Cada vez más especialistas aseguran que factores psicosociales y de personalidad inciden en el desarrollo y las posibilidades de tratamiento de enfermedades cardíacas. Por eso la psicoterapia se plantea como alternativa a la hora de curar y prevenir.
María Farber. Especial para Clarin.com
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Viernes | 27.05.2005
Están la hipertensión, el estrés y el colesterol. Y también los efectos de una serie de malos hábitos como el sedentarismo, la mala alimentación o el tabaquismo. Todos acompañan e incrementan las probabilidades de padecer una enfermedad cardiovascular. Y en este “eje del mal” del paciente cardíaco, algunos especialistas incluyen factores psicológicos y determinados rasgos de personalidad. “Una actitud de extrema exigencia sobre sí mismo, la necesidad de dar respuestas a las demandas del entorno sin percibir las propias necesidades, un registro limitado de sus afectos y dificultad para expresarlos, sentimientos de hostilidad, reconocidos o no... Estos mecanismos se forman en la personalidad a lo largo de la vida, es decir, antes de la aparición de la afección cardíaca”, dice la licenciada Clara Vicchi, miembro del Centro de Orientación Clínica del Instituto Psicosomático de Buenos Aires, asesora del Consejo de Aspectos Psicosociales de la Sociedad Argentina de Cardiología y ex coordinadora del Equipo de Psicosomática del Centro de Salud Mental Nº1 dependiente del Hospital Pirovano.
La observación acerca de la personalidad de los pacientes coronarios no es nueva. Según cierta literatura médica de los años 50, existe una propensión a desarrollar una enfermedad cardiovascular en determinadas personalidades. En los 70, los autores Friedman y Rosenman definieron un perfil Tipo A para ciertos patrones de conducta tales como compulsión al trabajo, hiperexigencia, competitividad, agresividad, hostilidad, impaciencia y apresuramiento.
“De acuerdo a los valores sociales, esta personalidad tipo A es el prototipo del exitoso, y es la más propensa a complicaciones coronarias. En contraposición los autores plantean una personalidad tipo B, que corresponde a quien no tiene tales ambiciones, no compite, es amigo de todo el mundo, no es el exitoso, pero por otro lado está más protegido, tiene menos estrés y se infarta menos”, comenta el profesor doctor Jorge Lerman, jefe de la División Cardiología del Hospital de Clínicas, profesor de Cardiología de la Facultad de Medicina de la UBA y director del Area de Docencia e Investigación del Hospital de Clínicas.
La clasificación no encuentra adherencia en todos los profesionales. Hace 32 años que trabajo con pacientes con problemas cardiovasculares, y a partir de esta experiencia, que transité desde la medicina y la psicología, entiendo que cualquier persona, por diferente que sea su estructura psíquica, puede tener un evento coronario”, señala la doctora María Cristina La Bruna, medica psicoanalista, magister en neurociencias, médica cardióloga, coordinadora del psicopatología de Instituto Cardiovascular de Buenos Aires y miembro del Consejo de Aspectos Psicosociales de la Sociedad Argentina de Cardiología. Y agrega: “No comparto la idea de encasillar a quienes padecen eventos coronarios en esos patrones de conducta”.
Lo cierto es que hoy por hoy se considera que una psicoterapia puede ayudar en el tratamiento de pacientes cardíacos. ¿Por qué?, “La relación entre el aspecto psicoemocional y el cardiovascular es muy estrecha. Las crisis psicoemocionales favorecen la llegada de la enfermedad cardiovascular y viceversa, es un circulo que se potencia. Ahí es donde los cardiólogos necesitamos la colaboración del especialista, ya sea a través de una psicoterapia en sesiones, o con un tratamiento farmacológico”, explica Lerman.
Además de cierta propensión, suele haber un factor desencadenante que está dado por situaciones estresantes tales como conflictos familiares, dificultades económicas o laborales, duelos. “Estadísticamente observamos entre nuestros pacientes que el 80% de quienes tuvieron un infarto de miocardio atravesaron una situación psicoemocional fuerte en los 30 días anteriores. Hay una relación evidente”, señala Lerman.
Así, se establece un nuevo elemento que, del mismo modo que los biológicos y genéticos, debe ser observado a la hora de medir el riesgo cardiovascular. “Existe el factor psicosocial de riesgo,” explica Vicchi, “que está dado por rasgos de personalidad de un individuo, experiencias vitales traumáticas, condiciones sostenidas de estrés que, junto a situaciones de aislamiento social o ausencia de soportes afectivos adecuados, llevan a cambios fisiológicos que favorecen la aparición de un evento coronario”.
Cuando estos factores se combinan, se convierten en predictores de riesgo. Quiere decir que existe una mayor posibilidad de sufrir un evento coronario. “Alguien que reúne estas condiciones está en una franja de riesgo, pero es importante entender que esto no significa que necesariamente le va a ocurrir tal evento, sino que está en mayor riesgo que otros a los que no les pasa lo mismo. Esto es útil para trabajar dentro del ámbito de la prevención”.
Las derivaciones del cardiólogo al psicoterapeuta aumentaron en los últimos años, forma parte de una tendencia general de la medicina hacia la interdisciplina. El paciente se beneficia, “se siente más aliviado, puede comprender y llevar adelante el tratamiento indicado por el cardiólogo, busca recursos para solucionar situaciones que se le presentan”, dice La Bruna pero además existen claras razones para recomendación: “Una persona con un infarto sufre una crisis entre la vida y la muerte; es un suceso muy significativo y que tiene relación con su historia y con lo que se pregunta acerca de su futuro. Si esto no se trabaja desde lo psicológico el tratamiento es insuficiente”.