Una misma pasión
Alan Pichot, de 8 años, y Francisco Benkö, 96, el más joven y el más veterano de los participantes de la II Copa de la Legislatura, se conocieron en el Club Argentino; el ajedrez fue el vínculo de la unión
La Nación
Miércoles 20 de diciembre de 2006
La II Copa de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, en homenaje a Miguel Najdorf, que cada noche se desarrolla en los salones del Club Argentino de Ajedrez, no sólo permite observar la desigual lucha frente al tablero entre un aficionados y un fuerte maestro; a cada paso, entre las 265 mesas donde los 530 participantes -cifra récord para un torneo en Sudamérica- descifran jaques y enroques, surgen ingeniosas partidas entre hombres y mujeres, de ajedrecistas con diferentes capacidades o de chicos con adultos. ¿Un ejemplo? Alan Pichot y Francisco Benkö son los protagonistas de esta historia.
Alan tiene 8 años y un rostro redondo que arrastra una mirada con brillo; alimenta sueños que se sostienen con los esfuerzos de sus padres, Mariela -abogada- y Daniel -técnico en computación-; estudia en la escuela Williams Morris y acaba de pasar a 3er grado. Juega al ajedrez desde los 5, en la escuelita del Círculo Torre Blanca se perfecciona y estudia junto al maestro Alejandro Rey. Vecino del barrio de Almagro, hincha de Boca, le gusta el fútbol, pero a la hora de la elección prefiere los enroques. Una sonrisa le cruza el rostro como un garabato cuando sus manos juegan con los trebejos...
Francisco cuenta años hasta 96, nació en Berlín y llegó a la Argentina en 1936, cuando escapó del horror de los nazis; vive en Palomar y hasta hace muy poco manejaba su Ford modelo 1968. Dos años antes había ingresado en la Comisión Nacional de Energía Atómica; allí trabajó como bibliotecario durante 25 años hasta que se convirtió en emérito a partir de 1991. Benkö encontró en el ajedrez otro refugio para eludir una infancia y una juventud desangeladas. Acaso sus mejores recuerdos del pasado alemán resulten los dos empates que cosechó ante el ex campeón mundial Alexander Alekhine, durante la década del ´20; repartió su vida entre el dolor y la esperanza, entre Europa y América...
Ambos, Alan y Francisco, se descubrieron en el comienzo de la 5a rueda de la II Copa de la Legislatura, en uno de los salones del Club Argentino. Se cruzaron miradas de asombro; les costó comprender cómo el otro a esa edad podía jugar ajedrez.
Sentados frente al tablero, la escena se asemejaba a un encuentro familiar; un bisnieto y un bisabuelo jugando a descifrar un acertijo.
"¿Querés jugar una partida rápida?", le preguntó el pequeño al hombre mayor, que sólo atinó a ajustar sus anteojos ante tamaño desafío."Bueno, probemos, pero yo necesito pensar un poco más cada jugada", le respondió el viejo maestro.
Los universales ademanes del juego los unió durante algunos minutos, rompieron el pacto del silencio y jugaron dando y recibiendo consejos. "Cuidado con ese caballo que te lo voy a comer", soltó el pequeño Alan, subcampeón argentino Sub 8 y que movía sus manitos con la velocidad de un rayo. "Gracias, pero se trata de una celada", le dijo Francisco con voz de experiencia avalada cuando hace casi 40 años logró vencer a Bobby Fischer en esos mismos salones durante una partida estilo ping pong.
Uno de los árbitros se acercó y pidió silencio, y a continuación anunció el comienzo de la rueda. Así, puso final a una partida especial, cuyo resultado formó parte de la anécdota.
Alan y Francisco se felicitaron. El mayor le dio la mano, el pibe le regaló un beso. Los dos se fueron sonrientes. Los separa casi un siglo de vivencias y de emociones. Son generaciones distintas unidas por un simple juego. El ajedrez y esa inexplicable pasión.
* Una herramienta intelectual integradora
Entre sus múltiples virtudes, el ajedrez, además de ser una herramienta pedagógica y de desarrollar varias facultades mentales entre los individuos, permite que niños, adultos, hombres, mujeres y discapacitados sin distinción de raza o religión, puedan enfrentarse en una partida.
Por Carlos A. Ilardo
Para LA NACION
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