Hay una ley en biología según la cual los mamíferos superiores viven siete veces el tiempo que tardan en hacerse adultos. Y se consideran adultos aquellos individuos que tienen capacidad para reproducirse. Así, el hombre, que es un mamífero, debería vivir aproximadamente 100 años, teniendo en cuenta que a los 14 años una mujer es capaz de engendrar un hijo.
Dr. José M.a Porta Tovar
Psiquiatra. Director médico del Complejo Asistencial
«Ntra. Sra. del Sagrado Corazón de Jesús», de Málaga
27-07-04
Puede que algunos encuentren exagerada esta afirmación, pero creo que estamos llegando al cumplimiento de esa ley, aunque sea poco a poco.
Decía Quevedo, allá por el siglo xvi: «Vivir es caminar breve jornada...» Y era verdad: En aquellos tiempos, sólo tres de cada cien personas alcanzaban la edad de 65 años. En el imperio romano, la vida media era de 29 años. Un inglés medio del siglo XVIII vivía hasta los 35. A mitad del siglo xix (1850), el promedio de vida era de 42 años. Ahora, en el mundo occidental, la esperanza de vida es superior a los 75 años1.
Sin embargo, no se trata sólo de vivir. Se trata de vivir plenamente. Disfrutando de todo lo que la vida nos ofrece. Para eso, para vivir plenamente, es necesario cuidar nuestro cerebro, porque es allí donde nacen, se desarrollan y mueren aquellos sentimientos que llenan nuestra vida de felicidad y alegría.
Por eso, me ha parecido útil reflexionar sobre algunos aspectos del cerebro y de la salud mental, en general, y en particular de nuestros mayores, que tienen mucho que ver con su propia felicidad y, por tanto, con el quehacer profesional de todos nosotros.
DEFINICIÓN DE LOS TÉRMINOS
En primer lugar, me gustaría exponer algunos principios acerca del cerebro, en relación con el corazón y la mente, para después aplicar esas consideraciones al cerebro envejecido de nuestros mayores.
A menudo decimos: «Es una mujer muy cerebral», queriendo decir que es fría y calculadora. En realidad, no queremos decir que tenga mucho cerebro, sino que tiene poco corazón.
Otras veces decimos: «Esta persona piensa con el corazón, no con la cabeza» De nuevo, aquí hablamos en sentido figurado: Es evidente que esta persona piensa con la cabeza, pero, por lo visto, pueden más sus sentimientos y sus afectos a la hora de tomar una decisión o de establecer una relación humana.
Finalmente, hablamos de la mente y decimos: «Tiene una mente muy retorcida» Tiene una mente cerrada, tiene un bloqueo mental. Con la palabra «mente» estamos refiriéndonos, correctamente, al cerebro y al corazón, como explicaré más adelante.
En todo caso, yo querría hablar del cerebro, del corazón y de la mente, no en sentido figurado sino en sentido estricto, para después aplicar las conclusiones al conocimiento y al cuidado de nuestros ancianos.
EL CEREBRO Y EL CORAZÓN
El hecho de unir el corazón al cerebro ha sido justamente «a propósito». Simplemente para recordar que el corazón no es la sede del amor, por mucho que lata cuando la persona se siente enamorada. Se ama o se odia con el cerebro, con la mente. No con el corazón. El hecho de atribuir al corazón las complicadas operaciones de los sentimientos y los afectos es fruto de nuestra cultura occidental, distinta de otras culturas, donde la sede del amor se localiza, por ejemplo, en el vientre.
Por eso, es importante recordar que la sede de la afectividad está en el cerebro, y más concretamente en el tálamo, y que la afectividad, como la racionalidad, se desarrollan, crecen o se pierden a la par que lo hace el cerebro.
EL CEREBRO Y LA MENTE
Otro problema más complicado es distinguir el cerebro de la mente. Pero no es el momento de complicar las cosas. Simplemente diremos que el cerebro es la estructura físico-química que soporta las operaciones más sutiles del pensamiento, de los afectos y de la conciencia misma. Algunos comparan la relación cerebro-mente con la relación que se establece entre un generador y la corriente eléctrica que produce. Es verdad que no hay corriente sin generador ni generador sin corriente. Pero no por eso es lo mismo lo uno que lo otro. «La mente —vamos a decir— es el estado funcional del cerebro en un momento dado». «Es la imagen fotográfica instantánea de un cerebro en acción».
Pues bien, veamos cómo se desarrolla el cerebro, desde el punto de vista de la evolución, para estudiar después cómo se constituye y funciona el cerebro humano.
1. La historia del cerebro
La aparición del cerebro es una bella historia que empezó hace unos 700 millones de años, cuando varias células vivas se reunieron para efectuar operaciones complicadas de nutrición, desplazamiento y reproducción. A partir de ahí, el cerebro se ha ido complicando hasta llegar a pesar un kilogramo en el hombre del neandertal y uno trescientos, después, en el hombre del Cromañón.
Pero, en la evolución, hay una máxima que siempre se cumple: lo importante no es crear estructuras nuevas, lo importante es mejorar las antiguas. De esta forma, el cerebro del chimpancé es superior al del perro, pero se parece. El cerebro del hombre es superior al del gorila, pero se parece. El cerebro del hombre de hoy es superior al del hombre del neandertal, pero se parece.
Esto hace que nuestro cerebro sea la suma de tres capas cerebrales muy conocidas, que, a modo de capas de cebolla, forman el conjunto del encéfalo: el estrato instintivo, el estrato afectivo y el estrato cortical o corteza cerebral2.
El estrato instintivo lo compartimos con casi todos los animales, el estrato afectivo lo compartimos con los animales superiores y el estrato cortical es propio y original del hombre. Esto es muy importante a la hora de entender la conducta humana. Porque, queramos o no queramos, tenemos unas conductas heredadas de nuestros ancestros, otras heredadas de nuestros padres y otras que hemos aprendido por nosotros mismos.
2. La estructura del cerebro
a) La primera capa del cerebro del hombre es la capa instintiva. Es la más oculta, la que está por debajo de las demás, y está constituida por el tallo cerebral y el sistema límbico, que comprende la sustancia negra, el hipocampo, la amígdala etc. Esta es el área de los instintos y buena parte de las conductas que genera son conductas heredadas: el instinto de succión, el instinto de huída, el instinto de conservación, el instinto de reproducción, etc.
Solamente quiero resaltar la importancia de dos pequeñas formaciones que se llaman amígdalas, que tienen una función muy particular: en ellas reside la memoria afectiva. Dicen que los elefantes y los perros tienen una buena memoria para recordar a sus amos. Pues bien, ese recuerdo reside en las amígdalas. Curiosamente, la memoria de estas amígdalas no solamente es personal: recoge de una manera especial la memoria de género y la memoria de especie.
La amígdala es aquella parte del cerebro que emite la primera opinión, el primer diagnóstico, de cualquier cosa o persona que percibimos, y la clasifica como interesante, atractiva y buena o, por el contrario, como poco interesante, peligrosa o mala. Y eso lo hace, principalmente, a través del olfato. ¡Qué frecuente es escuchar este comentario: No sé por qué, pero esta persona me cae bien o me cae mal! Pues bien, ese juicio se ha elaborado en la amígdala3.
Recordemos que el olfato sigue teniendo en el hombre una gran importancia a la hora de elaborar esos juicios rápidos. Juicios que se producen en la amígdala y que explican por qué hay personas que nos caen bien antes de «conocerlas» y otras que nos caen mal. Por otra parte, hay personas más sensibles, que perciben el olor de otras personas y que nos dicen que hay unas que huelen bien y otras que huelen mal, independientemente del perfume o del jabón que cada una use.
b) La segunda capa del cerebro es la capa afectiva. Está situada por encima de la instintiva y por debajo de la cortical. Sus órganos más conocidos son el tálamo, el hipotálamo y la hipófisis. Esta capa afectiva también la compartimos con los animales superiores. Por eso decimos que los animales domésticos tienen «sus sentimientos» Los perros, por ejemplo, pueden sufrir auténticas depresiones en ausencia de su amo.
Hasta aquí, todavía no hemos entrado en lo que es la razón propiamente dicha, en lo que es propio del hombre. Sin embargo, hay que tener en cuenta que muchas conductas del hombre se resuelven a este nivel, sin pasar por la corteza cerebral. Decimos que en el cerebro hay un circuito corto y un circuito largo. El circuito corto acaba aquí: el hombre ve a una mujer o percibe su aroma o escucha su voz. La amígdala recuerda que ese tipo de mujer le conviene e informa al tálamo. El tálamo se comunica con el hipotálamo y la hipófisis, que envía sus hormonas para producir tal o cual conducta.
Así pues, la amígdala y el tálamo son los responsables de muchos actos del hombre, que no pasan por la corteza. Entre ellos se establece el siguiente diálogo: «Esta mujer es buena o es mala. Si es buena, me apetece. Si es mala, ni la miro». Curiosamente, los modelos de hombre o de mujer que nos vamos encontrando en la vida van marcando la amígdala con nuevos recuerdos, que influirán en las decisiones siguientes. Por ejemplo: la niña admira la conducta de su padre, después la de su maestro, luego la de su héroe preferido y, poco a poco, estos modelos van a ayudarle a escoger una pareja con un perfil muy parecido al de aquéllos.
Algo semejante ocurre con los nombres. Asociamos un nombre con una persona simpática o antipática y, años más tarde, elegimos ese nombre para un hijo nuestro... (Decimos: no sé por qué, pero ese nombre me gusta. Sin embargo, siempre hay un porqué, aunque no lo conozcamos.
c) La tercera capa del cerebro humano es la racional, la corteza.
La corteza cerebral, con sus dos hemisferios y sus áreas especializadas, constituye la última adquisición del cerebro humano. Con la corteza llegan nuevas funciones y nuevas posibilidades de desarrollo, que son ya propias del hombre. Entre esas funciones cabe destacar la conciencia, en sentido amplio, y el lenguaje4.
Respecto a la corteza, querría hacer tres anotaciones:
1. Que está dividida en dos hemisferios y en varios lóbulos (frontal, parietal, temporal y occipital).
2. Que esos dos hemisferios están unidos por millones de conexiones, que forman lo que llamamos el cuerpo calloso.
3. Que en cada persona existe un hemisferio dominante.
4. Que, con algunas excepciones, el hemisferio dominante en la mujer es el izquierdo, donde asienta el área del lenguaje y que el hemisferio dominante en el hombre suele ser el derecho, sede de la orientación temporo-espacial.
3. ¿Cómo funciona el cerebro?
1. Un hombre percibe a una mujer, por los sentidos externos o internos (viendo, recordando o soñando).
2. La amígdala emite su primer juicio. (con su memoria personal, de género y de especie).
3. La amígdala manda la información al tálamo, que puede producir una conducta no racional (actuando el circuito corto), dependiendo de la intensidad del estímulo y la predisposición del sujeto.
4. El tálamo añade a la imagen su valoración afectiva y la envía a la corteza.
5. La corteza juzga sobre las circunstancias de tal conducta.
6. Por último, el cerebro emite un juicio definitivo y envía una orden al tálamo, que éste ejecuta a través del hipotálamo, la hipófisis y las hormonas.
4. ¿De qué depende que una conducta sea razonable o sea instintiva?5
Depende de la intensidad del estímulo y de la predisposición del sujeto: Hay personas muy espontáneas y muy apasionadas y otras más tranquilas y reflexivas.
5. El cerebro y el sexo
A primera vista, se diría que el sexo de las personas viene definido por el desarrollo de sus órganos genitales, y nada más lejos de la realidad. El sexo de la persona viene determinado por el cerebro.
En principio, en el seno materno, todos estamos destinados a ser mujeres. Sin embargo, en la mitad de los casos, se pone en marcha un gen activador del cromosoma Y, que induce al desarrollo de los testículos y éstos a producir testosterona. La testosterona llega al cerebro, junto con los estrógenos de la madre, y produce importantes cambios en la estructura de ese cerebro. Cambios que definirán la psicología y la conducta del niño o de la niña. Recordemos que en este momento es cuando se configuran los caracteres sexuales de la persona.
Diferencias del cerebro masculino y femenino
Desde los primeros meses de la vida de un feto, la combinación de hormonas que bañan su cerebro van a producir importantes cambios en la estructura del mismo:
El hombre tiene mayor masa cerebral (150 gramos más). La mujer tiene un cerebro más grande que el hombre en relación con su cuerpo (mayor tasa cerebral).
La mujer tiene un cuerpo calloso más grande que el hombre (mayor número de conexiones entre los hemisferios).
El hemisferio dominante de la mujer es el izquierdo, donde se localiza el área del lenguaje. Tiene más habilidad verbal, más facilidad para la lectura y obtiene mejores resultados académicos.
El hemisferio dominante del hombre es el derecho y tiene, por tanto, mejor orientación temporo-espacial. Son, en general, mejores conductores, músicos o pintores.
El cerebro, los sentimientos y las hormonas6
Como hemos dicho al principio, el cerebro no solamente piensa. El cerebro es la cuna de los sentimientos, de las emociones, de los afectos, de las pasiones. Cuando el cerebro toma una decisión, razonable o no, la hipófisis moviliza las hormonas para que ejecuten sus órdenes, para que produzcan tal o cual conducta: huir, defenderse, comer o aparearse. Los sentimientos más sublimes están hechos de química y, al contrario, toda química encierra un halo de vida.
Actualmente conocemos muchas de estas hormonas que, bajo las órdenes del cerebro, ponen en marcha los mecanismos de los sentimientos o de las emociones: he aquí algunas de ellas: la oxitocina, los estrógenos, la testosterona, la DHEA (Dehidro-epi-androsterona), la dopamina, la progesterona, la prolactina, entre otras.
La oxitocina, segregada por la hipófisis, no sólo tiene como función la de estimular el útero durante el parto, sino que también interviene en la preparación de la vagina para la comunicación sexual: lubricación, contracciones propias del orgasmo etc. Se le llama la hormona de la fidelidad, porque es la que hace que se permanezca junto a la persona que te atrae. El simple contacto con la persona deseada eleva los niveles de oxitocina en sangre y estimula la comunicación sexual. (Es curioso cómo hay personas que mantienen una relación «imposible» con otra, que le maltrata etc. y no son capaces de abandonarla).
Los estrógenos, producidos por los ovarios, son las hormonas femeninas por excelencia y hacen que la mujer resulte atractiva para el hombre. Una vida sexual intensa aumenta el nivel de estrógenos en sangre, que, además, protegen contra el infarto y previenen la sequedad vaginal.
La testosterona la producen los testículos y es la hormona masculina por excelencia.
La DHEA o de-hidro-epi-androsterona es directamente responsable del deseo erótico que un hombre o una mujer despiertan en los demás y de ella derivan las feromonas, que regulan el comportamiento sexual a través del olfato.
La serotonina tiene que ver con el estado de ánimo y con el comportamiento sexual, según sea su nivel en sangre. Es curioso el hecho de que los estrógenos y los andrógenos elevan el nivel de serotonina en sangre, invitando a la comunicación sexual.
La dopamina es responsable de todas las conductas adictivas. La progesterona y la prolactina inhiben o aminoran el deseo sexual de la mujer.
La PEA (fenil-etil-alanina), conocida como «la molécula del amor», es una sustancia con efectos euforizantes o depresores, según sea su nivel en sangre, y se relaciona con las emociones románticas.
EL CEREBRO Y LA MEMORIA
La memoria es la facultad que nos permite guardar las percepciones de cualquier orden, asociarlas, clasificarlas, sintetizarlas y reproducirlas más tarde, sea de forma voluntaria o involuntaria, ante cualquier estímulo suficiente.
De alguna forma podría decirse que el hombre es esencialmente «memoria», en la medida en que esta facultad nos permite reconocernos a nosotros mismos a lo largo de la vida, tener conciencia y ser responsables de nuestros actos.
Hasta el momento, no podemos decir que haya un área determinada donde se localice la memoria. Por el contrario, parece ser que la memoria está repartida en distintas áreas, allá donde se realizan las operaciones mentales:
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La memoria de las ideas se localiza en el lóbulo frontal.
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La memoria del movimiento en el lóbulo parietal.
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La memoria visual en el lóbulo occipital.
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La memoria auditiva en el lóbulo temporal.
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La memoria olfativa en la amígdala.
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La memoria del lenguaje en el lóbulo temporal.
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La memoria afectiva en el tálamo.
Memoria innata y memoria adquirida
Aparentemente, todo lo que recordamos es porque antes lo hemos experimentado personalmente. Aunque no es así. A menudo imaginamos la memoria como un saco vacío, que poco a poco vamos llenando, a lo largo de la vida, con la experiencia. Pero esto no es así: Cuando nacemos, nacemos ya con un saco medio lleno. Solamente una parte de nuestra memoria es fruto de la experiencia personal.
Cuando compramos un disquete para grabar en el ordenador, tenemos que asegurarnos que ese disquete esté formateado. Es decir, que esté preparado para grabar. O sea, que tenga sus espacios definidos, su trama organizada, sus caminos ya trazados, para recibir y conservar la información. Así ocurre con la memoria:
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Cada persona, al nacer, tiene dos tipos de memoria: la memoria filogenética y la memoria dinámica. En la memoria filogenética traemos grabados los cables y las conexiones de buen número de neuronas. Ejemplos de esta memoria son los reflejos de prensión, de succión, etc. que tienen los recién nacidos. En la memoria dinámica, traemos grabados los circuitos electroquímicos que seguirán nuestros pensamientos o nuestras emociones. Por ejemplo, la secreción de adrenalina cuando sentimos miedo. Aunque sea por primera vez.
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Poco a poco, el hombre adquiere la «memoria referencial», que es aquella que hace referencia a su propio aprendizaje.
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Dentro de la memoria referencial, que es la memoria del aprendizaje, hay dos formas muy importantes: «la memoria de repetición» y «la memoria de impronta».
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La memoria de repetición es la más común: se trata de repetir algo hasta que deje huella en nuestro cerebro. Ej. La lista de reyes godos.
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La memoria de «impronta» es fruto de una vivencia especialmente intensa, en un momento de especial sensibilidad. Por ejemplo, el concepto de madre se adquiere inmediatamente, a partir de una experiencia que el niño hace en torno al pecho materno: el olor de la piel, el tacto, la voz de la madre y la leche, se asocian para producir una impronta, que el niño retiene para siempre en su memoria7.
A propósito del aprendizaje por impronta, me gustaría añadir que es muy difícil precisar qué vivencias van a significar una impronta en tal o en cuál persona. —¿Por qué? —Porque el mundo y la vida son percibidos de forma muy distinta por cada uno de nosotros. En ese sentido, las vivencias de cada cual son únicas e irrepetibles, y nadie puede valorar las vivencias de otros. Por eso, una vivencia puede ser tan fuerte en una persona que cause una impronta y tan liviana en otra que no la cause.
EL CEREBRO DE LOS MAYORES
Lo primero que hay que decir del cerebro de los mayores es que, antes de que llegue el deterioro, es el más rico y completo de todos. Y ello, fundamentalmente, por el mayor cúmulo de conexiones neuronales adquiridas. Eso lleva consigo un mayor número de ideas, unos sentimientos más depurados, una mejor valoración de las circunstancias de su entorno y una visión más realista y equilibrada de la vida8.
Sin embargo, sea por enfermedad, sea por simple desgaste, en el cerebro del mayor se producen las siguientes modificaciones:
1. Hay una deshidratación y, en consecuencia, una atrofia del tejido noble.
2. Hay dificultades de irrigación por la arteriosclerosis de sus vasos.
3. Hay una pérdida de neuronas por degeneración de la sustancia gris.
4. Hay un declive de las funciones cerebrales.
DEGENERACIÓN NEURONAL Y MEMORIA
Para entender el deterioro de la memoria de los mayores es imprescindible conocer algunos hechos sobre la fijación de los recuerdos y la resistencia o facilidad para perderlos. En ese sentido habrá que decir que la fuerza de fijación de los recuerdos depende:
1. Del tiempo que lleven grabados y de las veces que hayan sido evocados en su memoria: Por eso decimos que el anciano se acuerda de los hechos del pasado y olvida los hechos recientes. No es lo mismo el surco que deja un carro al pasar una sola vez por un camino embarrado que cuando ha pasado doscientas veces.
2. Del tipo de memoria al que pertenezcan: Los recuerdos más fuertes son aquellos que pertenecen a la memoria filogenética o a la memoria dinámica (es decir los recuerdos innatos). Los más frágiles son los que pertenecen a la memoria referencial, es decir, a los adquiridos por aprendizaje. Por ejemplo, son fuertes los recuerdos de prensión, de huída, de alimentación. Son frágiles los recuerdos de lectura o escritura.
3. Del tipo de cerebro de que se trate: masculino o femenino.
– Teniendo en cuenta que el hemisferio predominante de la mujer es el izquierdo, el área del lenguaje tendrá en la mujer una especial fijación. En cambio el hombre tendrá más problemas a la hora de conservar el lenguaje (se olvida antes que la mujer de los nombres de las personas).
– Por el contrario, el hombre conservará mejor la orientación y la mujer tendrá más dificultades en conservarla (se pierde por la calle, se confunde a la hora de encender la hornilla).
– Dado que el cerebro femenino, al tener un cuerpo calloso más grande, tiene más neuronas asociativas, conservará mejor que el hombre los detalles de las cosas y sus circunstancias (por ejemplo, a la hora de relacionar tal música con tal fiesta o tal perfume con tal persona).
4. Del tipo de aprendizaje con que se hayan fijado los recuerdos.
Hemos dicho que la fijación de un recuerdo puede hacerse por repetición y por impronta. Pues bien, la fijación por impronta es mucho más fuerte, en la medida en que la afectividad está, por definición, más comprometida. Recordad la película «Los puentes de Madison», en que los protagonistas vivieron toda su vida del recuerdo de aquellos tres días que habían pasado juntos.
5. Del estrato cerebral al que pertenezcan dichos recuerdos.
Primero desaparecen los recuerdos de la corteza, más tarde los del tálamo y finalmente los de la amígdala.
Esto tiene una explicación muy sencilla y, al mismo tiempo, una aplicación práctica inmediata: la explicación es que la amígdala y el tálamo pertenecen a lo que llamamos el cerebro visceral, que es el más antiguo y que almacena la memoria de especie. La aplicación práctica es evidente: el anciano pierde primero la razón, después la afectividad y por último los instintos. De esta forma, a la hora de comunicarnos con él, será preciso recordar:
1. Que, cuando empieza a perder la razón, lo primero que nos sorprende de un anciano es que empieza a manifestar una conducta desinhibida. Dice cosas que nunca dijo, hace cosas que nunca se había atrevido a hacer. Por ejemplo, dice picardías, palabrotas o argumenta sin tener en cuenta ni su auditorio ni su circunstancia concreta. Lo que está ocurriendo en ese momento es que la corteza cerebral, que actuaba de censura en su lenguaje y en sus actos, deja ya de ejercer el control que hasta entonces tenía9.
2. Que, perdida la razón y el lenguaje, el anciano todavía conserva los afectos. Aunque no sepa muy bien si está en presencia de su madre, de su mujer o de su hija10.
3. Que la forma de comunicación deberá ser distinta y los órganos más importantes de esa comunicación serán el olfato, el gusto y el tacto.
4. Que lo último que el anciano pierde son sus instintos primarios, principalmente localizados en la amígdala. De ahí que debamos saber que el mayor placer de un anciano está en el comer. En esa comida que debe cocinarse como a él le gustaba y que va a ser el mejor estímulo para evocar en él aquellos recuerdos, conscientes o inconscientes, de su pasado11.
5. Que si queremos que el anciano se encuentre consigo mismo en sus recuerdos, habrá que intentar evocar en él dos tipos de imágenes: las de su trabajo diario, el que realizó durante 30 años, o aquellas otras que vivió estando su afectividad profundamente comprometida.
BIBLIOGRAFÍA
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2. Lersh Ph. La estructura de la personalidad. Barcelona, ed. Scientia. 1974.
3. Sanjuán J. Evolución cerebral y psicopatología. Madrid, ed. Triacastella. 2000.
4. Llinás R. El cerebro y el mito del yo. Barcelona, ed. Belacqua. 2003.
5. Porta Tovar J.M. El hombre, la razón y el instinto. Bilbao, ed. Desclée. 2003.
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7. Goleman D. Inteligencia emocional. Barcelona, ed. Kairós. 1997.
8. Cicerón M.T. Diálogo de la vejez. Madrid, (De senectute. Imprenta Real). 1818.
9. Sparks N. El cuaderno de Noah. Barcelona, ed. Salamandra. MC editores. 1997.
10. Rof Carballo. Cerebro interno y mundo emocional. Barcelona, ed. Labor. 1952.
11. Barcia Salorio D. Antropología y vejez. Barcelona, ed. Lab. Menarini. 1993.
Enviado por Licenciatura en Gerontología el: Diciembre 4, 2004 12:45 PM