Ciencias del Envejecimiento - Gerontología - Universidad Maimónides

 

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Jubilaciones vergüenza

Cuando entré en su casa estaba mirando atentamente una repetición de la popular serie Montecristo en algún canal de cable. Sentada en una silla de cuero negra frente al televisor, me miró enseguida a través de un espejo ubicado en el pasillo que da a la puerta principal. En un instante se le dibujó una sonrisa. Entonces, se levantó y me dio un cariñoso abrazo.

Por Francisco Jueguen
De la Redacción de lanacion.com
Miércoles 16 de junio de 2010

La señora de pelo rubio y pasos cortos, Teté, mi abuela, no dudó un instante. Largó "el chupete electrónico", como siempre llamó a la TV, y se dirigió a la cocina: "Te hago un cafecito -me dijo cuando me vio con los pantalones cortos de entrenar y con algo de frío-. Le pongo crema", afirmó con mirada cómplice. Enseguida le contesté que no. "Sólo leche". Desde que soy chiquito se acostumbró a hacernos el café con leche entera, crema y azúcar. Una bomba a la que renuncié en mi adolescencia.
Cuando la viuda de 76 años se sentó de vuelta en el living la noté algo triste: ayer se cumplieron siete años de la muerte de mi abuelo Omar, su compañero de toda la vida. Pero no era eso. Con algo de intuición le pregunté si tenía plata: "Tengo cien pesos hasta fin de mes", me respondió. Me sorprendí. Teté había aprendido a dosificar su pensión de 2600 pesos a la que accedió por el buen pasar que tuvo cuando mi abuelo ejercía de médico clínico en su consultorio privado en el que trabajó casi toda su vida.
Sin pensarlo mucho más, tomé mi billetera y saqué los únicos 100 pesos que tenía encima. Se los dejé arriba de la mesa: "Ni loca, llevate eso de acá. No quiero nada", dijo mirándome fijo y algo ofendida. Fue difícil que esa señora criada por un padre nacido en Campobasso (Italia) aceptara el dinero. Pero accedió porque lo necesitaba. Estaba al tanto de que, entre muchas otras cosas como comida y remedios, tenía que pagar un arreglo de 600 pesos en el dentista.
Sin decirle nada para que no armara un escándalo, salí del pequeño departamento de la calle Peña en busca de un cajero automático. "¿Cómo alguien puede vivir casi 15 días con 100 pesos?" Se me vinieron a la cabeza las palabras del defensor de la Tercera Edad ese mismo día en una radio: "El jubilado vive en una situación de desesperación".
Un informe suyo, publicado por el diario Clarín, estimó los gastos que requiere para vivir un jubilado o un pensionado. Esa "canasta básica" alcanza un costo de $ 2063,45 pesos, cuando 76 por ciento de los pasivos cobran por mes el haber mínimo de 895 pesos o menos.
Teté no gana la mínima pero apenas sobrepasa esa canasta básica no oficial. Además, al beneficiarse con más de 1000 pesos mensuales, los ajustes oficiales no recorrieron el mismo ritmo que la galopante inflación de dos dígitos que arrastra la Argentina hace años. Su pensión se fue licuando con el tiempo en un proceso paralelo con el achatamiento de la pirámide previsional. "Si ella llega con lo justo, ¿cómo puede vivir alguien que cobra la mínima?", me cuestioné después. "Gracias a la familia", pensé.
La situación es contradictoria. No hay dudas de que los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner son de los que mayores esfuerzos hicieron para mejorar el haber jubilatorio. Pero también es cierto que son gestiones que manipularon los datos de inflación para esconder una suba de precios que desgastó sus propios logros. Más real es que, como debe pasarles a muchos otros con sus abuelos (sobre todo a aquellos que cobran la mínima), me sentí triste y resignado. Para consolarme me dije a mí mismo que, por lo menos, ella nos tiene a nosotros, sus nietos, cuando muchos están solos.
Pero me acordé entonces que mi abuela está en juicio como otros tantos miles de jubilados para lograr una actualización de su haber ("debería cobrar el doble por lo que ganaba tu abuelo", repite cada vez que puede) y que es la propia Anses la que apela los fallos de la Justicia para no pagarle lo que le corresponde. Pensé en los créditos con fondos de la seguridad social para que la clase media pudiera comprar autos, heladeras, bicicletas, en el préstamo a General Motors y en las declaraciones de Julio De Vido en las que deslizó la posibilidad de utilizar parte de esos 147.000 millones de pesos para financiar el déficit de Aerolíneas Argentinas.
Recordé también las declaraciones de Diego Bossio en el Congreso en las que advirtió sobre el "riesgo" de desfinanciar a la Anses y la tapa de LA NACION del domingo pasado. "El Gobierno tiene 96.000 millones para hacer política", rezaba ese título. "El Gobierno tiene todos los instrumentos para sostener la actividad económica, y la decisión política es usarlos", le dijeron al periodista voceros oficiales de cara a las elecciones de 2011.
Saqué 200 pesos del cajero y volví a subir al 3° A. Se los dejé en el montoncito que había hecho con los dos billetes de $ 50 encima de la mesa. Se enfureció y volvió a pedirme que me llevara esa plata. Pero el enojo le dio paso a la frustración. "Me da vergüenza, me da vergüenza", me dijo con lágrimas en los ojos. "No debería ser así", agregó. "Si yo tuviera que pagarte todo lo que vos me diste no me alcanzaría la vida", le solté con una sonrisa.
Antes de que partiera, repitió cuatro o cinco veces la palabra "gracias". Le tuve que exigir que no la dijera más y me fui a correr. En el camino llamé a mis primos y a mis hermanas para contarles: "Está algo triste por el aniversario de la muerte del abuelo y preocupada por la plata", les conté. De vuelta en casa la llamé: "Gracias, gracias...", fue lo único que atinó a decir otra vez a pesar de mis reiterados retos. Corté el teléfono y miré a mi mujer. "Es cabeza dura la tana, eh."

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