Gerontología - Universidad Maimónides

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El infarto, motor de un cambio de vida

Un nuevo comienzo

Superarlo lleva a varios replanteos

Las arterias son muy sensibles a la falta de ejercicio, una alimentación descuidada, el estrés y las emociones negativas. El corazón se resquebraja y derriba la ilusión que sostiene la existencia. La vida deja de ser un derecho garantizado y hay que pelearla.

La Nación Salud
Sábado 7 de Abril de 2007

Sin embargo, la experiencia no tiene por qué convertirse en letra de tango. Enfermedades que históricamente fueron consideradas mortales hoy dilatan la lista de las afecciones crónicas, e infinidad de testimonios personales y recientes estudios científicos las documentan como una oportunidad para barajar y dar de nuevo.

A los 66 años, Roberto Tchechenistky remonta la prehistoria de su segundo nacimiento: "Tenía problemas cardíacos, pero como estaba tratado no les di importancia. Había un componente hereditario, pero no era una razón suficiente para llegar a la necesidad de tres by-pass. Gracias a un tratamiento psiquiátrico pude aceptar que había un componente de personalidad que debía modificar. Yo vivía con exceso de tensión, reaccionaba con ansiedad ante todo y estaba muy influido por la mirada de los otros. Hoy me ocupo de mi cuerpo, hago gimnasia, pero también practico meditación y estoy involucrado en una dimensión más espiritual de la vida. Ya no cargo las tintas en episodios que no lo merecen, que son insignificantes fenómenos cotidianos.

"También me volví más egoísta, pero no lo postulo como defecto, sino como virtud: cuando aparece un problema pienso cómo me afecta, colocándome en primer lugar, porque si quiero ayudar a los otros primero tengo que estar bien yo mismo. Con tiempo es posible ir cambiando de vida, no se trata de un objetivo que se alcanza de un día para otro. Por eso hablo de un antes y un después de mi operación, como una muerte y un renacimiento. Cualquiera que tenga un impulso por su vida tiene que preocuparse por sí mismo", aconseja.

Expectativas

Más allá del optimismo intrínseco del que gozan algunos afortunados, es esta confianza en la posibilidad personal de influir sobre su vida y en el desarrollo de la enfermedad una de las variables que efectivamente marcan el pronóstico.

"Si una persona cree que el diagnóstico que recibió acarrea una situación sin esperanza, sus reacciones serán acordes con esa interpretación, arrastrándolo a un estado depresivo o incluso desesperado. Por el contrario, si la persona cree que su enfermedad es tratable o mejorable, es más probable que pueda hacer cambios en su vida de índole positiva para su salud", sostiene el licenciado Fernando Torrente, jefe de la Unidad de Psicoterapia y Psicología de la Salud de la Fundación Favaloro.

Desde esta concepción, las expectativas acerca del resultado de un proceso terapéutico son cruciales a la hora de definir su éxito o fracaso, y estas expectativas están ligadas a las creencias que cada paciente ha construido sobre su enfermedad. "El concepto que cada uno tiene de la enfermedad incluye las creencias sobre síntomas y características, causas, evolución, cura o control y consecuencias. De estas creencias dependerán los modos de respuesta", define Torrente. Así, "las creencias positivas sobre la posibilidad de control o cura facilitan una buena adaptación a programas de rehabilitación, pero también promueven un mejor ajuste emocional, provocando menores índices de depresión y ansiedad".

Pero la bisagra mente-cuerpo está intensamente soldada y la respuesta fisiológica, así sea positiva o negativa, está ligada a emociones cuyos resortes no siempre son conscientes y voluntarios. Estas emociones juegan su potente fuerza como desencadenantes o consecuencias de la enfermedad y constituyen, justamente por eso, un preciso blanco terapéutico.

Las estrategias para recuperar la salud en pacientes cardiovasculares son múltiples, y una de ellas apunta al entorno del enfermo, particularmente a su pareja. Investigadores de la Universidad de Basilea, en Suiza, indagaron sobre el impacto de un infarto en los integrantes de 24 parejas. Según los resultados del estudio, las parejas estudiadas reaccionaron de tres formas:

# Diez parejas experimentaron la enfermedad como una amenaza que provocó miedo y la necesidad de enfrentar nuevas tareas y crear otras rutinas, aunque el futuro fue visto como imposible de controlar.

# Un grupo minoritario comprendió que era una posibilidad de cambio positivo, pero no fue capaz de concretar esta modificación, lo que llevó a un desencanto con respecto a la pareja y a un retorno a la vida previa al diagnóstico.

# Nueve parejas consideraron la enfermedad como una experiencia importante y positiva, que transformó sus vidas y las ayudó a sentirse más cerca y a fortalecer la relación.

¿Hay una fórmula para integrar este último grupo? En diálogo con LA NACION, la doctora Romy Mahrer Imhof, autora principal del estudio, asegura que las acciones deben encararse en tres niveles: individual, social y terapéutico. "El paciente tiene que pensar en el autocuidado, cómo actuó en los últimos años y qué debería modificar; estos cambios deben ser apoyados por amigos y familiares: nuestro estudio demostró que las parejas son capaces de hacerse cargo de los desafíos de la enfermedad en forma conjunta, y deben ser estimuladas a hablar acerca de sus preocupaciones y a no esconder sus miedos, porque al hacerlo se incrementa el estrés, que puede afectar tanto al paciente como al integrante sano de la pareja."

Por último, Mahrer Imhof recomienda los programas de rehabilitación, que en Suiza incluyen grupos de autoayuda y grupos de discusión que integran a ambos miembros de la pareja.

Las sesiones de terapia de grupo son una herramienta útil para que las parejas que alcanzaron una resolución positiva de la situación demuestren a otras con peor desempeño cómo controlar el miedo y encontrar nuevas formas de vivir a pesar de la enfermedad.

Por Tesy De Biase
Para LA NACION
Hacerse cargo de la enfermedad

Desde el Departamento de Psiquiatría de la Fundación Favaloro, el licenciado Fernando Torrente propone a los pacientes que tuvieron un evento cardiovascular: "informarse sobre las posibilidades reales de cura o mejoría en lugar de quedarse con creencias; centrarse en los cambios de conducta; participar de los programas de rehabilitación y de apoyo psicológico; no dejarse guiar por experiencias individuales de otros pacientes, sino remitirse a asociaciones de pacientes para intercambiar experiencias y apoyo; hablar con el médico de confianza acerca del estado de ánimo e iniciar el tratamiento en caso de depresión; buscar apoyo social y evitar el aislamiento para mejorar la calidad de vida".

Desde la Unidad Coronaria del hospital Fernández, la doctora María Teresa Carnuccio recomienda a cada paciente "buscar apoyo en la familia, pero aceptar la responsabilidad que significa hacerse cargo de la propia enfermedad. Es común que las mujeres se responsabilicen por la dieta, los turnos con el médico, y que ellos se sientan ahogados, pero cuando el paciente asume su responsabilidad ya no es necesario que otro lo persiga con los cuidados Si el paciente cumple con el plan terapéutico trazado, los cambios le van a permitir no sólo recuperar el nivel de actividad previo a la emergencia de la enfermedad, sino mejorar su estado físico: si está gordo tendrá que adelgazar y mejorará su imagen, y si fuma deberá dejar de hacerlo, y mejorará su capacidad respiratoria". No hay mal que por bien no venga...

http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/salud/nota.asp?nota_id=897625
LA NACION | 07.04.2007 | Página 1 | Salud