José Yagin despertó la mañana del 18 de marzo con mareos. Tenía una sensación de adormecimiento en el lado izquierdo de su cuerpo. Buscó el hospital más próximo a su casa en San Francisco, pero los médicos de ahí no trataban la principal condición que lo afectaba: había sufrido un miniderrame cerebral.
Por Thomas M. Burton
The Wall Street Journal
Junio 9, 2005
Los síntomas desaparecieron pronto, pero volvieron el 25 de marzo. Esa vez, un amigo lo llevó al hospital de la Universidad de California, en San Francisco, un centro especializado en derrames. Allí le hicieron una angiograma cerebral que pronto reveló que la arteria carótida del lado derecho de su cuello, clave en conducir la sangre al cerebro, estaba bloqueada en más del 90%.
La obstrucción podría llegar a generar un derrame masivo en cualquier momento, de manera que los médicos lo operaron al día siguiente para desbloquearla. Yagin, de 65 años, se ha sentido muy bien desde que se sometió a la operación.
"Una de cada diez personas que tienen carótidas obstruidas y experimentan un miniderrame semejante sufrirá un derrame más grave un par de días más tarde", afirma S. Claiborne Johnston, director de servicios de derrame cerebral de la UCSF.
Es muy frecuente que los médicos y pacientes no reconozcan o reaccionen de manera apropiada ante los síntomas de un miniderrame.
Muchos de los derrames serios son precedidos por una señal de alerta que viene en la forma de un miniderrame, en el que los síntomas suelen desaparecer dentro de una o dos horas. Debido a que estos síntomas cesan, los pacientes muchas veces se desentienden de ellos y algunos médicos no los notan.
"Estos pacientes a veces regresan a la casa con una aspirina solamente", dice Mark J. Alberts, director del programa de derrame cerebral del hospital Northwestern Memorial, de Chicago.
Johnston, del hospital de la Universidad de California en San Francisco, realizó un estudio en 2000 que comprobó justamente por qué estos eventos deberían ser atendidos como una urgencia. Junto con sus colegas, estudió los casos de 1.707 pacientes que habían sufrido miniderrames identificados por médicos de urgencia en 16 hospitales de la cadena Kaiser Permanente en la región nordeste de California.
En un plazo de tres meses, un 10,5% de esos pacientes sufrieron un nuevo ataque mucho más devastador y la mitad de estos episodios más serios se produjeron en los primeros dos días después del miniderrame.
Oficialmente, los miniderrames se conocen como accidentes isquémicos transitorios (TIA, por sus siglas en inglés.) El término "isquémico" significa que el flujo de oxígeno al cerebro es bloqueado, usualmente por un coágulo de sangre y una placa de grasa en una arteria. El tejido cerebral muere con cada minuto que pasa.
A diferencia de un ataque cardíaco, los derrames se producen a menudo con síntomas bastante modestos. A veces vienen acompañados de dolor de cabeza, pero generalmente no. Los síntomas incluyen sensación de hormigueo o debilidad en la cara, brazo o pierna en un solo lado y dificultad repentina para hablar o ver.
"Si alguien se despierta por la mañana con la mano dormida, le parece que fue porque se durmió recostado sobre ella", dice Joseph Broderick, director de neurología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Cincinnati. Pero si la sensación persiste durante más de cinco minutos, dice, podría ser algo grave "que necesita atención inmediata".
A veces, el principal obstáculo puede ser la propia incapacidad del paciente para reconocer los síntomas.
William J. Hooper, de Pensilvania, acababa de regresar a casa después de un paseo en bicicleta el 25 de abril de 1999, cuando se dio cuenta de que no sentía su brazo izquierdo desde la muñeca hasta el hombro. Estaba tan mareado que tuvo que reposar. Pero se negó a reconocer que algo anduviera mal y siguió yendo a trabajar durante varios días.
Cuando Hooper decidió al fin ir a un cardiólogo, se le diagnosticó un miniderrame. Hooper, que gestionaba un negocio de transferencias electrónicas en Nueva York había perdido algunas de sus funciones cerebrales. Estaba tan confundido que había echado jugo de naranja en una cafetera. Tampoco podía leer los mapas de carretera.
Después de un proceso de rehabilitación, los problemas cognitivos de Hooper mejoraron en forma significativa.
Durante su tratamiento conoció a a algunos profesionales que habían sufrido derrames que los habían incapacitado.
"La mayoría de la gente no se da cuenta de los efcetos devastadores que esto puede tener", dice ahora. "Yo tuve suerte".