Con un poco de humor y otro poco de angustia, un amigo que cumplía 40 años me dijo algún tiempo atrás: "Ahora que cumplí los 40 tengo dos noticias para darte, una buena y una mala. La buena es que comprobé que hay vida después de los 40. La mala, que con acidez por las noches, un poco más sordo y encorvado, pelado y panzón, más que vida esto es una agonía". Dejé a mi amigo apesadumbrado, rumiando su crisis en soledad. Me faltaban todavía algunos meses para los 40 y todo ese paisaje de padecimientos me parecía lejano.
por Francisco Seminario
LA NACION
Domingo 24 de octubre de 2010
Ya no. Y también yo tengo buenas y malas noticias. La mala es que ahora comprendo -y comparto- la angustia de mi amigo. Ahora sé del vértigo que produce atravesar esa frontera simbólica hacia la adultez definitiva, si tal cosa existe. Pero la buena es que hay antídotos, anticuerpos que produce nuestro propio organismo, habilidades que sólo adquirimos con la edad. Y que nos guían en ese durísimo pasaje de una etapa de la vida a otra al que de manera vaga, con temor metafísico, llamamos crisis de los 40.
Cuando le pregunté a mi psicólogo si existe tal cosa como la crisis de los 40, él se limitó a levantar las cejas en silencio, como diciendo "¡A ver con qué estupidez me viene éste ahora!" Pensé que era mejor cuando los psicólogos no opinaban tanto, pero después me di cuenta de que el mío levantaba las cejas muy seguido, y eso me confundió: ya no supe si era que tenía un tic nervioso o que yo decía estupideces todo el tiempo.
No fue por eso que dejé la terapia sino -y a este punto quería llegar- por una circunstancia que traen aparejados los 40, y es que marcan el inicio de la resignación, primer y muy efectivo antídoto contra la crisis. Nos decimos, resignados y con alivio: "Bueno, lo mío en realidad no es tan grave, si cargué durante 40 años con mis traumas y obsesiones, ¿por qué no aguantar un cachito más y llevarlos hasta el final?"
Casi puedo ver los carteles de alerta de mis amigos freudianos: "¡Negación, negación!" Y sí, algo de eso hay, sólo que a los 40 por fin podemos empezar a decir "Sí, niego, ¿y qué?" Porque a la tan útil resignación podemos sumar un segundo antídoto: la impunidad, una de las pocas ventajas que trae consigo la edad, ya que es mentira que la sabiduría viene con los años. Si a los muy mayores se les perdona casi todo porque están, metafóricamente hablando, más allá del bien y del mal, ese perdón comienza a esbozarse a los 40. Y si no hay perdón posible porque la macana es grande, lo que se activa en nosotros es el olvido, otra forma de la negación. O de gagaísmo temprano (otros lo llaman chochera), escudo perfecto contra cualquier reproche.
De modo que a quienes ronden los 40 y comiencen a sentir los primeros embates de la crisis de la mediana edad, estas tres palabras de injusta mala fama pueden resultarles de alguna utilidad. Deben repetirlas muchas veces, como un mantra: resignación, negación, impunidad; resignación, negación, impunidad... y entonces sí podrán afirmar, con ganas, que hay vida después de los 40. Y una buena vida.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1317792&origen=NLEnfo&utm_source=newsletter&utm_medium=suples&utm_campaign=NLEnfo