¿Existe la Jubilación y la Tercera Edad como estado vital, como proyecto?
Ante el “estallido de la longevidad” como efecto de la prolongación de la vida biológica, es necesario preguntarse ¿qué representaciones culturales se están construyendo acerca de estos sujetos?, ¿podría señalarse que algo cambió en el imaginario social acerca del “modo de ser viejo” con relación a otros momentos históricos?, ¿qué es lo que de particular, de singular tiene este sector de la población que podría diferenciarlo de otros que transitan por otro momento vital?. Y en este mismo orden me atrevería a preguntar ¿existe la Tercera Edad como categoría diferenciable de otras edades?....
Algunas reflexiones.
Por: Manuel Sternik
En una primera aproximación, se podría sostener que lo que distingue a un Adulto Mayor de otro que no lo es, es el acopio de experiencias vitales, de capitales culturales y sociales construidos a lo largo de su vida. Esto es, la posesión de un saber que sólo le pertenece por haber transitado una historia particular, en contextos sociales y momentos históricos también particulares. Sin embargo, el hecho de contar en el haber con una historia vital intransferible que sólo dan los años, no hace que los Adultos Mayores se posicionen ante “su realidad” y ante “la realidad” desde un lugar de protagonismo, desde una actitud activa y comprometida con lo que de singular podría tener este curso de la vida.
Desde esta perspectiva voy a sostener una hipótesis fuerte, que la someteré a juicio para que sea refutada, discutida, confrontada con el saber y la experiencia de quienes se dedican al estudio sistemático y académico de estas problemáticas. Mi aporte será desde el saber de la vida cotidiana, desde el contacto directo y continuo con sujetos que, desde lo biológico están transitando la Tercera Edad, (aprox. 60/65 años) lo que no necesariamente es acompañado por una posición psico-sociológica distinta ante la vida. Entonces voy a sostener que: la Tercera Edad no existe, como tampoco existe el Estado de Jubilación, hasta tanto el sujeto no la descubra como un nuevo modo de estar siendo en la vida.
Comenzaré por la primera hipótesis. ¿Por qué digo que la Tercera Edad no existe?.Porque ella no deviene mecánicamente de los años con que se cuentan, porque no se trata de un estado que pueda decretarse desde los medios de comunicación por más programas dedicados a tratar esta problemática, porque tampoco puede decretarse desde la familia cuando un Adulto Mayor se ha retirado del mundo del trabajo formal, porque tampoco se trata sólo de una transformación del cuerpo biológico. Entonces, cuando digo que la Tercera Edad no existe, mi planteamiento se aleja de las miradas biologistas para acercarse a una perspectiva psicosociológica.
Desde este lugar, del lugar de quien mira las actitudes, posicionamientos, las maneras de vivir la vejez en este momento histórico de grandes mutaciones (Siglo XXI), la Tercera Edad se constituiría como una nueva etapa dentro del ciclo vital sólo cuando un sujeto puede detener la carrera de la vida para escucharse a sí mismo, para interrogarse, para poner en cuestión la vida que lleva, para mirar hacia atrás buscando qué hizo con sus años de productividad en el mundo laboral, social, familiar. Desde allí integrándolo al presente se interroga qué hago con esa historia ¿la repito mecánicamente como si nada hubiese cambiado en mi vida?¿ quiero/ puedo dar un salto cualitativo hacia otra manera de viivir, hacia la construcción de un proyecto de vida diferente, hacia la reconfiguración de una nueva Identidad?, y es entonces cuando surge la pregunta por lo por- venir, por el proyecto de vida, por los sueños, esto es por lo que haré.
Las preguntas por lo qué hice, qué hago, qué haré remiten a la pregunta por la Identidad, esto es por el ¿quién soy?¿quién quiero/ deseo ser?. Preguntas que sólo se responden, que sólo entran dentro del campo de visibilidad de un sujeto si es que se ha dejado problematizar, si ha puesto en cuestión su presente histórico, si se ha instalado el conflicto que lo moviliza hacia la búsqueda de otros horizontes. Conflictos que sean capaces de generar rupturas en la cotidianeidad y en las rutinas instaladas y naturalizadas por el peso de la repetición. En ese momento de la historia vital, se corre el riesgo que nada nuevo suceda, que los sujetos queden anclados en una meseta, dado que nada es capaz de romper lo cristalizado, lo invisibilizado por lo que se ha vivido de manera acrítica, sin conflictos ni contradicciones. Lo que suele suceder es que los Adultos Mayores, cuando el trabajo no organiza sus vidas (esencialmente en el caso de los varones), o en el de las mujeres cuando la crianza de los hijos ya no se constituye en el centro de sus actividades; reemplazan estas tareas por otras que siguen operando desde la misma lógica de reproducción de lo común, lo esperado, lo incuestionable. Se construyen nuevas rutinas, se alienan tras un cúmulo de actividades que cumplen la misma función de organizadores externos del mundo interno como lo era el empleo, y el sujeto se pierde, se desdibuja en un espacio/tiempo que se le vuelve ajeno, que se apodera de su libertad y autonomía.
Por ello si la Tercera Edad es vivida como un estado, un acontecimiento que marca una disrupción en lo instalado como “orden natural, eterno e inmodificable de las cosas y los sujetos”, si se presenta como una nueva forma de organización de la vida, de las relaciones sociales, como un suceso que se configura a partir de nuevas y diferentes necesidades que se satisfacerán a partir de asumir otros posicionamientos, otros roles; entonces se puede sostener que un sujeto está transitando este momento histórico- biográfico.
Se puede vivir y asumir la Tercera Edad como un estado incomparable a otros momentos vitales, sólo cuando desde lo interno del sujeto se instala un conflicto que se constituye como una confusión movilizadora capaz de generar crisis y rupturas en relación a los vínculos que se establecieron consigo mismo, con los demás y con la realidad circundante, que pone en cuestión las modalidades con que cada sujeto fue organizando y significando su vida, sus prácticas, su modo de estar siendo en el mundo. Los conflictos, motores del cambio, se configuran en el mejor síntoma de que algo nuevo está emergiendo en el sujeto, de que está en condiciones Psicológicas para escucharse, para rastrear en su interior y salir al exterior en búsqueda de espacios y propuestas educativas que le ayuden a configurar un nuevo proyecto de vida.
La Tercera Edad no viene sola si el sujeto no procura descubrirla en base a motivaciones diferentes y superadoras de la vida anterior, si no se constituye como una oportunidad que nos da la vida para dar inicio a la realización de deseos y expectativas que quedaron frustradas o en estado de postergación, si no se comprende que la complejidad del mundo actual requiere la búsqueda y consolidación de nuevos espacios intrasubjetivos e intersubjetivos desde los cuales darle un nuevo sentido a los años que quedan por vivir. Para que ello sea posible el sujeto tiene que ser capaz de poner en suspenso las presiones del mundo objetivo (la familia, los amigos, los mandatos culturales y sociales) para no teñir el análisis con lo que “debería ser” y comprender- construir lo que “quiero ser y hacer”.
Cuando esta nueva manera de posicionarse en la vida cobra visibilidad, puede sostenerse que el sujeto ha comenzado el tránsito por la Tercera Edad, distinto de la primera etapa del ciclo vital de formación y la segunda de consolidación. Es en el cuerpo como totalidad, como perspectiva, como horizonte de posibilidades, como cuerpo en movimiento donde deben inscribirse estos modos diferentes de percibir, pensar, sentir y actuar la historia biográfica. El cuerpo como espacio donde se materializan las diferencias y se registran las relaciones sociales localmente situadas. El cuerpo como inter e intrasubjetividad es el que se transforma como efecto de los cambios que se producen en relación a los nuevos lugares/espacios/tiempos que se ocupan. Es en el cuerpo donde se van inscribiendo los signos propios del espacio social en el que se participa, en el que se desea participar y que opera como fondo de las vivencias, las expectativas, los anhelos, los sueños y esperanzas.
De allí que me pregunto ¿Cómo dar cuenta de los desafíos que implica asumir la responsabilidad de vivir la Tercera Edad como un nuevo estado del cuerpo, entendiéndolo como un nuevo estado del sujeto?. En primer lugar reconociendo que una historia abierta hacia atrás nos constituye, historia que da cuenta de las diferencias locales, regionales, individuales y que se abre hacia adelante como desafío de construcción de una nueva cotidianeidad. En segundo lugar dándonos la oportunidad para pensar que aún se puede disfrutar de la vida, revisando las representaciones que hemos construido acerca de nosotros mismos y atreviéndonos a desmontar lo instituido, para buscar oportunidades de inserción en el mundo social, familiar, laboral que resulten emancipatorias de los viejos mandatos y ataduras, revalorizando el tipo de capital cultural, social, simbólico con el que se cuenta para ponerlo al servicio de la construcción de un nuevo proyecto.
Desde esta perspectiva el problema de la jubilación se relaciona, aunque no de manera mecánica con el de la Tercera Edad. En este sentido, es necesario diferenciar la Jubilación administrativa de la Psicológica y Social. La primera existe en la medida en que el Estado reconoce un haber jubilatorio por los años aportados al mundo del trabajo. Pero esta jubilación no garantiza por sí misma el cambio en el mundo interno que predispone al sujeto a vivir la vida de otra manera, rompiendo con las estructuras previas para dar cabida a la tarea central de reconstruir-se desde un nuevo y diferente proyecto de vida. Como estado psicológico podría sostenerse que la jubilación no existiría en tanto el sujeto no se asuma en una nueva condición que puede proveerle de bienestar psíquico, sueños y expectativas, en conexión con la asunción de la Tercera Edad como un nuevo modo de ser en el mundo.
Hoy para muchos Adultos Mayores la lucha por la sobrevivencia se ha constituido en un factor de riesgo psíquico, de desintegración de los lazos sociales y de aislamiento hacia un mundo interno que lo angustia y lo aprisiona. Sin embargo es posible encontrar nuevas formas de obtención de recursos, entre otros, económicos sin que ello implique la repetición mecánica de las formas de empleo que configuraron la vida productiva de los sujetos. Se trata pues de descubrir habilidades ocultas, deseos incumplidos, potencialidades no desarrolladas y desde allí desplegar los saberes en búsqueda de nuevas realizaciones. El trabajo, en su forma no alienada y emancipatoria, representa la posibilidad de que el hombre pueda expresarse auténticamente, se encuentre con el otro y transforme la naturaleza. Es decir, el trabajo mediatiza la construcción de las tres relaciones fundamentales para la existencia de los sujetos: consigo mismo, con los otros, con el mundo social y natural.
De allí que sostengo que la jubilación psicológica y social sólo serán posibles cuando al interior de cada sujeto cambien las formas de percibir el mundo, cuando sean sus posibilidades y deseos los que gobiernen sus elecciones y acciones, cuando se someta el propio saber a la crítica y cada uno pueda pensar el destino que quiere diseñar para su vida, cuando cada quien se pueda reconocer en una tarea por hacer, cuando se encuentre lo que permanecía oculto, cuando se construya todo lo que se es capaz de ser. Más aún cuando el despliegue de esa tarea pueda significar vivir una vida más digna y cómoda pero menos alienada.
Sin embargo en este proceso de maduración hacia otros estados vitales es necesaria la presencia de múltiples ámbitos e instituciones. Desde las políticas públicas se torna urgente repensar el lugar del Estado en relación a la seguridad social en el eje socio-sanitario, tanto a nivel de la salud pública como privada, ya que si se aseguraran programas de prevención y se prepara a profesionales especializados en la problemática integral del sujeto que transita la Tercera Edad, si desde lo institucional se generaran las condiciones de atención necesarias no sólo desde el punto de vista biológico-funcional sino desde una perspectiva de contención y ambientación adecuada, se estaría ofreciendo un espacio donde los deterioros propios de la edad no sean vividos y experienciados como sufrimiento, sino como estados que le suceden al cuerpo por haberlo vivido y disfrutado.
Es importante que se generen espacios y dispositivos socioeducativos donde los Adultos Mayores puedan reencontrarse consigo mismo, con sus proyectos postergados, con los demás, promoviendo la formación de profesionales preparados para atender las problemáticas de la Tercera Edad, esto es profesionales que no sólo vean en el Adulto Mayor un cuerpo deteriorado, carente de; sino un cuerpo con necesidades particulares, con potencialidades, con deseos, con un mundo interno que no encuentra caminos de expresión. La mirada entonces no estaría centrada en el eje de la enfermedad como habitualmente sucede, sino en el de la salud de la población, esto es el modo de vivir, sentir, pensar, actuar de los sujetos. Desde esta perspectiva se estaría ofreciendo a la población una mejor calidad de vida, lo que seguramente redundará en ahorros de horas cama hospitalaria, un gasto innecesario si la prevención es oportuna y el Adulto Mayor es mirado desde su singularidad, desde su intra e intersubjetividad. Es allí donde la psico-geronto-terapia podría contribuir desde su multiplicidad de conocimientos para que los Adultos Mayores puedan dilucidar cuáles son sus proyectos, sus sueños, sus esperanzas y ayudarlos a encontrar los rumbos con motivaciones superadoras, desde donde insertarse en el nuevo estado de manera placentera y con proyección social.
De allí que se torna urgente la integración de diversas disciplinas, campos ocupacionales, campos del saber, múltiples frentes, para ofrecer oportunidades de vivir una vida buena a aquel sector de la población que la bio- medicina produjo como prolongación de la vida. Las estadísticas y los estudios científicos con base sustentables han demostrado que la vida se ha prolongado, que a nivel poblacional y demográfico la longevidad ha estallado, sin embargo aún falta un largo camino por recorrer para que ella cobre visibilidad como problemática social, como un derecho a ser reconocidos como iguales en condiciones y posibilidades de disfrutar de los bienes que circulan socialmente. La educación tiene mucho por aportar en este sentido tanto desde la formación de grado y posgrado de los profesionales de la salud; como de la creación de dispositivos para generar espacios socio-educativos de encuentro de los sujetos que transitan la Tercera Edad consigo mismos, con los otros, con nuevos saberes y perspectivas diferentes ante la vida. Desde las universidades y desde otros organismos educativos se podrían crear espacios para que los sujetos puedan, además reciclar sus conocimientos y habilidades y transformarlas en un proyecto productivo, basados en una renovada presencia Institucional, Programática y Presupuestaria. Los espacios educativos deberían favorecer que en el encuentro de cada día al Adulto Mayor se lo pueda reconocer como un igual y esto es permitirle que encuentre lo que viene a buscar, que diga lo que quiere decir, que construya todo lo que se anime a construir .
Sostuve aquí una paradoja: la vida se ha prolongado, la longevidad ha estallado, pero la Tercera Edad y la Jubilación Psicológica no cobrarán existencia subjetiva en tanto y en cuanto quienes la transitan no se asuman como tales, no sean capaces de romper con las rutinas, no se dejen atrapar por la aventura de re-encontrarse a sí mismos desde otro lugar, con otros proyectos. Si bien desde la educación formal y la educación no formal, como asimismo desde otras instituciones sociales, políticas, culturales, hace ya unas décadas se han configurado espacios para atender la demanda del sector, muchas de estas propuestas no producen el impacto esperado, puesto que aún falta mucho camino por recorrer para generar la necesidad y una conciencia crítica en la población para involucrarse activamente en sus problemas, para asumirse como protagonistas de un mundo por hacer, por construir. Sin embargo al calor de estas propuestas, se torna imprescindible revisar críticamente también qué espacios ocupan en la formación de psicólogos, sociólogos, politólogos, pedagogos, comunicadores sociales, entre otras profesiones dedicadas a lo humano específico, las temáticas relacionadas con la Tercera Edad, qué zonas de visibilidad se ofrecen, para qué y en qué dirección se lo realiza. Es urgente generar un movimiento que sea capaz de cobijar las diferencias y las especificidades, crear dispositivos educativos cuya encarnadura sean los hombres y mujeres concretos que quisieran y a veces no pueden transitar la Tercera Edad.