En los últimos treinta años, nuestro país atravesó uno de los períodos de mayor incertidumbre de su historia moderna. Pero, al mismo tiempo, en pocos terrenos como en la medicina se hicieron tan evidentes los adelantos científico-técnicos, de los que derivaron especialidades y subespecialidades para desarrollar nuevos temas, con la consiguiente especialización de expertos en el manejo de tecnologías de extrema precisión.
Por Ignacio Katz
Para LA NACION
Lunes 16 de mayo de 2005
Esto modificó las categorías funcionales de la estructura asistencial y volvió anticuado el enfoque simple hasta entonces conocido. Mientras en el mundo se daba el más acelerado crecimiento científico-técnico en general, y el más vertiginoso en el campo de la medicina en particular, en nuestro país comenzamos a declinar. Esta declinación no se produjo por una catástrofe natural ni por mandamiento divino. Nuestro sistema sanitario, que había marchado al unísono del mundo, se quebró.
Muchas son las causas, pero debemos señalar al menos dos que resultan insoslayables para comprender la magnitud del deterioro. Por un lado, se dio una fragmentación del accionar médico, que llegó a niveles casi de desmembramiento, y que fue acompañada por una consiguiente dilución de responsabilidades. Por otro, la perversa combinación entre la carencia y el derroche de los recursos desfiguró la labor profesional y la llevó hasta extremos nunca vistos. De esta manera, los hospitales, por ejemplo, que deben ser centros de asistencia, investigación y docencia, se alteraron y perdieron su cualidad original. Así, nos enfrentamos a un "efecto ocaso", que pone en peligro, por un lado, la salud de la población y, por el otro, la vida misma de la medicina en la Argentina.
Hoy se requiere una nueva arquitectura de organización que abarque la complejidad de la tarea médica. En la actualidad, el médico responsable depende del auxilio de un cortejo de tecnología y de expertos. Este médico responsable debe, en primer lugar, reconocer sus limitaciones. Y decimos "limitaciones", en lugar de "minusvalía", en referencia a todos los aportes técnicos que permiten una ampliación de sus sentidos (por ejemplo, la ecografía o la endoscopia).
En segundo lugar, debe reconocer la oportunidad más adecuada para el empleo eficaz de esos recursos. Destacamos, sobre todo, tres grandes campos: 1) el sistema de trabajo; 2) los criterios para discernir las prácticas a emplear ; 3) el rechazo del uso acrítico de la tecnología.
Pero, por otro lado, las limitaciones no corresponden sólo al médico sino también al paciente. En este último caso, hablamos de las limitaciones que sufre su posibilidad de libre elección, que son provocadas por el conocimiento asimétrico que posee con respecto al médico. Y es una asimetría por partida doble: con respecto a las alteraciones que presenta su salud, y que él no puede conocer; y con respecto a las alternativas terapéuticas entre las que puede optar. En los ámbitos asistenciales serios, esa responsabilidad del médico es supervisada además por la función de agencia, que reduce la incertidumbre del paciente.
Por otra parte, no podemos desestimar que la desocupación, la pobreza y el hambre provocaron un enorme retroceso en la configuración social. Este retroceso, junto con su consiguiente impacto biológico, alteran el tejido de toda la sociedad y nos obligan a cambios de paradigmas.
Es necesario que estos cambios nos conduzcan a una transformación en las estructuras, en las estrategias y en las culturas; es necesario, también, que nos encaminen en el retorno hacia un pensamiento lógico. Un tipo de pensamiento que -nada es casual- es cada vez menos transitado en nuestro espacio sanitario y al que debemos volver, si queremos llegar a lo que nos merecemos como país.
Uno de los primeros intelectuales argentinos, Esteban Echeverría, decía: "Necesitamos regenerarnos, no sólo reorganizarnos". La salida del laberinto no es espontánea. En ninguna época de las que lleva en su andar la especie humana las conquistas científicas lograron, por mera voluntad, mejorar el nivel de vida. Siempre existió una planificación estratégica que tuvo en cuenta todo el panorama y que recorrió los niveles específicos de gestión. No va a ser vociferando contra los factores externos sino asumiendo nuestra responsabilidad autocrítica como podremos revertir nuestra propia situación vital.
Hablar de salud en la Argentina significó siempre hablar de "pobreza". No obstante, la viabilidad financiera de un sistema de salud no depende sólo de la evolución de las variables macroeconómicas ni de la fluctuación en las necesidades y las demandas, sino de la planificación estratégica y de una política de gestión basada en una estructura de costos, que son los elementos centrales del diseño de acción. Una red prestacional única de atención médica debe combinarse con una logística productiva, de manera que pueda lograrse una readecuación eficiente de los recursos que aún nos restan.
Resulta falso sostener que, para solucionar el deterioro de la atención sanitaria, debe recurrirse a mayores recursos económicos. La República Argentina figura en el puesto 34 del ranking mundial de inversión en salud, pero en el 75 en cuanto a su rendimiento sanitario. ¿Cómo puede explicarse esta brecha abismal en la eficiencia? Sólo por la ausencia de un Sistema Integrado de Salud y por la letal conjunción de carencia con derroche, de corrupción con impunidad.
Por otro lado, a fines de 2003 la Organización Mundial de la Salud declaró: "Uno de los modos más efectivos de combatir la pobreza es mejorar la salud". Efectivamente, la salud es una herramienta de redistribución de la riqueza, sólo que esta riqueza no se mide ni se atesora con la moneda del dinero, sino con la moneda de la atención médica y la del mejoramiento del capital biológico de la población. Por lo tanto, no crea inflación.
En este sentido, no podemos omitir la variable tiempo. En este momento, se está comprometiendo la salud de las futuras generaciones. Las modificaciones en el sistema sanitario suscitan efectos relativamente rápidos, si se los compara con los que pueden producirse en otros campos de la sociedad. Pero para implementarlas se necesitan cambios estructurales, de manera que podamos abandonar la lógica del parche perpetuo y abordar un tiempo estructural. Para ello, la labor debe centrarse en elaborar una planificación estratégica, en rediseñar una estructura y en recomponer una cultura laboral en el área sanitaria.
Elena Poniatowska señalaba: "¿Cuál es el colmo de la miseria? El colmo es la repetición, es decir, hacer siempre las mismas cosas, sin esperanza". Son funciones indelegables del Estado, la Justicia, la seguridad, la educación y la salud. Hoy tenemos un Estado mutilado en sus roles de regulador y de contralor en el área de la salud.
El Estado tampoco puede reducirse a una función de mediación. Las políticas sanitarias efectivas son aquellas en las que el Estado se involucra en su definición y en su diseño y aplicación. De ahí que deba reconocerse la salud de la población como conjunción de soberanía y dignidad.
Para revertir esta situación de ocaso, todos los componentes deben participar de un Acuerdo Sanitario, que desemboque en la construcción de un Sistema Integrado de Salud. Para ello, deben reformularse estrategias, asignar correctamente los recursos, contener los costos y preservar el capital humano. De lo contrario, seguiremos repitiendo sin cesar y sin esperanza.
No se puede lograr una reforma de la cuestión sanitaria con voluntarismo ni con respuestas espontáneas, a veces más hijas de la piedad que de la organización estratégica. Es hora de que el pensamiento lógico se imponga sobre la mezquindad de los intereses y se proteja el derecho a la equidad y la dignidad de la condición humana.
Debemos ceñirnos a un programa de hombres y mujeres responsables, que ni por un instante olvide al ser humano en su condición de tal. No se trata de machacar con caducas fórmulas de mercado sino de diseñar y de poner en práctica políticas que privilegien el mayor capital de la Nación: la salud de su pueblo.
Hoy, como ayer, la realidad nos exige pasión y lucidez, ética y compromiso, y nos coloca frente a nuevos desafíos.
El autor es coordinador del equipo de Fortalecimiento del Sistema de Salud del Ministerio de Relaciones Exteriores. Escribió Argentina hospital. El rostro oscuro de la salud.
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