La búsqueda de la verdad debe estar guiada por la ética
Eugenia Sacerdote de Lustig
A los 95 años, la investigadora presenta hoy un libro autobiográfico
"Mi historia no ha sido tan fácil", dice, a los 95 años, la doctora Eugenia Sacerdote de Lustig, investigadora emérita del Conicet y de la UBA, pionera de la técnica del cultivo de tejidos en el país, que introdujo en 1943, e iniciadora en el Instituto Roffo del área de investigación básica en oncología.
La Nación
Martes 25 de Julio de 2006
Hoy, a las 19, en el templo de la comunidad Amijai, Arribeños 2355, se presentará su libro autobiográfico, "De los Alpes al Río de la Plata", que ella escribió como recuerdos para sus nietos pero que una amiga, sin consultárselo, estimó oportuno publicar en la editorial Leviatán, porque pensó que podía ser un testimonio enriquecedor y de interés para el público.
La doctora Lustig sonríe mucho, enfoca los problemas de su vida con buen humor y no deja de encontrar un lado positivo a las dificultades. Está casi ciega, pero no se nota, por la facilidad con que se mueve en su soleado departamento de Belgrano. "Cuando quiero leer alguna nota científica sobre biología o medicina, tengo amigas que vienen a leérmela", dice.
Además, dispone de una máquina que reproduce oralmente escritos que le sean compatibles por su idioma y su tipografía. Y cada mes recibe de Italia un libro grabado en CD, de una biblioteca para ciegos, que tiene 10.000 volúmenes. "Tengo para elegir", comenta, sonriente.
Un Nobel en la familia
Está actualizada en todo. Cada domingo la llama por teléfono de Roma su prima Rita Levi Montalicini, premio Nobel de Medicina 1987, que es un año mayor que ella y aún sigue dirigiendo un instituto de investigaciones sobre el cerebro y preside una fundación para mujeres de Africa.
Eugenia y Rita estudiaron juntas medicina; en 1930, fueron dos de las cuatro mujeres que ingresaron para cursar esa carrera en la Universidad de Turín, entre 500 estudiantes. Y como el liceo femenino que habían cursado no preparaba para la Universidad, para poder ingresar tuvieron que dedicar entre 12 y 14 horas diarias durante un año a estudiar materias que no habían visto: latín, griego, matemática, física. "Nunca estudié tanto en mi vida", afirma, 75 años después.
"El país de la abundancia"
Se graduó de médica con las máximas calificaciones. Y tuvo que dar el examen de Estado, que habilitaba para ejercer, en la Universidad de Parma. La dejaron dos horas a solas con un enfermo, apenas con un análisis de sangre y una radiografía, y ella debió dar el diagnóstico y dictaminar el tratamiento adecuado. "Por suerte, salí muy bien gracias al enfermo, que era muy inteligente y me ayudó muchísimo", dice con sencillez.
Se casó y tuvo una hija, Livia, pero no pudo ejercer: en 1938 le sacaron el carné de médica por ser judía, tras las leyes raciales de Mussolini, que "antes de aliarse con Hitler no había demostrado ese nivel de antisemitismo". Su marido, Maurizio, trabajaba en Pirelli. La firma decidió mandarlo a la Argentina, donde pensaba establecer una fundición de cobre. Llegaron a Buenos Aires el 25 de julio de 1939. "Nos parecía estar viviendo en el país de la abundancia porque veíamos en los tachos de basura pedazos enteros de pan y de carne." Pero a los pocos días al marido lo enviaron a Brasil, y ella se quedó varios meses acá, sola, sin conocer el idioma.
Finalmente, pudo unirse a su marido en Brasil. Luego volvieron a la Argentina, pero aquí a Eugenia Sacerdote no le reconocieron el título de médica, ni siquiera la escuela primaria, por lo que empezó a dar exámenes de historia argentina. Hasta que nació su segundo hijo, Leonardo, y no pudo seguir.
Como había trabajado en cultivo de células vivas en el laboratorio del profesor Giuseppe Levi, en Turín, se acercó a la cátedra de Histología de la UBA, donde la dejaron trabajar. "Nadie había visto aquí células vivas, ésta fue mi suerte -dice, con humildad-. Naturalmente, no me pagaban nada. Pero había un fondo para reponer el material de vidrio del laboratorio que se rompiera. Y si no se rompía, me daban un pequeño sueldo. Lógicamente, yo cuidaba que nadie rompiera nada."
Profesora en la UBA
Luego, el director del Instituto de Medicina Experimental, hoy Roffo, la invitó a ir a trabajar allá, con células cancerosas, en 1947. Y en 1954, estando a cargo del Instituto de Virología del Instituto Malbrán, el Ministerio de Salud Pública la convocó para encarar la epidemia de poliomielitis. "Yo estaba en continuo peligro de contagio", reconoce. La enviaron a Estados Unidos y a Canadá para estudiar la vacuna Salk. Al volver aquí, lo primero que hizo fue vacunar a sus propios hijos y decirlo públicamente, por lo que muchos se animaron a vacunar a los suyos.
En 1958, el rector de la UBA, Risieri Frondizi, le permitió presentarse a concurso, aunque su título fuera italiano, y ganó la cátedra de Biología Celular. Bernardo Houssay la llamó al Conicet en 1960 y permaneció en la carrera de investigador hasta el año 2000. A la cátedra renunció en 1966, cuando Onganía intervino las universidades. La noche que la policía entró en Ciencias Exactas, se salvó de los golpes que sufrieron otros profesores porque había salido a hablar por teléfono a su casa para avisar que iba a llegar tarde.
Eugenia Sacerdote formó a muchos jóvenes investigadores y piensa, modestamente, que de todo lo que sembró algunas semillas dieron su fruto. "Agradezco a la Argentina, que me recibió en un momento tan sombrío de la historia del Viejo Continente y me permitió desarrollar con pasión mi actividad científica -dice-. Creo que la ciencia, en la búsqueda de la verdad, nos ha enseñado mucho; esta búsqueda que siempre debe estar guiada por la ética".
Por Jorge Rouillon
De la Redacción de LA NACION
http://www.lanacion.com.ar/cultura/nota.asp?nota_id=826015