Lo afirma el pediatra Miguel Larguía
“Lo que aprendí con el paso de los años es que la misión del médico es curar a veces y consolar y acompañar siempre. Quien pretenda ser un buen médico lo primero que tiene que perder es la omnipotencia. Debe dejar de creer que lo sabe todo y que no debe consultar con nadie. Omnipotencia es soberbia, y un buen médico se reconoce no por lo que sabe, sino porque consulta mucho”, afirma Miguel Larguía, médico pediatra y neonatólogo, fundador y ex presidente de la Asociación Argentina de Perinatología y presidente de la Fundación Neonatológica para el Recién Nacido y su Familia.
La Nación
Sábado 25 de junio de 2005
Hijo de la educación pública, Larguía se recibió de bachiller en el Colegio Nacional de Buenos Aires, se graduó con honores en la Facultad de Medicina de la UBA y recibió lecciones de humanismo y humildad de quienes han sido, para él, los mejores maestros: su padre, Alfredo Larguía, médico pediatra que recibió los máximos honores a los que se puede aspirar en medicina, y el recordado Carlos Gianantonio, para quien tiene palabras de admiración: “Gianantonio vivía en el hospital. Tenía una capacidad intelectual enorme y una gran generosidad y capacidad de entrega. Y, además, tenía una gran vocación de formador. A quienes trabajamos a su lado, él nos hizo distintos."
Desde hace más de treinta años Larguía se desempeña como jefe de la División Neonatología de la Maternidad Sardá. Allí instrumentó el programa "Maternidades centradas en la familia", una concepción novedosa que obliga a revisar y repensar la dinámica y el funcionamiento clásico de una maternidad.
"Con nuestro programa quisimos dejar en claro que los verdaderos dueños de casa de los hospitales no somos los médicos ni el director. No lo es el secretario de Salud Pública, sino las mujeres embarazadas y sus hijos. Cuando un médico parte de esa base, tiene que reformular el organigrama hospitalario, la planta física, las normas, el acceso de las visitas, etcétera", explica Larguía, y añade que como el objetivo central es el respeto al paciente y la humanización de la asistencia, se busca la participación activa de los padres. Ellos, a su vez, se convierten en los mejores auditores y monitores de la salud de sus hijos. Otras ideas del programa son los planes especiales de visitas para hermanos y abuelos, el entrenamiento en cuidados especiales de la madre que se interna con su hijo y la creación de una residencia para que las madres de los prematuros enfermos puedan vivir en ellas, a veces durante meses, hasta que llega el alta médica.
Hoy, la Maternidad Sardá es un centro perinatal de referencia en la Argentina, un modelo que, además, está siendo imitado en varios puntos del país. Fue destacada como Primer Hospital Amigo de la Madre y el Niño, por iniciativa de Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS). "Ya vamos por la tercera certificación, y cada cuatro años hay que renovarla. Esto no es un premio. Cuando uno recibe esa placa, adquiere un compromiso."
Larguía, premio Konex 2003 en Ciencia y Tecnología, recibirá en los próximos días el premio Servidores Públicos 2005 -otorgado por el Rotary Club de Buenos Aires, Conciencia, Poder Ciudadano, Foro Sector Social, LA NACION y el Grupo Clarín- por el conjunto de su labor volcada a la sociedad.
-¿Cómo define el concepto "salud"?
-Salud es mucho más que ausencia de enfermedad. Salud es ser libre, vivir en un país democrático, tener libertad de expresarse, tener derecho a trabajar, tener derecho a vivir, ser capaz de amar y ser capaz de ser amado. Hay muchos sanos que están gravemente enfermos, y hay muchos gravemente enfermos que son un ejemplo de vida.
-Lamentablemente, siguiendo ese criterio habría que decir que muchos argentinos no están hoy día muy sanos...
-Yo diría que la mayoría no lo está: los excluidos, los postergados, los que se encuentran por debajo de la línea de pobreza, más los soberbios, los omnipotentes, los egoístas y los materialistas. Desgraciadamente, los argentinos no hemos aprendido las lecciones recibidas. Cometemos los mismos errores y nos cuesta cambiar. No hay nada más difícil en la vida que cambiar, y el mediocre se aferra al no cambio.
-En la actualidad hay problemas de accesibilidad, de cobertura y de calidad: alrededor de 20 millones de compatriotas están fuera del circuito de prepagas y obras sociales...
-Este es un problema de nuestra irracionalidad, porque en nuestro país no es poco el dinero que se destina a la salud. La Argentina destina al área mucho más dinero que otros países vecinos, como Chile, y tenemos resultados mucho peores. Lo que sucede es que se necesitan políticas de salud que tengan sentido común, que se basen en evidencia científica, que contemplen la incorporación de tecnologías apropiadas y que sean equitativas. Acá hay medicina de primera y medicina de quinta. El defecto más grande de nuestro país es, justamente, el federalismo. Es inaceptable, para la educación y la salud, que haya áreas de primera, como la ciudad de Buenos Aires, Neuquén o La Pampa, y provincias postergadas, como Formosa, Chaco y las del noroeste argentino. El federalismo atenta contra la aplicación del concepto de regiones sanitarias, que permitirían el uso inteligente de los recursos, niveles de complejidad básicos para medicina preventiva, niveles intermedios y niveles altos, para la alta complejidad. Los hospitales, hoy, son expulsivos. La gente deja de ir a los hospitales no porque le falte criterio o sentido común, sino porque allí es, las más de las veces, maltratada, y esto hace que la medicina en la Argentina no sea equitativa.
-Si no es por una cuestión de recursos económicos, ¿por qué cree que no se toman las medidas necesarias para revertir esta situación?
-Porque la salud no es prioridad para ningún político y porque con la salud no se ganan votos. Se ganan más votos con los subsidios para gente que después corta las rutas, o con aumentos para los jubilados, pero tanto la salud como la educación no tienen un efecto inmediato, sino muy a largo plazo. Y las consecuencias están a la vista. Para ningún gobierno la salud ha sido una prioridad: puede decir que la asistencia materno-infantil es prioritaria, pero después no actúa en consecuencia, no hace nada más allá del enunciado. A eso hay que sumarle el tema del federalismo: el Ministerio de Salud puede proponer leyes inteligentes que nunca se cumplan, porque las provincias se comportan como países independientes y muchas de ellas -nuevamente por razones de conveniencia política- no instrumentan las leyes. Hay una ley conocida como "de garantía de calidad de atención", que está muy bien escrita... Lo único que falta es que se cumpla.
-¿Advierte, además, que se ha degradado el ejercicio de la medicina?
-Se ha vuelto más mediocre porque se ha pauperizado. Los médicos están cada vez peor pagados. Para alcanzar haberes mínimos que les permitan vivir con la dignidad que merecen se ven obligados a trabajar en muchos lugares, a realizar muchas guardias, y esto no sólo les impide su realización profesional, sino que les veda el acceso a la capacitación continua. Entonces el médico se vuelve más mediocre, y cuando a una persona le ocurre eso, queda expuesta a la corrupción. Esto es lo que sucede hoy en nuestra medicina, con distinguidísimas excepciones. La desproporción entre médicos y enfermeros es otra muestra de irracionalidad. Los enfermeros no están jerarquizados socialmente ni económicamente. Entonces, no hay un estímulo para que la gente capaz opte por este tipo de carrera. Hay cuatro médicos por cada enfermero, cuando la relación debería ser exactamente la inversa. Esto se resuelve jerarquizando económica y socialmente a la enfermería, que es un recurso humano crítico para cualquier especialidad, y fundamentalmente para la neonatología.
-¿Qué se necesita para que un hospital público funcione bien?
-No es difícil hacer que los hospitales públicos funcionen bien: hay que definir su misión y tiene que haber una buena gestión. Si no hay objetivos, es difícil gerenciar los recursos humanos y económicos, y es más difícil aún hacer esto cuando los cargos de conducción son políticos. Tampoco existe la evaluación de resultados, algo que cualquier empresa hace. En el caso de la Sardá, tenemos sistemas informáticos, obtenidos vía fundaciones y empresas, que nos permiten saber exactamente qué cosas deben mejorarse, cuáles son las prioridades, cuáles tienen que ser los objetivos y qué tecnologías son las apropiadas. Además, debo admitir que los poderes gremiales dentro de los hospitales son fuerzas de protección de la estabilidad laboral, en contra de la capacitación y de la jerarquización económica por educación. Uno se jerarquiza en los hospitales públicos por envejecimiento, y esto es la antítesis de lo que cualquier empresa haría. Cualquier empresa premia al bueno y se desprende del malo. Bueno: nadie es despedido del hospital, a nadie se le pide resultado de su gestión y nadie es jerarquizado económicamente por su capacitación. Y esto, lógicamente, no va de acuerdo con el derecho a la salud.
-¿Se puede afirmar que estamos en un estado de emergencia sanitaria?
-Yo diría que nunca hemos salido de esa situación. Siempre hemos estado en crisis. En cuanto a lo que yo mejor conozco, que es la asistencia materno-infantil, tenemos los dos aspectos más inaceptables: megamaternidades que atienden a más mujeres embarazadas de las que deberían atender y que, en consecuencia, tienen megaproblemas, y minimaternidades donde por año nacen cien personas, que no tienen ni la capacidad ni el equipamiento indispensables. Entonces, tenemos dos cosas ridículas: megamaternidades con más partos de los que se puede atender, y minimaternidades donde nacen demasiado pocas personas como para justificar equipamiento y especialistas.
-La Sardá es una maternidad de gran dimensión que suele atender a mujeres de bajos recursos. ¿Llegan ahora, además, mujeres de clase media empobrecida?
-La Sardá atiende más personas de las que puede atender, porque no rechaza a nadie. El año pasado, por ejemplo, atendimos a 7000 recién nacidos. De hecho, es una cifra demasiado alta para nuestra infraestructura, servicios centrales y recursos humanos. La población sigue siendo de muy bajo nivel económico y social. En realidad, nosotros recibimos a la gente que sufre el colapso hospitalario del Gran Buenos Aires. Este es otro ejemplo de lo que no debería ser. Los argentinos están separados por la General Paz. Los argentinos de primera, por un lado, y los argentinos de segunda, por el otro. Debería haber una región sanitaria Buenos Aires, en la cual podrían confluir presupuestos nacionales, provinciales y del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Entonces se regionalizaría, se establecerían los niveles, los centros de atención primaria y se desarrollarían los programas de medicina preventiva y anticipatoria. En cambio, a nosotros nos llegan 1300 mujeres de Lomas de Zamora, que tienen que viajar, pierden tiempo, no tienen recursos para pagarse el transporte... Todo esto es porque hay un Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires con sus hospitales y una provincia de Buenos Aires con sus hospitales, y entre nosotros, los argentinos, no hay diálogo, no hay convenios y no hay, insisto, una región sanitaria.
-¿De qué manera la situación económica y social del país impacta en el estado físico, psíquico y emocional de las madres y sus hijos? ¿Cuáles son los problemas que más le llaman la atención?
-El peor impacto ha sido el embarazo adolescente. En nuestro caso, el siete por ciento de las madres tienen 17 años, o menos. Son madres-niñas que tenemos que atender en forma muy integral para que una historia de tragedia cambie su sentido, para que ellas completen su educación, hagan planificación familiar, reciban apoyo psicológico y hagan prevención de conductas adictivas o de riesgo, para que el día de mañana no tengan muchos hijos con escolaridad incompleta y sin acceso laboral.
-¿Y el estado nutricional de los pacientes?
-Una de las cosas que observamos en la ciudad de Buenos Aires es que el problema no es la desnutrición, sino el sobrepeso. Nuestros niños están gordos. Son petisos por desnutrición crónica, pero gordos porque pueden acceder solamente a comidas hipercalóricas e insuficientes en proteínas. Un enorme porcentaje de ellos tiene anemia por falta de hierro, lo cual compromete su desarrollo intelectual y los hace más susceptibles a infecciones. El impacto para su desarrollo intelectual es para toda la vida. Los niños que en los primeros dos años tuvieron anemia por falta de hierro tienen condicionado su aprendizaje y su futuro de por vida. No digo que sean irrecuperables, pero nunca van a alcanzar el nivel que hubieran alcanzado.
Por Astrid Pikielny
Para LA NACION
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