Gerontología - Universidad MaimónidesGerontología - Universidad Maimónides
Julio 15, 2004
HABITAT ESTIMULANTE Y SEGURO PARA LA VEJEZ

LA ADAPTIBILIDAD COMO CONSIGNA. HACIA UN DISEÑO ARQUITECTONICO INTEGRADOR

Sabemos que la superviviencia de las especies depende fundamentalmente de su capacidad de adaptación a sus propias alteraciones y a las del entorno, su posibilidad de reacomodar su hábitat y de reorganizar su metabolismo en sincronía con esos cambios. La especie humana, a lo largo de algunos miles de años, ha sabido compaginar sus modus-vivendi en función de las más variadas situaciones, muchas de ellas generadas por una de sus cualidades diferenciales: su imaginación. Ahora se le ha ocurrido que también podría vivir fuera del planeta Tierra. Alguna vez propuso un elixir de la larga vida, y en los últimos 100 años ha posibilitado duplicar su expectativa de longevidad (bajo ciertas condiciones económicas).

Por: Juan Manuel Escudero y equipo (NEXOS – UNMDP)
Fecha publicación:14/07/2004

En cada uno de aquellos re - acomodamientos a las más diversas situaciones geográficas, climáticas o sociales, el hombre se las ha ingeniado para resolver su alimentación, su vestimenta, su organización grupal y la construcción de su hábitat. Pero con el envejecimiento de la población aparecen nuevos desafíos; entre ellos una re - adaptación del hábitat. Porque las alteraciones que afectan a beneficiarios de esa sobrevida, como la precariedad y morbilidad derivadas del envejecimiento, y la progresiva aparición de demencias, no le permiten desenvolverse plenamente en un entorno construido para jóvenes lúcidos y ágiles.

Desde una visión ingenua tendemos a acotar y simplificar las soluciones a los problemas complejos. Pero al actuar así frente a situaciones tan difusas como el envejecimiento, los resultados pueden ser inoperantes, o contraproducentes, por ejemplo:

- Que conjuntos de vivienda especializada muchas veces redundaron en aislamientos contraproducentes y socialmente desintegra-dores.

- En los conjuntos de viviendas construidas en Argentina para su venta, desde planes oficiales en los últimos 25 años, un 5% debía ubicarse y diseñarse para el alojamiento de adultos mayores. Esas unidades hoy fueron vendidas o heredadas; y en el 95% restante sus habitantes han envejecido.

- Rampas que pretenden resolver problemas de accesibilidad mientras se mantienen situaciones de peligro por pavimentos inadecuados o mala iluminación.

Requerimientos para la tercera edad

Hoy sabemos que lo mejor es que el anciano viva el mayor tiempo posible en forma autónoma, socialmente integrado, en su barrio y en su casa si es posible, y que a medida que envejece le es cada vez más traumático mudarse. En este contexto nuestra prioridad debe ser posibilitar la adaptación del entorno existente y que lo que vayamos construyendo sea capaz de recoger estos requerimientos. Y al hacerlo deberemos tener en cuenta algunas consideraciones derivadas de numerosos estudios realizados sobre la relación del anciano con su hábitat:

- Relevamientos realizados por nosotros entre ancianos autoválidos ratifican que, al avanzar en edad, hallamos más resistencia a cambiar de alojamiento (independientemente de la calidad del actual).

- Los accidentes (fundamentalmente caídas) en la 3ª Edad reconocen tres factores causales: personales o intrínsecos (enfermedades crónicas, déficits neurológicos, etc.), conductuales (actividades y elecciones que pueden alterar el mecanismo de balance, como correr o usar calzado inapropiado) y ambientales (obstáculos en el área de circulación, iluminación inapropiada, etc.).

- Un programa piloto realizado en Australia entre 1993 y 1995 indica que, mediante simples modificaciones en el hogar para eliminar factores de riesgo en adultos mayores sanos con 1 caída /año, se reduce en un 60% la incidencia de caídas después de esas modificaciones. - Los ancianos frágiles son más propensos a las caídas por causas personales, pero su inseguridad intrínseca los hace más precavidos y, como consecuencia, menos expuestos a las deficiencias del entorno como causal de accidentes. Los más vigorosos son más susceptibles a esas deficiencias (por más confiados en su capacidad de reacción) y así, para ellos, adquieren mayor relevancia como factor de riesgo (haciéndose allí más necesarias las medidas precautorias y educativas).

Esta dicotomía entre ancianos frágiles y vigorosos suele asociarse con sendas actitudes y comportamientos a los que podemos llamar el síndrome del pusilánime y el síndrome de Tarzán; el del que no se anima a hacer casi nada y el del que se cree capaz de casi todo.

Independientemente de la historia previa de cada uno de estos estereotipos, de los valores o simpatías que cada uno ponga en juego, estos extremos nos ayudan a pensar sobre qué clase de ambiente requiere o propone cada uno de ellos. El pusilánime solicitaría un hábitat sobreprotector, sin sorpresas, blando, siempre controlable. A Tarzán le gustaría vivir en un medio que le permita poner en juego todas las predisposiciones de su entusiasmo.

Un ambiente total y permanentemente controlable y libre de peligros es sólo alcanzable en forma de territorios muy acotados; cuando se sale de él se está más ex puesto, sin entrenamiento previo, a los avatares del entorno común. El tema es ¿cómo mantener despierta nuestra capacidad de atención y un cierto entrenamiento sensorial y físico (que no consista sólo en una gimnasia programada), en viviendas y ciudades que permitan y sugieran un uso pleno de nuestras aptitudes, pero donde los peligros que se pueden encontrar sean reconocibles, evitables y superables?

A partir de los estudios antes mencionados, y muchos otros dirigidos en el mismo sentido, podemos plantear dos campos de acción, independizables en el modo de encararlos, pero unidos en sus efectos: una educación y concientización que ayude a comprender las posibilidades y el comportamiento acordes a la edad y a la contextura de cada individuo. Un entorno que nos permita movernos y desarrollarnos plenamente del modo más seguro posible. Y al elaborarlos deberemos tener en cuenta al menos dos tipos de actitudes que los enmarcan:

La primera sería un incremento de los hábitos y las rutinas. 'Hay una marca de la edad que me sorprende más que todos sus signos físicos: la formación de hábitos'. (Beauvoir S. de 1970).

La segunda sería la asunción de una actitud contemplativa de la naturaleza y sus ciclos, algunos; de los movimientos y actividades de otros, la mayoría (de los más jóvenes, de una mascota, o de otros viejos), previendo y registrando pequeñas alteraciones. Porque la observación de las rutinas también ayuda, como el asumirlas en los comportamientos, a defenderse de sus temores y de sus inseguridades.

Acciones: ¿Qué se puede hacer desde la arquitectura?

Hoy están claramente definidas una serie de proposiciones y recomendaciones para la accesibilidad: como la eliminación de barreras y trampas arquitectónicas, que atienden problemas puntualmente definibles y aislables para resolverlos mediante acciones normadas. Pero la arquitectura no puede reducirse meramente a aplicar normativas o recomendaciones. Por supuesto que no tendrá ninguna vigencia real si no las atiende, pero no será capaz de promover un verdadero desarrollo humano si no las supera. Y esa superación solo puede partir de una comprensión profunda de la situación vital a la que atiende (en este caso la de la vejez). Porque la arquitectura no es solo la ingeniería del hábitat, es una disciplina proposicional, que asume la posibilidad de producir un entorno más rico, más bello, más estimulante. Y esto solo puede hacerse conectando con las ilusiones y la posibilidad de producir emociones que se desarrollan desde la niñez.

Para enunciar las posibilidades de adaptar o construir un aloja miento y un entorno apto, seguro y estimulante para el envejecimiento, vamos a reiterar conocidas respuestas de diseño - constructivas, y vamos a proponer unas pautas de actuación. Las respuestas de diseño-constructivas abarcan desde las más 'automáticas o mecánicas', en el sentido de facilitar los movimientos, hasta las más abstractas, más difíciles de enunciar (o de detectar como impedimento).

- Las primeras, las 'fomalizables', dirigidas a atender o atenuar dificultades kinésicas (de movilidad, accesibilidad, aprensión manual), son más fáciles de asociar a una forma (o al tratamiento de una forma) que da respuesta a un uso, o que lo dificulta. Son enunciables desde una ergonomía de la discapacidad, y se resuelven mediante elementos (formas u objetos) y/o sus tratamientos. Una enumeración básica incluiría: las rampas de 6% de pendiente; dos pasamanos, a 70 y 90 cm. de altura; suelos antideslizantes; eliminación de obstáculos de paso; altura de asientos, muebles, alacenas, etc.; agarraderas en baños; forma y tamaño de manijas, botones, asas, etc.

- Las segundas, las ambientales, están en la base de la configuración del 'espacio arquitectónico y urbano', entidad objetiva, resultante de la conjunción de formas, texturas, colores, sonidos y, fundamentalmente, la luz que permite visualizarlo (no formalizable en sí misma, pero que permite ubicar y encontrar aquellos elementos 'formalizables'). Hacen a la organización de los recorridos (con todas las implicancias de tiempo que esto implica) y al fácil reconocimiento del entorno y de sus partes, imprescindible cuando disminuyen la memoria y la capacidad de orientación. Porque los trastornos o disminuciones derivadas del envejecimiento hacen más evidentes los requerimientos de origen sensorial o cognitivo que están en el sustento de toda percepción y reconocimiento del espacio físico.

Por supuesto que esas respuestas de diseño y constructivas no resuelven todos los problemas; porque en el momento de tomar decisiones tendremos que establecer prioridades (si lo ideal no es factible tendremos que hacer lo posible; si no podemos eliminar escalones, es fundamental iluminarlos, texturarlos y acompañarlos de pasamanos; si no se puedan cambiar artefactos en el baño, instalar agarraderas; si no se pueden reponer solados, eliminar los pequeños desniveles); y porque esas respuestas no generan por sí mismas aquellas ilusiones ni emociones que constituyen el verdadero motor vital, aquel que asociamos a un 'proyecto' que enmarca o da nombre a las 'ganas de vivir'. Las que van asociadas a un cierto sentido de aventura (física o mental) motivada por una curiosidad militante y motora. Y ese sentido de aventura, que tiene sus inicios en la infancia, posiblemente sea reasumible a lo largo de nuestra vida, también en la vejez. Y entre los innumerables desencadenantes posibles de motivaciones vitales deberíamos incluir seguramente factores ambientales: el valor estimulante del entorno. En función de esto, y junto a esas respuestas de diseño y constructivas -formalizables y ambientales- vamos a resumir dos tipos de pautas de actuación:

A) Unas pautas organizativas (algunas de ellas ya asumidas expresamente desde políticas oficiales en muchos países), que podemos definir como superestructurales, dependen de decisiones que se deben tomar desde la promoción de las operaciones, involucrando (además de las obvias cuestiones económicas) compromisos y vinculaciones entre distintos agentes, cuestiones urbanísticas y de suelo disponible, los modos de gestión, etc. Son aplicables a emprendimientos de la administración pública, privados o mixtos; y enmarcan y condicionan las decisiones estrictamente arquitectónicas porque surgen de consideraciones que hacen al modo de vida que nos proponemos. Las principales serían:

- Preservar y adaptar, en lo posible, el entorno doméstico habitual (la casa, el barrio).

- Promover que un necesario cambio de residencia, o la adaptación del habitual, pueda ser asumido como proyecto vital, antes de que resulte traumático e impostergable.

Evitar enfáticamente concentraciones de más de 100 a 120 ancianos en residencias o grupos de vivienda; y que éstos estén siempre integrados, accesibles y asimilados al entorno urbano, periurbano o rural que los enmarcan, eludiendo aislamientos y ghettos.

- Abrir los servicios que acompañan grupos de vivienda o residencias específicas al uso externo de ancianos y de la comunidad.

- Promover la participación activa de las entidades autogestionadas de ancianos (centros de jubilados y otras), y las comunitarias en general, en esa integración.

B) Unas pautas motivadoras, asumibles desde el diseño del hábitat para, prever y posibilitar algunas actividades y actitudes que favorezcan la fruición, el goce en el uso más pleno de nuestras capacidades kinésicas, sensoriales o cognitivas.

El encuentro y la charla, los juegos de salón o al aire libre, los hobbies y tareas manuales, la huerta y jardinería, leer o escuchar música, contar cuentos, cantar o bailar, pueden ser acciones superadoras de la mera TV si sabemos colocarlas en el camino y al alcance de la vida cotidiana. Y podemos ayudar a que el acceso a ellas comprometa una voluntad y un esfuerzo posible para realizarlas; y que el camino o el modo de canalizarlas involucre una acción física o mental superior a la necesaria para las actividades de mantenimiento o las rutinas cotidianas.

A partir de aquellas respuestas de diseño y constructivas, y considerando esas pautas organizativas y motivadoras, podremos avanzar en la construcción de un entorno que nos contenga a todos, a lo largo de toda nuestra vida. Para que el pusilánime y el aventurero se muevan con más seguridad y que ambos encuentren sugestiones capaces de promover la intriga, la curiosidad, las ganas de vivir. Para ello, un alojamiento y un entorno seguro, apto y estimulante debería ser asumido como consigna clave para una vida y un envejecimiento mejor, al mismo nivel que cualquier premisa sanitaria, y como marco de toda política que afronte una vida más plena para todas las edades.

http://www.argenpress.info/nota.asp?num=012338

Enviado por Licenciatura en Gerontología el: Julio 15, 2004 04:57 PM
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