Desde la sala de prensa de un congreso sobre el tema, una periodista cuenta los sentimientos que le provoca atravesar la etapa de la vida femenina que, después de los 45 años, provoca cambios y desafíos. En su relato destierra mitos y cuenta novedades en torno del climaterio
La Nación Revista
Domingo 27 de Mayo de 2007
CARTAGENA DE INDIAS.– Es un cuco. Los síntomas que se anuncian son apocalípticos: calores (técnicamente, sofocos), inestabilidad emocional, aumento de peso, taquicardia, problemas de piel, insomnio, incontinencia urinaria, dolor en las relaciones sexuales, disminución de la libido… Y esto sólo en los primeros tiempos, porque a largo plazo el panorama es digno de una película de Stephen King: hipertensión arterial, infarto, alto colesterol, osteoporosis, demencias varias (del tipo deterioro cognitivo o incluso
Alzheimer). ¿Será ése el infierno que anuncian las religiones para las almas (y sobre todo los cuerpos) que han pecado, como es mi caso?
Ya cumplí 48. Como la estadística dice que, en promedio, las argentinas tienen su última menstruación a los 51, me falta poco para atravesar esa situación llamada menopausia. De hecho (y por error), es el nombre que se le da a todo ese período (antes, durante y después) en el que las mujeres dejamos de tener “capacidad reproductiva”, y que en los libros de medicina se llama climaterio, vocablo bastante más amable que el anterior.
En América latina somos 40 millones cursando estas sensaciones: el 8% de la población. En poco más de 20 años, y al compás del aumento de la expectativa de vida, las mujeres en climaterio representarán al menos el 17% de la población latinoamericana, esto es, el doble de los millones actuales, y un poquito más. A estas alturas de las cosas, sería una auténtica bendición que la biología también se actualizara y las mujeres entráramos en el climaterio a los 80.
Es mucho, ¿no?
No es cuestión de deprimirse
Hay que prepararse, dicen los expertos, y mientras aseguran que la menopausia no es una enfermedad se restregan las manos enumerando síntomas y advirtiendo que, cuando empiezan, no hay tiempo que perder. “El 90% tiene algún problema”, sentencian, y en tanto especulo con la posibilidad de estar dentro de ese 10% que atraviesa el momento sin pena ni gloria, las voces de los especialistas convierten mis esperanzas en batallas perdidas: “Los calores son muy frecuentes…, los sufre el 80% de las mujeres; es por falta de regulación del hipotálamo… En promedio duran 4 minutos, pero a veces pueden prolongarse por una hora”. Y entonces no puedo evitar imaginarme a mí misma haciendo una entrevista mientras chorreo agua como si estuviera en el gimnasio, caminando sobre la cinta sin fin.
Pero no es cuestión de deprimirse tanto. Finalmente, estamos en Cartagena de Indias, la ciudad más colonial de Colombia y donde funcionó uno de los tres tribunales que la Santa Inquisición tuvo en América (los otros fueron en Lima y en Ciudad de México). Participo de un taller para periodistas de América latina: estamos reunidos en la capilla de un monasterio que data del siglo XVII, convertido en sala de conferencias de uno de los hoteles más lujosos del lugar, el Charleston. Aquí, seguramente, hace siglos las habitantes del convento se reunirían a rezar. ¡Hoy morirían de un infarto, y no precisamente por menopáusicas, si escucharan los temas que se tratan!
Los médicos dicen que, del Apocalipsis que anuncian, nada asegura que nos ocurra efectivamente: cada mujer, insisten, tiene su propia menopausia –única e intransferible– y que sobre esa base el médico debe aconsejar alguna terapia.
Sin embargo, todo parece una larga película de desconciertos, y la descripción de la sintomatología (aunque una tenga la suerte de no sufrir todo lo anunciado) es siempre intimidante. Y en cuanto a los consejos médicos, éstos no aportan demasiada claridad: es que entre las ofertas para abordar este período –que no es una enfermedad pero demanda “tratamiento”– reinan certezas demasiado breves como para que las mujeres decidamos qué hacer con nuestra vida por los próximos ¿20? ¿30 años? Veamos...
Durante un tiempo, la terapia hormonal de reemplazo fue el gran “hit”. El éxito habría de durar poco y nada. Después de un gran estudio, surgieron dudas y cuestionamientos acerca de un mayor riesgo de cáncer ligado al consumo de estas hormonas. Sin embargo, se revisaron las nuevas conclusiones y las recomendaciones cambiaron otra vez: ¿hormonas? sí, pero menos dosis, sustancias más parecidas a las naturales que elabora el organismo femenino y tratamientos durante períodos más breves, al inicio de la menopausia. Por otra parte, cada vez hay versiones más sofisticadas de esta terapia de reemplazo. Lo último es una pastillita que promete controlar esos molestos síntomas, mantener a raya la presión arterial (una amenaza temible para las mujeres después de los 50), y, como “bonus”, ayudar a bajar algún kilito extra y mejorar la tersura de la piel. Hay que preguntarle al médico de qué se trata.
Los detractores de las hormonas –que, por cierto, existen– no dejan de advertir sobre un mayor riesgo de cáncer –precisamente, de los tumores llamados “hormonodependientes”–, en tanto otros aseguran que los suplementos derivados de la soja dan muy buenos resultados, aseveración que suele causar risitas contenidas y algunos gestos de desdén entre los especialistas, que prefieren las indicaciones basadas en trabajos con mayor peso estadístico y conclusiones a la usanza científica. Mientras tanto, sigo esperando.
¿Qué síntomas tendré? ¿Serán de golpe o en forma paulatina? ¿De pronto me miraré al espejo y habré envejecido un lustro en dos meses?
Mi ginecólogo recomienda tener paciencia, no desesperarse. “Ya llegará el momento de decidir, si es que hay algo que decidir”, reflexiona.
Entonces, como no hay remedios, ni garantías, ni respuestas, decido volver el tiempo atrás y pensar en todas aquellas que también la pasaron, y sin chistar. Porque, si no, ¿cómo hicieron las abuelas, a quienes nadie trató y sin embargo sobrevivieron (y nada mal) un buen rato después de los 50?
Por Gabriela Navarra
gnavarra@lanacion.com. ar
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LA NACION | 27.05.2007 | Página 00 | Revista