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Descubierta a los 89, de moda a los 94

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Luego de seis décadas de pintar para sí, Herrera vendió su primer trabajo hace cinco años, cuando tenía ochenta y nueve. Ahora esta anciana cubana es una de las artistas más requeridas del circuito artístico norteamericano.

Por: Deborah Sontag para The New York Times y Clarín
Martes 05 Ene

Luego de seis décadas de pintar para sí, Herrera vendió su primer trabajo hace cinco años, cuando tenía ochenta y nueve. En una pequeña ceremonia realizada en su honor, se solazaba ahora en el hecho de que por fin, y de manera innegable, su carrera había despegado.

En medio de las cámaras, extendió sus largos dedos giacomettiescos para aceptar, de manos del director del Walker Art Center de Minneapolis, un premio a su trayectoria que le había otorgado una fundación de arte. Su gran amigo, el pintor Tony Bechara, levantó la copa. "En Puerto Rico decimos: 'Para quienes esperan, el ómnibus –la guagua– siempre llega.'" Herrera, que es oriunda de Cuba, se rió y contestó: "¡Bueno, Tony, me pasé noventa y cuatro años en la parada!"

Desde esa primera venta que tuvo lugar en 2004 los coleccionistas asedian a Herrera, cuyas pinturas de un ascetismo radiante se incorporaron a las colecciones permanentes de instituciones como el Museo de Arte Moderno, el Museo Hirshhorn y el Tate Modern. Este verano, durante una muestra retrospectiva realizada en Inglaterra, el diario londinense The Observer afirmó que Herrera era el hallazgo de la década y se preguntó:

"¿Cómo pudimos habernos perdido esas bellas composiciones?" En resumen, Herrera, una pintora nonagenaria que vive recluida como consecuencia de su artritis, se puso de moda. "Lo hago porque tengo que hacerlo. Es una compulsión que también me da placer", dijo al hablar de la pintura. "Nunca en la vida pensé en dinero, y la fama me parecía algo muy vulgar, de modo que me limité a trabajar y a esperar." Herrera pintó en relativa soledad desde fines de la década de 1930, exponiendo sólo de manera ocasional. Lo que la sostuvo, dijo, fue el inquebrantable apoyo del que fue su esposo durante sesenta y un años, Jesse Loewenthal, que trabajaba como profesor de inglés del colegio secundario Stuyvesant de Manhattan.

El reconocimiento le llegó unos años después de la desaparición de su esposo, que murió en 2000 a los noventa y ocho años de edad. "Todos dicen que Jesse lo debe haber organizado desde arriba", señaló Herrera moviendo la cabeza. "Sí, claro, lo hizo Jesse desde una nube." Agregó: "Trabajé mucho. Tal vez lo hice yo."

Nació en 1915 en La Habana, donde su padre era el editor y fundador del diario El Mundo y su madre era periodista. Herrera tomó clases de arte en su infancia, siguió estudiando en París y luego egresó como arquitecta de una universidad cubana. En 1939, a mitad de sus estudios, se casó con Loewenthal y se trasladó a Nueva York. (No tuvieron hijos.) Si bien estudió en la Arts Students League de Nueva York, Herrera no descubrió su identidad artística hasta que ella y su marido se instalaron en París unos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Ahí se incorporó a un grupo de artistas abstractos del prestigioso Salón de Nuevas Realidades, que expuso su trabajo junto con el de Josef Albers, Jean Arp, Sonia Delaunay y otros. "Estaba buscando un vocabulario pictórico y lo encontré ahí", dijo. "Pero cuando volvimos a Nueva York, ese tipo de arte (su formalismo minimalista) no era aceptable. Estaba de moda el expresionismo abstracto y no podía conseguir una galería." Herrera también aceptó –como hándicap– las barreras que tuvo que enfrentar en su condición de artista mujer e hispana. En el transcurso de varias décadas, Herrera expuso de forma ocasional –lo que comprendió un par de muestras en museos–, pero nunca vendió nada. Por otra parte, nunca necesitó ni buscó de manera activa el reconocimiento del mercado. "Habría sido agradable, pero tal vez corruptor", afirmó.

Sus trabajos más grandes ahora se venden en 30.000 dólares, y una pintura alcanzó los 44.000 dólares, sumas impensables cuando tenía, por ejemplo, ochenta y tantos años. "Nunca en la vida había tenido tanto dinero", declaró. Sin embargo, no sucumbió a una vida de ocio. Ante una larga mesa desde la que puede ver la Calle 19 Este, Herrera sigue dibujando y pintando. "Lo único que me hace seguir adelante es mi amor por la línea recta", afirmó.

http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/01/05/_-02113899.htm

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