Lo divulgó el International Herald Tribune : dentro de siete años el número de muertes superará, en Europa, al de los nacimientos. El diagnóstico, bíblico por su cifra y sombrío por su perspectiva, forma parte de un documento elaborado por la agencia de estadística de la Unión Europea. Según él, la tendencia es indiscutible: cada vez serán más los ancianos en el Viejo Mundo y cada vez menos los niños que nazcan en él.
Por Santiago Kovadloff
La Nación
Domingo 28 de setiembre de 2008
¿Cuáles son las causas de esta retracción demográfica en una región del planeta próspera a todas luces y tan bien organizada? Los crecientes conflictos suscitados por la oposición a las oleadas inmigratorias, ¿no contribuyen a desalentar uno de los recursos primordiales capaces de contrarrestar este proceso? "El miedo a la pérdida de identidad nacional es un elemento clave para comprender esta resistencia", sostiene el historiador francés Benjamin Stora. ¿Pero acaso sin descendencia no se pierde identidad nacional?
Según estimaciones estadísticas del Instituto Demográfico de Berlín, de no modificarse esta orientación, la población de la UE, que hoy llega a los 495 millones, se verá reducida, en el año 2050, a 447 millones. ¿No refleja un hondo desaliento moral el hecho de que los europeos se muestren proclives a restringir de manera drástica, cuando no a suprimir directamente, su deseo de contar con descendencia?
Otra investigación, realizada por el Centro de Estudios de Inversiones Sociales, reveló, en estos días, que Roma registra la tasa más alta de "inquietud existencial" entre las principales ciudades europeas. Sus habitantes estiman que se generalizará la violencia, la pérdida de autonomía personal y la inseguridad laboral; desconfían, asimismo, del progreso (al que responsabilizan por los desastres ambientales) y de la globalización. Por lo demás, "los ancianos (36,7%) superan a los jóvenes (31,8%) en cuanto al optimismo de cara al porvenir." Como ha señalado George Steiner, "en el centro mismo de la Europa papal, en Italia, la tasa de natalidad está cayendo en picada."
No son pocos ni irrelevantes los valores afectados por el descrédito colectivo. Se diría que el futuro se ha convertido, entre los romanos pero no sólo entre ellos, en un horizonte que guarda más acechanzas que gratas perspectivas.
Hace ya mucho que Freud reflexionó con originalidad sobre las raíces del malestar que roía la cultura europea de su tiempo. El progreso material, señaló, no pone fin a los desequilibrios psíquicos. No obstante, las democracias, y en particular las del Primer Mundo, se muestran mucho más empeñadas en crear consumidores que ciudadanía. Así lo estima, por lo demás, el citado Steiner: "No es la censura política lo que mata: es el despotismo del mercado de masas y las recompensas del estrellato comercializado."
La desarticulación de la familia tradicional, el empobrecimiento educativo y cultural al que muchos europeos no vacilan en llamar "americanización", el anhelo de libertad sin freno y un afán de juventud perpetua serían factores condicionantes del pronunciado desapego a la paternidad. "Lo cierto es -afirma Alessandro Baricco- que, muy a menudo, cunde la duda de si hasta los principios de libertad, igualdad y solidaridad que fundaron la idea de la democracia no se han ido deslizando hacia el vacío." Ello se advierte cuando "se limitan las libertades individuales en nombre de la seguridad; cuando se debilitan los principios morales para exportar, con la guerra, la democracia."
La actual opacidad de la identidad personal y colectiva tiene que ver, además, con el derrumbe de la confianza en las instituciones políticas. ¿Hijos para qué? ¿Hijos para quiénes?, se interrogan muchos de los que no se aventuran a creer que en Europa las cosas podrían llegar a cambiar.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1053959