Gerontología - Universidad MaimónidesGerontología - Universidad Maimónides
Febrero 20, 2005
Responsabilidades individuales y colectivas

El debate actual en los Estados Unidos en torno del recorte en el gasto de la seguridad social reinstala la polémica sobre el Estado de Bienestar, el colapso de las finanzas públicas y el compromiso de cada individuo

La Nación
Enfoques
Domingo 20 de Febrero de 2005


Los norteamericanos han perdido el foco del problema. Suponen que están enfrascados en una discusión técnica sobre la viabilidad económica del "Social Security (programa público de seguridad social)", cuando el tema de fondo es otro mucho más importante: elegir entre la responsabilidad individual y la colectiva. O sea, exactamente el núcleo central de un encendido debate que hoy se efectúa en todo el planeta, dedicado al profundo reexamen de las relaciones entre la sociedad y el Estado. El sistema de jubilaciones es sólo una expresión más de esa apasionada polémica.

La historia sucinta es ésta: desde mediados del siglo XIX, de manera creciente, se fue abriendo paso la idea de que el Estado debía proporcionarles ciertos servicios básicos a las personas: educación pública gratuita, cuidados médicos y pensiones por desempleo, enfermedad o jubilación. Esos "Estados de Bienestar Social", como se los llamó, comenzaron en la Alemania de Bismarck e inmediatamente Inglaterra siguió el ejemplo. En América latina, se fue más allá a partir de la revolución mexicana de 1910, y en las nuevas constituciones se agregaron otros "derechos": las personas debían disponer de viviendas dignas y puestos de trabajo razonablemente remunerados. Y el Estado debía proporcionar todo eso. El hambre, las penurias y la incertidumbre que habían acompañado al ser humano desde las cavernas hasta los rascacielos quedaban legalmente abolidas y proscritas.

Simultáneamente, se censuraban las grandes diferencias económicas y se proclamaba el objetivo de buscar una suerte de igualdad en la distribución y tenencia de recursos. Y no era sólo un proyecto de marxistas y radicales: el dulce economista norteamericano Henry George -muerto a fines del siglo XIX-, defensor de un capitalismo benévolo, proponía la creación de altos impuestos a las herencias para que se redistribuyera la riqueza, mientras en todas partes se afianzaba la hipótesis de que lo justo y conveniente era que existiese un sistema fiscal "progresivo" que cobrara más a quienes más ganaban.

Es esa visión del papel del Estado, del conjunto de la sociedad y del rol del individuo lo que entró en crisis a fines del siglo XX. ¿Por qué? Por los altísimos costos que implicaba y porque provocaba una creciente ineficiencia en el sector público. Esto se traducía en una enorme pérdida de legitimidad de los sistemas políticos, fenómeno que en América latina se trasformaba en una fuente de inestabilidad y violencia. La popularidad de líderes autoritarios como Chávez o Fujimori era una muestra de la insatisfacción general que existía en la región por los pobres resultados de la gestión del Estado. Los pueblos querían una mano dura que entregara los inalcanzables bienes y servicios que prometían los textos legales y los discursos políticos.

En nuestros días se sabe que el camino del Estado de Bienestar no es ya transitable. Se malgastan los escasos recursos disponibles, la frustración pone en peligro el sistema democrático y le franquea la puerta a toda clase de aventureros y demagogos, al tiempo que fomenta en la ciudadanía una nociva actitud de postrada indefensión: "el Estado, y no yo, es el responsable de mi felicidad; lo que yo no tengo es porque alguien me lo ha quitado".

Frente a esta cosmovisión es que se alzan las voces de quienes procuran el resurgimiento de la responsabilidad individual y la reducción del perímetro del Estado, confiando en una revitalización de la sociedad civil y en los esfuerzos de los sectores privados para lograr los niveles de prosperidad que el ámbito público es incapaz de generar. El problema real no es de dónde proceden los fondos para la jubilación de los trabajadores, sino si se admite o rechaza la premisa moral de que toda persona apta para laborar debe ahorrar para costear su vejez sin tener que depender de la solidaridad de otros asalariados. Ese es el verdadero debate.

Hace 40 años, junto con otros entonces jóvenes profesores, comencé a enseñar en una universidad norteamericana que donaba un cinco por ciento del salario a un fondo colectivo de jubilación que invertía prudentemente los recursos en la Bolsa. El compromiso exigía un aporte personal de otro cinco por ciento. A los cuatro años abandoné la docencia y me marché a España, pero muchos de mis compañeros permanecieron en sus puestos y contribuyeron al fondo de inversiones hasta alcanzar la edad del retiro.

¿Resultado? Como promedio, les esperaba en torno a un millón de dólares al final del camino. Habían asumido responsablemente los costos de la tercera edad y llegaban a ella orgullosamente provistos de recursos propios. A mí no hay quien me convenza de que ese sistema es peor que el otro.

Por Carlos Alberto Montaner

LA NACION y Firmas Press

http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/enfoques/nota.asp?nota_id=681059

Enviado por Licenciatura en Gerontología el: Febrero 20, 2005 08:09 AM