera simpatía al comunista Milosevic, naturalmente, sino porque se trataba de una señal de la nueva política agresiva de Occidente. Para él esa intervención sustituía la persecución étnica (antialbanesa) con otra (antiserbia) no menos odiosa, y de hecho arrancaba ilegalmente por la fuerza un territorio, Kosovo, a la soberanía de su legítimo Estado.
"Cuando la OTAN bombardeaba a Yugoslavia, ¡la opinión pública de Europa oriental aplaudía! ¡Nosotros habíamos derramado lágrimas por los europeos orientales, por los pobres e infelices, y pensábamos cómo podríamos liberarlos! Ellos en cambio, allí, aplaudiendo. ¡Golpeen a los serbios! ¡Golpeen más fuerte, golpeen! ¿Pero qué le ha pasado a la gente? ¿Qué alteración se ha producido en su cerebro? El momento en que la OTAN rechaza a la ONU por débil y comienza a actuar sola, fue un momento histórico que iba más allá de los límites del problema interno de Yugoslavia".
Degeneración del humanismo
En esto, Solyenitsin muestra una desilusión que no es sólo suya sino de gran parte de la opinión pública rusa, no necesariamente nacionalista, respecto a las expectativas del poscomunismo en la esfera interna e internacional. El mundo ha cambiado radicalmente, como lo han confirmado la guerra iraquí y anteriormente el ataque del 11 de septiembre. A la catástrofe sufrida por su país en el siglo XX y al desastre que le parece que el mundo vive aún, Solyenitsin le busca una explicación no tanto política, sino metafísica: habla claramente de la "degeneración del humanismo", tema de uno de sus artículos escrito en diciembre de 2000 (del que se ofrece un fragmento) y recopilado en estas memorias.
Para él los horrores del siglo XX, con su oscurantismo totalitario y sus genocidios materiales y espirituales son el fruto de la involución de aquel gran ideal laico que culminó en el Iluminismo, que pretendió sustituir al cristianismo y del cual ha hecho propios los valores más altos de libertad e igualdad, pero prescindiendo de la raíz trascendente.
La crisis de este humanismo, lamenta Solyenitsin, continúa en nuestro siglo -a pesar del fin de males mayores de ese pasado- con los desequilibrios intolerables que dividen a la humanidad en personas hiper y subdesarrolladas y con el desafío mortal del nuevo terrorismo antieuro-norteamericano. Sólo en un moderno humanismo cristiano que se muestre verdaderamente capaz de reconocer lo mejor del humanismo "secular" está la salvación de Rusia y de Occidente, junto a la del resto del mundo.
Estas nuevas memorias, así como la nueva sección que el escritor publica con periodicidad libre en la revista Novyj Mir (Nuevo Mundo) -en la que ofrece relecturas breves y originales de textos literarios rusos- y sus múltiples actividades culturales en su país, ligadas a premios literarios y a un centro cultural fundado por él, revelan hasta qué punto, aun apartado de las nuevas tendencias rusas, Solyenitsin sigue siendo una fuerza viva, casi un eterno "exilado" dentro de su patria, cuya conciencia, sin embargo, está bien despierta, más tal vez que la de aquellos que participan activamente en la escena política de la Rusia de hoy.
Por Vittorio Strada
© Corriere della Sera y LA NACION
La política reñida con la moral
Por Aleksandr Solyenitsin
Del Siglo de las Luces derivan tanto las raíces del liberalismo como las del socialismo y las del comunismo. Es por eso que en todos los países los socialistas no pudieron mantenerse firmes en contra de los comunistas: ellos los veían, si bien no como a hermanos, sí como a primos ideológicos. Por ello los liberales siempre han manifestado timidez frente a los comunistas: son comunes sus raíces ideológicas seculares.
Se discute mucho si la política debe ser moral. La mayoría sostiene que eso es imposible. Se olvida que sólo una política moral da buenos frutos en el largo plazo. Naturalmente, el traspaso de criterios morales personales a los grandes partidos, a los Estados, no es una tarea sencilla, pero tampoco puede ser descuidado...
¿Qué se puede decir de la Rusia de hoy? Pues que en ella la política es lo más alejado de la moral. El destino de Rusia en el siglo XX ha sido particularmente trágico. Luego de setenta años de opresión totalitaria, el pueblo terminó sufriendo el devastador huracán de la rapiña que destruyó su vida económica y que minó sus fuerzas morales.
Nuestro pueblo, aturdido y lastimado, no ha tenido tiempo para ponerse de pie, sobre todo porque fueron sofocadas todas las tentativas de tener su auto gobierno, toda iniciativa, todo intento de hacer oír su propia voz y de liberar sus manos para organizar su propio destino.
En cuanto a la Rusia de hoy, ya es una opinión generalizada la de que se está hundiendo en el Tercer Mundo. Algunas voces sombrías afirman que esto ya es irreversible.
Yo no pienso que sea así. Creo que el espíritu de Rusia, si bien abatido, está sano y le dará la fuerza para volver en sí.
Fragmento de uno de los artículos recopilado en el último libro de memorias de A. Solyenitsin
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/692680
Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Abril 3, 2005 12:24 PM