Durante siete años, el investigador Dan Buettner comandó para National Geographic a un grupo de científicos y demógrafos que debían desentrañar los secretos de las llamadas “zonas azules”: regiones del planeta con poblaciones que viven mucho tiempo. El resultado es un nuevo libro en el que se relacionan estilos de vida con longevidad.
Por Anne Casselman
Activos. Ser sociables y tener un propósito en la vida son algunas de las características que comparten los ancianos longevos.
A la edad de 102 años, la abuela Panchita sigue manteniendo una intensa vida social. La centenaria mujer, que vive en la península de Nicoya, en Costa Rica, cuenta con una sólida red de apoyo constituida por amigos y familiares, que incluye un hijo octogenario que la visita cada mañana a bordo de una coqueta bicicleta.
Su edad y su grado de sociabilidad no son coincidencias, dice Dan Buettner, explorador y autor de libros, que ha estudiado a Panchita y a otros ancianos costarricenses. “Sabemos que quienes llegan a los 100 años suelen ser personas agradables”, señaló. Y agregó: “Esos seres beben de las fuentes de la vida porque son simpáticos y atraen a otras personas”.
En los últimos años, Buettner ha explorado y estudiado las zonas calientes del planeta en las que proliferan los centenarios y que él llama “zonas azules” (ver recuadro). Sus últimos hallazgos aparecen en un nuevo libro cuyo título es The Blue Zones: Lessons for Living Longer from the People Who’ve Lived the Longest (“Las zonas azules: lecciones para vivir más por parte de la gente que más ha vivido”).
Luego de pasear por todo el mundo, el investigador ha descubierto ciertas pautas básicas que parecen estar relacionadas con una vida prolongada: llevar una alimentación a base de plantas; hacer actividad física de baja intensidad de manera regular; participar en tareas familiares; tener fe y un propósito en la vida.
Zonas azules. Tal vez el país donde existe un sentido más vigoroso de lo que implica tener un propósito en la vida sea Japón, donde el concepto tiene hasta su propio nombre: es conocido como ikigai. En Okinawa, sin ir más lejos, viven las mujeres más longevas del mundo.
“Lo vemos una y otra vez: las personas que viven mucho tiempo tienen siempre una razón para levantarse cada mañana”, graficó Buettner.
Otras “zonas azules” incluyen a Cerdeña, en Italia, que posee la mayor concentración de centenarios a nivel mundial –la mayoría hombres–, y a los Adventistas del Séptimo Día en Loma Linda, California. Un adventista vive como promedio 11 años más que el resto de los hombres estadounidenses. La península de Nicoya, donde vive la abuela Panchita, también figura en la lista.
“Una persona de 60 años en Costa Rica tiene cuatro veces más posibilidades de llegar a los 90 que un sexagenario norteamericano. Y los costarricenses gastan 15 veces menos en cuidados de la salud que los habitantes de América del Norte”, aseguró Buettner.
Impacto genético. Robert Kane dirige el Centro de Envejecimiento de la Universidad de Minnesota y el Centro de Educación Geriátrica de esa misma localidad de Minneapolis.
“Si efectivamente uno quiere identificar características confiables que permitan distinguir a los centenarios de las otras personas, deberíamos buscar ciertas pistas en lo que hay involucrado para tener una larga expectativa de vida”, dijo Kane. El experto abundó: “Lo que ha hecho Buettner es identificar grupos de personas que viven hasta edad muy avanzada y describir algunos de los fenómenos vinculados con esas personas”.
Los estudios indican que el componente genético del envejecimiento es relativamente pequeño: varía entre un 6% y un 25%. ¿Cómo podemos influir sobre el porcentaje restante de nuestra longevidad? En verdad, es un mecanismo que todavía no está del todo claro. Pero para Buettner, es evidente que las personas pueden ejercer cierto control a la hora de mejorar su expectativa de vida.
“Establezca, tanto en su vida como en el ambiente de su casa, su medio social y su lugar de trabajo, conductas que favorezcan la longevidad”, recomendó. Y señaló, por ejemplo, que muchos centenarios comen poco y evitan la carne. “Si se analiza la zona azul de Okinawa, se verá que las personas ancianas comen en platos pequeños”, apuntó. Una de las señales de que alguien ha comido mucho es que el plato ha quedado vacío; por lo tanto, conviene empezar a llenar las alacenas de casa con platos pequeños, aconsejó Buettner.
Las relaciones familiares y la religión aparentemente ayudan a los centenarios a seguir viviendo. “La investigación muestra de manera abrumadora que la longevidad y la salud se benefician de la reconexión con la religión... y de la participación en la vida familiar”, abundó Buettner.
S. Jay Olshansky, profesor de la Universidad de Illinois en Chicago, elogió la tarea de Buettner, pero indicó que no existe un secreto para abrevar en la fuente de la juventud. “Dan trata de fomentar que la gente adopte estilos de vida saludables, y eso tiene gran mérito. Sin embargo, la longevidad es una materia prima que todavía no puede ser comprada ni vendida”, aseguró.
¿Hay más? Los esfuerzos de Buettner por encontrar otras zonas azules continúan. De hecho, estima que hay otra en Canadá, por ejemplo. De confirmarse su hipótesis, esa zona azul podría tener la mortalidad de personas de mediana edad más baja del mundo, superando incluso a la de la península Nicoya.
En los Estados Unidos, la expectativa de vida es de 77,8 años, cifra que podría descender en las próximas décadas debido al impacto de la obesidad, según los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC) de ese país. “Pese a que somos una nación muy rica, no hacemos una gran tarea para prolongar la vida”, concluyó Buettner.
*National Geographic.
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0256/articulo.php?art=7129&ed=0256