Gerontología - Universidad Maimónides

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La generación Up: los abuelos que se resisten a ir al geriátrico

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Debido al avance de la ciencia, para el 2040 la población de más de 65 años habrá aumentado un 157%. Serán personas lúcidas, capaces de rechazar con firmeza el abandono de sus hogares.

Cantidad vs. calidad. “Todos los progresos científicos han agregado años a la vida, pero no vida a los años. En el futuro habrá más viejos que requieran internación en un geriátrico”, dice el psicogerontólogo Leopoldo Salvarezza.

Josefina Licitra
Crítica
2.8.2009

Flavio y Luciano Guglielmo no querían ir al geriátrico. Habían pasado buena parte de sus días en Monselice, un barrio de techos bajos al norte de Italia (provincia de Padua), y a los sesenta y cinco años los hermanos –gemelos– todavía tenían ganas de seguir viviendo ahí. Por eso, la mañana del 23 de julio pasado, en el preciso momento en que llegaron los médicos para llevarse a uno de ellos (Flavio) a un asilo, los Guglielmo procedieron al modo del neorrealismo italiano: arrastraron un aparador contra la puerta de entrada, se declararon atrincherados y advirtieron que nada ni nadie los movería de Via Confortin, la calle que los había visto envejecer. “Tengo conmigo dos molotov, como Rambo –dijo Flavio por teléfono a la agencia de noticias ANSA, una vez que se vio rodeado por bomberos, policías y psiquiatras–. Si se van, si me dejan en paz, entonces todo okey. Pero si los veo escondidos por ahí, ya está decidido: tiro unas molotov y después me corto la garganta. Yo al asilo no quiero ir. Si voy allá, crepo”.

Este episodio tuvo en vilo a todo Italia la semana pasada. Porque la escena parecía guionada por Fellini. Porque era la primera vez que dos viejos defendían su dignidad con una terquedad salvaje. Y porque esa historia abrió la puerta a un panorama que, en un futuro bastante inmediato, se volverá más usual: según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, para el 2040 la población de sesenta y cinco años en adelante aumentará en un 157 por ciento (pasará de 506 millones a 1.300 millones), y la vejez vendrá marcada por dos características: será lúcida (debido a los avances de la ciencia) pero no gozará de una autonomía física acorde a la mental (porque la ciencia tampoco hace milagros). Por eso, en un futuro, la escena de “no quiero ir al geriátrico” –es decir, el rechazo espabilado y explícito al encierro– se tornará cotidiana.

Y dolorosa. “Todos los progresos científicos han agregado años a la vida, pero no han agregado vida a los años –sintetiza el licenciado Leopoldo Salvarezza, psicogerontólogo y ex profesor titular de la cátedra de Tercera Edad y Vejez en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA)–. Como la franja de mayores de ochenta años está creciendo mucho, en el futuro habrá más viejos que requerirán la internación en un geriátrico. Hay casos en los que es probable que estén mejor internados. Pero también hay muchos casos de viejos que están lúcidos y que no quieren perder su hogar, su hábitat. Para muchos, ir al geriátrico equivale a ir a la cárcel. Y antes que ir a la cárcel, se defienden de la manera que pueden”.

Adentro. En la Argentina, 4.213.000 personas tienen 65 años o más (el 10,4 por ciento de la población). De ellas, 84.279 (el 2 por ciento) están en una institución geriátrica. Y no siempre a gusto. Un trabajo publicado el año pasado por la Universidad Isalud y patrocinado por la Organización Panamericana de la Salud advierte que un 30 por ciento de los ancianos porteños y bonaerenses que están internados en geriátricos llegaron a ese encierro contra su voluntad. Para el relevo se consultó a 304 personas en 101 hogares, con la salvaguarda de que muchas instituciones no quisieron participar de la investigación: un dato que permitiría deducir que la tasa de viejos enclaustrados a disgusto es bastante superior al treinta por ciento.

¿Por qué no quieren estar en un asilo? Principalmente, porque si bien hay geriátricos de puertas abiertas –donde se les permite salir, hacer talleres, sentirse acompañados por equipos interdisciplinarios– buena parte de las instituciones se parecen a depósitos humanos donde los ancianos pierden su privacidad, viven bajo los efectos de un chaleco farmacológico y hasta pueden estar atados: tres factores capaces de despertar el pánico en cualquier persona. “Hay lugares que confirman el horror que todos podemos tener a que nos quiten nuestro hábitat de toda la vida, sobre todo en una instancia en la que la mayoría de la gente mayor no es dependiente –dice la doctora Graciela Zarebski, directora de la carrera de Gerontología de la Universidad Maimónides y autora del libro Padre de mis hijos, padre de mis padres–. En el caso de los hermanos italianos, este horror, sumado a que evidentemente se avasalló su derecho a decidir sobre su propia vida, los hizo defender la libertad de una manera extrema”.

La historia de Flavio y Luciano Guglielmo había empezado el 22 de julio, cuando Flavio escapó de un asilo –en el que recibía un tratamiento de diálisis– para reunirse con su hermano. Un día después fue la policía a buscarlo, y ahí se inició una “resistencia armada” que trajo reprimendas: casi de inmediato, la policía les cortó la energía eléctrica y el gas. Los viejos resistieron así cuarenta y ocho horas más, hasta que finalmente Luciano se entregó a la policía y fue llevado a un hospital. En cuanto a Flavio, como no quería salir de casa, la policía recurrió a una taimada maniobra vecinal: un miembro del grupo comando le pidió a Flavio un vaso de agua. Y el hombre –como buen vecino– se lo dio: un intercambio que terminó con el ingreso policial.

Adentro, efectivamente, los carabineros constataron que había varios cócteles molotov, algunos cuchillos y un rifle de aire comprimido.

Ley vieja. ¿Cómo es posible que un anciano sea encerrado contra su voluntad? En Argentina esto sucede, entre otras cosas, porque la Ley de Violencia (la 24.417, que rige a nivel nacional) supone el seguimiento de una burocracia judicial impracticable. “Si un anciano iniciara un juicio por restitución al hogar, el procedimiento sería a largo plazo, ya que el juez se toma mucho tiempo para resolver –advierte la doctora Amalia Suárez, abogada especialista en gerontología y miembro el Programa Proteger, dependiente de la Subsecretaría de Derechos Humanos del gobierno de la Ciudad–. Y si hay algo que un viejo no tiene, es tiempo de espera”.

La mayor parte de los llamados que llegan a Proteger, el programa que integra Suárez, se relacionan con el abuso de los hijos para con sus padres: hay hijos que le cobran la jubilación al padre y no le dan dinero suficiente para que se administre solo; hay hijos que no dan a sus padres lo indispensable para vivir (techo, comida); y hay hijos que sacan a sus padres de la casa para poder quedarse con el inmueble. “Cuando se trata de institucionalizar al adulto mayor, no hay ley que se pronuncie sobre un factor clave: si el adulto mayor está ubicado en tiempo y espacio, es él quien debe decidir dónde vivir –subraya Suárez–. El adulto mayor es un sujeto de derecho y por serlo tiene poder de decisión sobre sí mismo”.

Muchas veces, un viejo autónomo se transforma en dependiente por el solo hecho de entrar a un asilo. La trabajadora social Paula Mara Danel lo explica en su trabajo “Algunas pistas para reflexionar sobre la construcción social de la vejez con dependencia. ¿Ocultar el deterioro es la respuesta socialmente tolerable?”. “No sorprende que una persona que ingresó caminando, a los pocos meses ya no lo haga, que pierda el control de esfínteres –escribe Danel–. Hemos observado que desde el ingreso a la residencia las personas mayores comienzan a abandonar funciones, dejan de ir al baño solas, dejan de vestirse solas o de elegir su ropa, dejan de caminar o lo hacen con menor frecuencia, comienzan a usar pañales. ¿Podríamos decir que la institucionalización genera en la persona un deterioro vertiginoso? (…) Nos interrogamos si el acceso a la residencia se efectúa porque aumenta la dependencia o si el ingreso a la residencia produce dependencia”.

Contra esa profecía autocumplida, contra el horror a transformarse en viejos incapaces por el solo hecho de ser tratados como viejos incapaces, probablemente hayan batallado los hermanos Guglielmo. Y sin dudas batalló también Carl Fredricksen, el protagonista de Up (una aventura de altura), el dibujo animado de Pixar que todavía sigue en cartel. Up es el relato de un hombre de setenta y ocho años, viudo y cascarrabias, que se animó a defender su libertad a dentelladas. Convencido de que tenía muchos sueños por cumplir –y de que esos sueños no iban a poder colmarse dentro de una institución– la mañana en que llegaron a buscarlo del geriátrico ató su casa a una millonada de globos inflados con helio y despegó de la tierra rumbo a un viaje de los buenos.

(Claro que, si el truco de los globos fallaba, Fredricksen tenía lista una molotov).

OPINIÓN

No a la salud obligatoria
Ricardo Coler (Escritor, médico y autor del libro Eterna juventud)

En un pueblo del norte de Italia se atrincheraron dos hermanos gemelos. Flavio y Luciano. Flavio había recibido, días atrás, una indicación médica: debía internarse. Demasiados problemas de salud para una persona mayor, mejor que no siga en su casa. Los vecinos se daban cuenta, era poco saludable, había que proceder. Pero el hombre no estuvo dispuesto a convertirse en paciente. Se negó. Dijo que no, que no se internaba. Los vecinos, humanitarios, hicieron la denuncia. Llegó la policía y se inició la crisis.

Con la ayuda de Luciano, Flavio arrimó los muebles contra la puerta y fabricó algunas bombas molotov. No volvería al geronto-psiquiátrico donde tan mal la había pasado. Su hermano lo apoyaba, aunque eso le significaba perder su turno de diálisis.

Pero el atrincheramiento y las bombas modificaron el estatus de la situación. Aparecieron los grupos comando con las caras tapadas y las ametralladoras al hombro. También una hermana menor y rubia que apenas llegada a la escena declaró para la televisión. Dijo que sólo quería que los redujeran y les dieran tratamiento médico. Pero los gemelos ya no eran dos enfermos, ahora eran dos combatientes. La prensa los irritaba llamándolos “los dos ancianos” a pesar de que recién tenían sesenta y cinco años.

¿Contra qué se enfrentaron los hermanos? Contra la salud obligatoria. El imperativo de la medicina. El terror terapéutico. Pura confusión en una época en la que no se distingue entre ser un cuerpo y ser una persona.

La ciencia avanza a los empujones y aunque sus beneficios son irrebatibles, le lleva un tiempo acomodarse. Hoy se vive más que antes y también hay más herramientas contra las enfermedades. Queda por pensar qué se hace con el tiempo que la medicina nos regala. Es evidente que Flavio y Luciano se habían formado una opinión al respecto.

http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=28492

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