Gerontologia - Universidad Maimónides

Julio 09, 2005

Premiaron a dos argentinas por su trabajo con enfermos diabéticos

FUERON DISTINGUIDAS EN UN ENCUENTRO INTERNACIONAL EN SAN DIEGO, ESTADOS UNIDOS

Ambas viven en Córdoba. Se trata de la médica María Blando, quien pese a que está jubilada atiende a unos 200 chicos, y de Elba Flores, creadora de un comedor comunitario para los pacientes.

Marta Platía. CORDOBA
cordoba@clarin.com
Sábado | 09.07.2005

Una, es una pediatra jubilada de 70 años. La otra, un ama de casa de 60. Ambas son cordobesas y flamantes ganadoras del Primer Premio Internacional 2005 a la Cooperación en Diabetes, del laboratorio Lilly. Se trata de la doctora María Nélida Blando, que ganó entre más de 200 postulantes, en la categoría "Profesionales de cuidados primarios y secundarios"; y de Elba Cristina Flores, que fue distinguida por "Servicios brindados a una asociación nacional de pacientes".
En lo cotidiano, estas dos mujeres pelearon y pelean, todos los días y desde hace años, contra la diabetes: una enfermedad que no es curable, pero que se puede controlar.
La doctora Blando tiene su trinchera en los consultorios externos del Hospital Municipal Infantil de esta capital. Cristina Flores "la pelea", como le gusta decir, en la larguísima mesa con mantel de hule del "Primer Comedor para Diabéticos de la Argentina" que creó en el barrio Santa Isabel, y en plena crisis: julio de 2002. Las dos, que apenas se conocían, viajaron juntas a San Diego, Estados Unidos, para recibir la distinción: un sobrio trofeo de cristal biselado con sus nombres.
"Mirá, todo muy bonito, pero me hubiera gustado un puñadito de dólares para ayudar a la causa", deslizó pícara y entre risas, la doctora Blando en el pequeño consultorio donde atiende nada menos que a once grupos de chicos y adolescentes que padecen diabetes. Unos 200 en total.
En el lugar todos la conocen y la admiran: es que Blando fundó, en 1970, el Servicio de Diabetes del hospital, que ha sido el pilar del tratamiento y prevención de miles de pacientes. Blando fue además docente de "unas cuantas" generaciones de médicos y, como si eso fuese poco, este año cumplirá 13 años de jubilada. —¿Qué hace todavía por aquí, por qué no se queda en su casa?
—Ni loca, yo no puedo con mi genio. Y eso que para venir me pago la nafta del auto y la matrícula al Colegio Médico para seguir ejerciendo. Yo amo lo que hago, y no puedo abandonar a mis pacientes" —enumera monolítica. Mientras, una docena de pibes de entre 12 y 17 años, todos enfermos de diabetes, la miran como si lo que ella dice fuese de lo más normal, y posan para la foto.
Es viernes. Hace un frío cruel, y los chicos llegaron para que "la doctora nos dé un curso de educación sexual". Paulo Cáceres, de 17, se encorva un poco desde su altura para decir que "a la doctora, la conozco desde que yo tenía ocho años. Ella me enseñó a mí y a mis viejos qué tengo que comer y cómo tengo que ponerme las inyecciones de insulina".
La doctora, mientras, parlotea con Kayén, una nena de 12 años, sobre su dieta; y ésta le cuenta que, en la escuela, la maestra le pidió que diera "una clase sobre diabetes para los chicos sanos".
Los demás la escuchan y comienzan a intercambiar anécdotas sobre los deportes que practican. En el grupo todos lo saben: deben tener, al menos, dos horas por día de entrenamiento físico "para poder estar bien y bajar la glucemia".
La diabetes es una enfermedad que provoca un aumento de glucosa en sangre por encima de los niveles normales. Los primeros síntomas para detectarla, según indicó la doctora, son: necesidad de orinar más de lo habitual; una sed intensa, casi permanente; cansancio generalizado y aumento del apetito. En ese punto, Esteban Vaudagna, de 14, se anima a una explicación: "Y ojo que le puede pasar a cualquiera, ¿eh? y a cualquier edad. Puede ser hereditaria. Así que si tenés un abuelito diabético, revisáte", advierte, como todo un profesional.
Sentada en el Comedor para enfermos de Diabetes, Elba Cristina Flores cuenta, pelo rojo y sonrisa de par en par, que "tantos años de lucha contra la enfermedad le dan resultados todos los días". Ella es la ideóloga y fundadora de ese ámbito donde, de lunes a viernes, almuerzan 66 personas, se les da la vianda a 39, "porque están tan afectados que no pueden venir", y comen 40 chicos.
Cristina, como la conocen en el barrio, cuenta que toda su familia padeció la enfermedad. "Yo misma tengo diabetes desde los 9 años. Ví morir a los míos de forma cruel, así que todo lo que hago desde hace más de treinta años, es para mejorarnos la calidad de vida".
El Comedor de Cristina funciona gracias a su empuje pero, repite a cada paso, también "a un subsidio que me dio el gobierno de (José Manuel) De la Sota. Le fui a golpear la puerta en el 2002, cuando todo se caía de a pedazos, y me abrió".
Según ella, el premio y el inesperado viaje a Estados Unidos le abrieron un mundo nuevo. "Me dieron más ganas de seguir peleando, pero también sé, todos sabemos, que la lucha sigue. Con cada receta y con cada caloría". Entonces señala un pizarrón negro y pequeño donde se lee el menú del día: "Sopa, 200 calorías; tomates rellenos, 215; arroz, 340 y yogurt, 58. Nunca debemos pasar las 1.400 por día", informa, mientras, lápiz y papel, ya piensa en el de mañana.


Una energía poderosa


María Nélida Blando tiene 70 años y una energía poderosa. "Es de esas personas que alumbran con su presencia", dice una de sus dos colaboradoras, la enfermera Adriana Gramajo. La otra profesional que la acompaña, y desde hace 15 años, es la doctora Stella Maris López. Blando dice que tuvo una vida feliz aunque, confiesa, "no me casé nunca tal vez porque no encontré el compañero adecuado". Lo que sí tuvo, fueron hijos. Y sobrinos. A los hijos los adoptó: Jorge y Pablo Blando tienen ahora 37 y 26 años. Jorge vive en Río Gallegos, y de él tiene "dos nietitas y dos nietitos". A los sobrinos, Luis y Gustavo, los "terminó de criar" cuando, desde Mendoza, llegaron a Córdoba para estudiar en la Universidad y refugiarse en lo de "la tía Chiquita", como llaman a la doctora que, dice, no piensa retirarse mientras le dé el cuero.


La dura pelea contra el mal


Dice que este premio, aunque es el "más coqueto" que recibió, no fue el primero. Elba Flores informa que ya la habían premiado en Córdoba en el 2003. "Ahí sí que me dieron plata. Fueron cinco mil pesos y con eso techamos el comedor". Cuenta que el tornado de diciembre de 2003 les voló el techo anterior y el premio le cayó "como del cielo" para seguir. Mientras plancha el mantel de la mesa con sus manos, desgrana que está divorciada, que tiene tres hijos, "de 38, 36 y 32 años", y seis nietos. Para todos ellos armó un álbum con las fotos que se sacó en San Diego. La vida, dice, no fue "tan buena con ella y su familia. "Siempre fuimos muy pobres, y casi todos enfermos de lo mismo". Uno de sus nietos ya es insulinodependiente: "Por él, por ellos, por mí, por todos, peleo".

Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Julio 9, 2005 11:34 AM