Gerontología - Universidad Maimónides

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Abra la boca y cállese

La relación entre publicidad y salud es un tema que está lo suficientemente lejos de quedar clara como para poder presumir que nunca vaya a estarlo. Hay demasiados intereses cruzados -y encontrados- en juego, que involucran a profesionales, sistemas de salud y fundamentalmente laboratorios y empresas medicinales como para que no se pueda ser, ya no demasiado, sino simplemente algo optimista al respecto. No por delicado y sensible el negocio de la salud deja de ser tal.

Luis María Hermida
19.01.2006 | Clarín.com

Por salud, en este caso, se entiende el amplísimo espectro que va desde una simple crema dental hasta un medicamento contra la osteoporosis, por solo poner dos ejemplos que, como se verá, no son tan caprichosos como podrían parecer a priori.
La madre del borrego (y si no es la madre es una tía re-cercana) es la falta de regulaciones –o bien las diferencias existentes- en la fijación de normas y límites. Hay quienes creen que la sola apelación a la fórmula “ante cualquier duda consulte a su médico” los pone a cubierto de cualquier responsabilidad ante el mal uso de un medicamento. Que sean de “venta libre” no les quita su carácter medicinal. Y aunque es probable que nadie vaya a sufrir un cuadro agudo por una sobredosis de Ratisalil o de pomada hemorroidal Manzán, estimular la cultura de la automedicación puede ser bastante más peligroso que un inofensivo chivo en una siesta televisiva.
Para comprobar cuan distintos pueden ser los criterios que regulan la relación entre publicidad y salud bastará con un ejemplo comparativo. Si se quiere menor, pero no por ello menos revelador de la disparidad de criterios con que se maneja el tema. Recientemente, la Advertising Standard Authority inglesa, el organismo británico encargado de controlar los contenidos de los mensajes publicitarios, levantó de la tanda dos comerciales de una campaña de Sensodyne por violar las normas vigentes que prohíben que los odontólogos recomienden pastas dentales en comerciales. No siquiera de manera indirecta, como en este caso; ya que, en uno de los comerciales, el dentista convocado solo señalaba que los dientes sensibles son un problema muy común que debería enfrentarse cambiando de pasta dental. Sin mencionar la marca. Mientras que en el otro, una mujer que padecía de sensibilidad en sus dientes, pasaba a usar Sensodyne luego de visitar a su dentista.
Mientras tanto, en otro lugar del mundo... la Argentina, por ejemplo, una placa de letras blancas sobre fondo negro propone: “Los odontólogos argentinos hablan de sensibilidad dental”. Luego de la cual, una odontóloga, con número de matrícula y todo como para que no queden dudas de su autoridad, sostiene en un breve spot televisivo de 15 segundos que “cualquier persona puede tener dientes sensibles”. No conforme con eso, sugiere: “Me siento muy tranquila de recomendar Sensodyne a mis pacientes”. Porque, “para mí –concluye afirmando-, Sensodyne, es excelente. Tengo diente sensibles y uso Sensodyne”. Y para que no pueda interpretarse como una excepción, el aviso, a la manera del jabón de las estrellas, concluye señalando que “9 de cada 10 odontólogos usan o recomiendan Sensodyne”.
Pero si bien el rigor publicitario británico puede contrastar tan fuertemente con la laxitud normativa del ma’ sí criollo, habrá que considerar que no siempre las controversias que enfrentan a la publicidad y la salud son de carácter tan principista. Muchas veces las disputas son mucho más prosaicas ($) y vienen envueltas en la, dificilísima de precisar, acusación de “publicidad engañosa”. Como ocurrió días atrás cuando Procter&Gamble y Sanofi Aventis denunciaron ante un tribunal federal de Nueva York a las farmacéuticas Roche y GlaxoSmithKline (casualmente la fabricante de Sensodyne) por supuesta publicidad engañosa de un medicamento contra la osteoporosis. La razón, mucho más que en cualquier principio de verdad habrá que buscarla en los ingresos por la venta de medicamentos contra esa enfermedad que, solo en los Estados Unidos, araña la bonita cifra de 4 mil millones de dólares al año.

http://www.clarin.com/diario/2006/01/19/conexiones/t-01126498.htm