Soy una abuela venerable
SUMA PAZ, UNA GRAN REFERENTE DEL CANTO POPULAR ARGENTINO
Es cantora, guitarrista, poeta, compositora y licenciada en filosofía. Reconoce a Yupanqui como su maestro, pero también admira a Divididos. Hoy será homenajeada en la Legislatura porteña.
Por Cristian Vitale
Página/12
9.10.2006
Sumápaz –así, con acento en la a y todo junto– es el nombre de una meseta de Los Andes a la altura de Colombia. Difícil imaginar que una cantora surera, de llanura y pampa húmeda, haya viajado a esas alturas para renombrarse. Difícil pero real. Suma Paz, por caso, no es más que un derivado del vocablo que esta mujer referente como pocas del canto popular argentino dividió en dos para modificar su sentido. “Lo descubrí en un libro de geografía de tercer año del secundario, me gustó y empecé a firmar así mis primeros poemas. Con el tiempo, la gente empezó a decirme que las canciones que yo interpretaba les brindaba esa sensación de paz en alto grado”, dice. No hay otra manera de referirse a ella. Cuando se le pregunta por su nombre real, responde que es el de “cualquier trabajadora argentina” o que tiene poco que ver con lo que hace “porque es extranjero”. La misma táctica evasiva salta con su edad. “Eso no se dice... si sirve, poné que soy una abuela venerable”, dispara. Así es la personalidad de –cómo decirle si no– Suma Paz, cantora, guitarrista, poeta, compositora, fana de Divididos y licenciada en filosofía que hoy será nombrada personalidad destacada de la cultura de la ciudad de Buenos Aires en un acto a realizarse en el Salón Dorado, en el que actuarán Carlos Martínez, José Ceña y Oscar Alem. “Me llena de orgullo la situación. Más porque partió de Norberto La Porta, un político a quien admiro por intachable.”
–¿Cuál es su ideología?
–No la tengo, porque creo que los artistas estamos en el mundo para ser libres. Ahora, si se trata de situación, por supuesto que soy de izquierda... de pueblo.
–¿Peronistas, socialista, anarquista?
–Opositora a la derecha. Estoy del lado del pueblo como mi maestro, que fue de izquierda toda la vida y sin embargo se borró del comunismo en el ’53. El decía que el cantor debe ser libre para desarrollar su esencia.
El maestro que sobrevuela toda la entrevista en su boca es Atahualpa Yupanqui, que alumbró su notable trayectoria –47 años separan su disco debut del presente–. Cuenta que se conocieron a fines de la década del ’50 en Pergamino, y que a partir de ahí, la figura del payador perseguido penetró en todos sus poros. Recuerda, intactos, los aforismos-guía de Yupanqui. “No sé si llamarlos consejos... mejor diría que me escribía directivas profundas. Atahualpa siempre me cuidó. Me mandaba cartas desde cualquier lugar del mundo donde estaba. ‘Suma, a no bajar los brazos’; ‘Suma, ¿cómo hace usted con tantos hijos para estudiar y tocar por todos lados?’. Y así. El temía que yo me dejara absorber por mi tarea familiar y abandonara mi camino de artista, pero demostré otra cosa.” Cuatro hijos y una familia no le impidieron grabar casi 30 discos entre 1960 y hoy –el último fue Parte de mi alma, editado por Melopea en el 2005–, editar cuatro libros de poesía y reorientar una vida dedicada a extraer de las tinieblas al solitario hombre de La Pampa. “Otra de las directivas de Atahualpa era: ‘Usted ha elegido un camino áspero y solitario: asúmalo y no se queje’.”
–¿Tuvo que aplicarla alguna vez?
–Sí. Hacia fines de los ’70 me ofrecieron grabar una versión de “La hermanita perdida”, que al final terminé grabando en 1981. Pero pasó todo el año y, como no salía, me la pasé llamando al sello. No me daban bolilla, hasta que en 1982, durante la guerra de Malvinas, lo primero que hicieron fue querer sacar el disco. Yo, que lo había esperado un montón de tiempo, me opuse y les dije que si lo sacaban les hacía juicio. No quería hacer el papel de cierta gente que vendía discos a rolete mientras nuestros jóvenes morían en las islas. Era inmoral. Pero negarme me costó 12 años sin poder grabar: desde el ’82 hasta el ’94. Cuando una está dispuesta a sostener su conducta hasta el final, se las tiene que aguantar... y aquellas palabras de Yupanqui me ayudaron a atravesar ese mal momento.
–¿Cuándo apareció Atahualpa en su vida?
–Temprano. Pergamino, donde yo vivía, era su tierra. Una vez fui a dar un recital, estaba él, me escuchó –yo tenía vergüenza de cantar delante de él– y se interesó por mí. Me dijo: “Muchacha, cuénteme sus sueños”. A partir de allí, la correspondencia entre ambos fue muy intensa. “Tenga cuidado con los atajos... son lindos, cortitos, pero la pueden llevar para otro lado”, “Usted quiere ser famosa, ponerse lindos vestidos y salir en las tapas de las revistas, dedíquese a otra cosa”, “Hay que operarse de vanidad, pero operarse a tiempo”, me decía. También me llegó de él que el verdadero sentido del artista era alumbrar el camino, sin artificios. Y es cierto, porque el arte te sobrepasa y vos pasás a ser un instrumento, un médium. Siempre les digo a los jóvenes: “Pónganse detrás de su canto, nunca adelante... no se luzcan ustedes sino lo que ustedes entregan, que es lo más importante”.
–Otro artista que está presente en su cosmovisión es Zitarrosa. Siempre hay alguna composición de él en sus discos. ¿Lo conoció?
–Fue un gran poeta con el que nos mandábamos mensajes mediante amigos comunes, pero nunca nos encontramos. Le escribí un poema que está en el libro El sur del canto, que se llama simplemente “Zitarrosa”. Fue un ser adorable.
–¿Por qué admira a Divididos?
–Porque esos chicos sí que tienen sangre paisana. La interpretación que hacen de “El arriero” conserva su médula intacta.
–En su primer disco ya le decían “la incomparable”. ¿A qué lo atribuye?
–Calculo que me veían como algo exótico. Era raro que una chica cantara milongas acompañándose con una guitarra. No existía.
–¿No?
–No como yo. Había, sí, cantoras que me habían precedido como Nelly Omar, que cantaba tango con cuatro guitarristas. O Virginia Viera, de la década del ’50, pero no eran de folklore. Además, yo aparecía muy sencilla: vestía de negro y me maquillaba muy poco. Margarita Palacios me decía: “Muchacha, pintate un poco”. Pero yo era muy discreta. Nunca dejé de serlo.
–Usted es licenciada en filosofía y letras, pero nunca ejerció. ¿Fue por la música?
–No sé. Yo nunca había planeado ser una profesional de la música. Estudié para ser profesora de filosofía y letras por un lado y poeta por otro. Pero, a su vez, había cantado toda la vida. A los seis años me regalaron mi primera guitarra, después estudié piano y durante la primaria era la guitarrerita de los días patrios. Siempre lo hice como una dedicación de amor a las canciones de mi patria... a las canciones de la pampa, de la llanura.
–¿Cuánto le duró la etapa amateur?
–Prácticamente toda mi vida de estudiante secundaria y universitaria, hasta que de pronto alguien me dijo: “Por qué no das una prueba en Radio Nacional de Rosario”. La di y nunca me enteré qué había pasado, pero un día fui a escuchar a un compañero que daba un recital de piano y el director de la radio me dijo: “Apareciste”. Me escuchó alguien que tenía conexión con Radio Belgrano, el papá de Mochín Marafiotti aceptó una prueba y me metió en el programa de Julio Maharbiz. Ese día, estaba el santiagueño Pancho Cárdenas, todo un propulsor del folklore, que me llevó a Sábados Criollos, un programa de Canal 7. No me dijeron que me iban a grabar y, cuando empecé a cantar, vi un grabador cerca de la silla. Fue una casualidad feliz, porque a partir de ahí nunca más paré.
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