A diferencia de las plantas que envejecen de manera lenta, pero mueren brevemente, los seres humanos envejecemos rápido y morimos lentamente. Es lo que trata de enseñar el medico que lleva a sus pacientes a los parques para que aprendan con la naturaleza a demorar la vejez para morir sin agonizar.
Norma Morandini
Clarín
04.12.2004
Estudios divulgados recientemente advierten que en nuestro país también aumentó la cantidad de personas mayores de 60 años, la edad con la que ya se entra en la categoría de "viejos", ancianos, mayores o tercera edad. De todos modos, esto no se vive como un triunfo de la vida, sino como una carga previsional. ¿Quien se ocupa de los mas viejos? La vida urbana de espacios reducidos y familias divididas han dejado sin lugar al anciano, que suele ser depositado en los geriátricos, sin que sepamos qué provoca ese vivir desplazado.
Ya en las décadas del cincuenta y del sesenta, Simone de Beauvoir advertía en Francia que de los ancianos sanos ingresados en los geriátricos, el 45 por ciento morían en los seis primero meses. Los que resistían se volvían seniles o alcohólicos.
Treinta años después, como suele suceder, la historia se disfraza de paradoja para burlarse de nosotros: dos años atrás, en el verano boreal, fue precisamente en Francia donde se vio a los ancianos morir en masa frente al televisor porque no tenían quien les diera un vaso de agua, ya que los mas jóvenes, incluidos sus hijos, se habían ido de vacaciones.
La preocupación con la vejez lleva también a la esquizofrenia de que en Europa se desprecien a los inmigrantes, a no ser las mujeres jóvenes de los países subdesarrollados que dejan a sus hijos para ir a cuidar niños y ancianos en los países ricos.
Aun cuando en nuestras ciudades cada vez más casonas son adaptadas como geriátricos, lejos estamos de que nuestros viejos se nos mueran mirando la televisión. Sin embargo, existe una dictadura de la juventud que devalúa la sabiduría y la experiencia que tienen los que han vivido mas tiempo. Tal vez, porque miro menos la joven que fui que la anciana en la que me tornaré, constato que los prejuicios corren sueltos, y presentan a la vejez como enfermedad y no como una continuación maravillosa de la vida en la que se puede devolver todo lo que se recibió. Siempre, claro, que alguien esté interesado en recibirlo.